Márquez, el fundamentalista que pretende una nueva "Noche de los Bastones Largos" para los universitarios
Los fans del biógrafo y amigo presidencial festejaron su pedido en redes pero, ¿cuántos de ellos saben exactamente qué sucedió el 29 de julio de 1966 y qué consecuencias tuvo para el país? Un breve repaso de ese momento de la historia permite ver enormes similitudes con el actual caldo de violencia.
"Vieron que al final "La Noche de los Bastones Largos" no fue un error?" Ese fue el posteo que Nicolás Márquez escribió el 10 de octubre pasado. El provocador biógrafo y amigo de Javier Milei decidió hacerlo cuando empezaban las primeras tomas de facultades como consecuencia del aval para los recortes presupuestarios a las Universidades.
El fanático ultraderechista reivindicó el epítome de brutalidad de la dictadura de Juan Carlos Onganía y que al país le costó años de recuperación. Ese acierto del onganiato, según Nicolás Márquez, y que tal su sugerencia este gobierno debería volver a implementar, sucedió el 29 de julio de 1966, cuando la mayoría de los que comentan festivamente el posteo ni habían nacido.
Esa noche de invierno, y cuando había pasado un mes de un nuevo golpe militar que había derrocado a Arturo Illia, tropas de la Policía Federal entraron a la fuerza a Facultad de Ciencias Exactas de la UBA para reprimir a autoridades, docentes, graduados y estudiantes que resistían a la intervención decretada por la “Revolución Argentina”.
El 28 el gobierno había publicado el decreto ley 16.912 que colocaba a las autoridades universitarias bajo las órdenes del Ministerio del Interior, del que dependía la Secretaría de Educación. En el cargo de Subsecretario de Educación Onganía nombró al abogado católico Carlos María Gelly y Obes; el Ministerio del Interior estaba presidido por el cursillista Enrique Martínez Paz, en una clara demostración de la injerencia eclesiástica en el nuevo gobierno.
Con el decreto que debían poner en funcionamiento Gelly y Obes y Martínez Paz no solo anulaban la autonomía universitaria que con tanto esfuerzo y lucha se había conseguido en 1918, sino que al depender de Interior, las fuerzas de seguridad estaban habilitadas para intervenir.
Con el espíritu habitual de los dictadores, Onganía conminó a los rectores -que de ese modo se transformaban en interventores- a que en 48 horas decidan si aceptaban esas condiciones para seguir en sus cargos o por el contrario, renunciaban.
El rector y el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires no aceptaron en convertirse en administradores del poder político y varias facultades fueron ocupadas por docentes y alumnos. El historiador Eduardo Díaz de Guijarro escribió en profundidad sobre el tema. “Esa noche, policías con cascos y palos irrumpieron violentamente en Perú 222, la vieja sede de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Forzaron puertas, rompieron ventanas, inundaron las aulas y el patio con gases lacrimógenos, insultaron y golpearon a los estudiantes y docentes que estaban dentro, incluidos el decano y los miembros del Consejo Directivo, y los llevaron detenidos. Aunque no con tanta intensidad, algo similar ocurrió en la Facultad de Arquitectura”, detalló.
Si bien fue un momento histórico profundamente dramático, una sociedad adormecida producto de constantes golpes de estado, violencia y el partido mayoritario proscripto, dejó hacer al dictador de turno, Juan Carlos Onganía. El militar, con su tono marcial y firme no podía ocultar, de todos modos, su notoria cortedad intelectual: era un hombre de armas formado en la Doctrina de Seguridad Nacional, que veía focos de conspiración marxista en todas partes y que fuera de eso, su visión de la vida estaba marcada por el "Cursillismo Católico", una corriente de la Iglesia que implica fuerte sentido de pertenencia a esa comunidad. La espada y la cruz era, entonces, la forma de ver la vida de Onganía, que pretendió trasladar al Gobierno. La educación universitaria, a la que creía "marxista", estaba entonces fuera de su canon.
En la misma sintonía, casi sesenta años después, mira el mundo el fundamentalista y violento influencer y biógrafo de Milei. Como Onganía, también, la UBA, que nuevamente esta semana fue elegida como una de las diez mejores de América, es la peor de todas. La historia suele repetirse.
El periodista Daniel Cecchini, para Infobae, también escribió al respecto de lo sucedido en 1966. "La misma noche del golpe, su rector, Hilario Fernández Long, había convocado a los docentes, alumnos y graduados a defender a las autoridades que habían elegido y a “mantener vivo el espíritu que haga posible el restablecimiento de la democracia. Fernández Long era un ingeniero dedicado a puentes y estructuras, de Necochea, demócrata cristiano, que no representaba para nada la idea de los “demonios rojos” que poblaban las aulas y las conducciones académicas que la nueva dictadura quería pintar, pero eso a Onganía lo tenía sin cuidado."
En los albores de los ‘60 se habían creado carreras universitarias nuevas, como Sociología, Psicología y Educación, y el flamante CONICET fomentaba la investigación científica en el país. Mientras el Fondo Nacional de las Artes y una serie de premios nuevos alentaban el desarrollo de una producción artística más rica y variada, menos apegada a los canales de circulación tradicionales, la editorial universitaria Eudeba publicaba lo mejor de la producción intelectual del momento. Eudeba, con la consigna "Libros para todos" editó miles y miles de libros que se vendían a precios populares en kioskos callejeros: por primera vez el conocimiento llegaba a todos más allá de los claustros. Eso era, para Onganía, una muestra intolerable de marxismo.
La noche más oscura de la educación
El 29 de julio de 1966, la tradicional Manzana de las Luces quedó rodeada de carros de la Policía Federal y cientos de efectivos armados que respondían al General Mario Fonseca. Allí funcionaba la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, donde había una Asamblea donde docentes y estudiantes debatían acerca de tomar la facultad, del mismo modo que en sedes de otras facultades como Filosofía y Letras, Medicina, Arquitectura o Ingeniería.
A las diez de la noche, Fonseca dio la orden de largada de la “Operación Escarmiento”, como la llamó, y las tropas entraron a bastonazos en la sede de la Facