“¡Cómo te importa tu pureza, chico! ¡Qué miedo tienes de ensuciarte las manos! ¡Bueno, sigue siendo puro! ¿A quién le servirá y para qué vienes con nosotros? La pureza es una idea de faquir y de monje. A vosotros los intelectuales, los anarquistas burgueses, les sirven de pretexto para no hacer nada. No hacer nada, permanecer inmóviles, apretas los codos contra el cuerpo, usar guantes. Yo tengo las manos sucias. Hasta los codos. Las he metido en excremento y sangre. ¿Y qué? ¿Te imaginas que se pueda gobernar inocentemente?”.

Esta contundente frase proviene de la boca de Hoederer, uno de los personajes más controvertidos que supo crear el filósofo y ensayista francés, Jean-Paul Sartre, en su obra de teatro titulada “Las manos sucias”. El ensayo cuenta con siete cuadros, 13 personajes y está dedicado a mostrar los límites entre el pensamiento político y el posicionamiento en una estrategia. En resumidas cuentas, la contradicción de intereses entre el mundo de las ideas y los objetivos de corto plazo.

Hoederer, un viejo dirigente del Partido Comunista en tiempos de Segunda Guerra Mundial, empieza a ser cuestionado desde la conducción del partido por querer entablar acuerdos con sectores ligados a la derecha. La frase del primer párrafo se la dirige a Hugo, un joven burgués de 21 años que sufre la desigualdad y lo malo del mundo desde cuatro paredes y que, perturbado por sus ideas, decide unirse al PC. A poco de sumarse, los referentes del espacio le encomendaron una misión que lo atraviesa durante toda la obra: eliminar a Hoederer.

Gran parte de la trama transcurre por este clima de tensión entre un dirigente que es capaz de pactar hasta con el diablo por un rédito político y otro que, desde un pedestal, cuestiona los mecanismos de la política. En el medio también hay otras emociones casi tan poderosas como el amor, la traición y el engaño.

Juan Grabois reavivó esta escena sartreana la semana pasada en la Universidad Nacional de Córdoba, donde sorpresivamente se sentó junto a Gustavo Grobocopatel, conocido en el mundo empresario como “el rey de la soja”. Según el referente del Frente Patria Grande, ambos sellaron un acuerdo para que cerca de 50.000 pequeños productores puedan tener acceso a la tierra y el trabajo. Una persona del público presente, que en principio sería un profesor con ideas ligadas a la izquierda, cuestionó a Grabois y lo acusó de tener una “sociedad” con el empresario a costa de “contaminación y muerte”.

Grabois dejó que el docente termine su idea y sus preguntas, direccionadas hacia un lugar por el claro sesgo ideológico. El líder social encendió el micrófono, lo miró a los ojos y le lanzó: “Compañero, ¿dónde tenés el fierro? Para matarlo. ¿Dónde está? ¿Vos vas a destruir el modelo de Grobocopatel? Te pregunto, ¿te da la nafta? Yo no tengo ninguna sociedad con nadie, acá hay un debate. Hablando con palabritas como ‘muerte’ y ‘veneno’ no solucionas ningún problema. Los problemas en Argentina no se resuelven con palabras, se resuelven con acciones”.

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Y en otro pasaje, todavía más taxativo, Grabois justificó su presunto convenio con el empresario sojero y dijo: “Si yo me tengo que dar un beso en la boca con Grobocopatel, o quién carajo sea, para que 50.000 compañeros agricultores tengan la posesión perpetua de su tierra, lo voy a hacer. Me importan un carajo los troskos, porque esto se llama defender con el cuero las convicciones”.

Volviendo al contexto de “Las manos sucias”, la obra transcurre en la región europea de Iliria, tomada por una ya desgastada Alemania nazi y a la espera de que avance el Ejército Rojo de la Unión Soviética para concretar su dominación. Hoederer, en una jugada sospechosa, decide sellar un pacto con los liberales y conservadores de Iliria para tomar el poder a través de una Unidad Nacional, evitando la extranjerización comunista. Desde su punto de vista, ningún ejército se comporta "ideológicamente" cuando se trata de una guerra y una ocupación. Una decisión que, a vista de un militante político, sería lo más parecido a una traición. “Todos los medios son buenos cuando son eficaces”, recitaba el dirigente, que a lo largo de la historia termina teniendo algo de razón.

Las “manos sucias” de Grabois no son nuevas. Es uno de los dirigentes sociales con más vínculo el poder político, pero también con el empresariado. Durante la gestión de Cambiemos, fue el kirchnerista más macrista. Aún con las diferencias, siempre dialogó con ministros y funcionarios para lograr acuerdos que beneficiaran a su espacio, que dicho sea de paso, ya cuenta con tres diputados nacionales, la misma cantidad que el Frente de Izquierda.

Grabois hace política, permanentemente. Marcha, convoca y territorializa, pero también cuenta con la dialéctica del dirigente político. Habla su mismo idioma, no los juzga. Entiende que la revolución tiene límites y que en los posibilismos hay pequeñas reformas que, en tiempos actuales, son como escalar montañas. Quizás sea eso también lo que lo diferencie de la izquierda y de los movimientos sociales que no salen de la comodidad de confrotnar con los oficialismos. Cuando Grabois no encuentra auxilio en el Estado, busca soluciones en el privado.

"Con Grabois nos entendimos desde un objetivo común, que es cuidar a las personas", dijo alguna vez Carolina Stanley, exministra de Desarrollo Social porteña a la que el dirigente social la consideró como “una buena mina”. Pero no fue su único vínculo público. Además de Stanley y Grobocopatel, también celebró acuerdos con el gabinete duro del macrismo. Lo hizo con el exvicejefe de Gabinete de Mauricio Macri y exdueño de Farmacity, Mario Quintana. Los rumores dicen que Cambiemos buscaba seducirlo para que lograra destrabar la fría relación entre el ahora ex Gobierno y el Papa Francisco.

“Somos planeros, choriplaneros, vagos… todas esas cosas feas que nos dicen. Y un poco… puede ser”, dijo en un acto público con Quintana en el que el Gobierno le otorgaba una importante suma de dinero para el desarrollo de cooperativas y la economía popular. A cambio, Grabois con esa frase le otorgó un fetiche que tanto le gusta replicar al macrismo por los medios de comunicación. Es esa imagen de "el pobre es pobre porque quiere" y "viven del trabajo ajeno" que siempre se encargan de diseminar. En política, una palabra, un gesto, una mueca, puede ser trascendental. Y Grabois lo sabe, por eso es que se mueve con tanta soltura en el terreno político. Grabois no mide consecuencias electorales o de formas, busca resultados.

Además de Stanley y Grobocopatel, se reunió y fotografió con los senadores Luis Naidenoff y Alfredo de Angeli. Con el primero, fue durante junio de 2021 y la conversación estuvo ligada a la situación social y económica a nivel nacional, pero principalmente en Formosa. En ese entonces, el gobernador peronista Gildo Insfrán era severamente cuestionado por sus duras medidas de cuarentena obligatoria y sus presuntas violaciones a los derechos humanos. Grabois le concedió a Naidenoff una foto que dolió en el caudillo peronista del Norte Grande. Con el segundo, fue en pleno conflicto de Grabois con el exministro macrista y terrateniente Luis Miguel Etchevehere, que estaba en plena guerra con su hermana Dolores por una repartición de tierras.

Las "manos sucias" de Grabois: el atrevimiento de los pactos en un país agrietado

Mientras Grabois acompañaba a Cristina Kirchner a Tribunales y le hacía campaña territorial, por lo bajo entablaba diálogos con actores importantes de la gestión de Cambiemos. Hoy lo hace por igual. “El poder se construye, y no solo desde el Gobierno. Los grupos de presión de los poderosos tienen muy en claro sus intereses. A los sectores populares nos cuesta mucho armar nuestro propio lobby”, le dijo hace poco a C5N.

Grabois logró ser un gran ordenador de territorio desde sus comienzos en la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). También logró cooptar a ciertos sectores ligados a la izquierda popular y a un importante número de estudiantes que son parte del brazo político universitario. Es de ahí donde nace Ofelia Fernández, actual legisladora porteña. Son sectores que no estuvieron con el kirchnerismo, pero que hoy defienden la figura política de Cristina Kirchner y se encolumnan en el Gobierno.

Así como logró aglutinar sectores, también perdió otros. Muchos referentes sociales y militantes rasos renegaron de los “métodos” de Grabois y se hicieron a un costado. El ejemplo perfecto es Frente Patria Grande, que inició como un movimiento de dirigentes territoriales que entró en crisis en 2017 por diferencias con el kirchnerismo y falta de representación. Grabois los unió a sus espacios e intentó reconstruir las fracturas, pero las terminó profundizando con sus “pactos” poco amigables con los que están muy corridos a la izquierda. El dirigente de CTEP, lejos de mosquearse, tiene una frase cabecera para los puristas que no ponen el cuerpo: “Si querés estar conmigo, bienvenido; si no querés estar conmigo, tu ruta”.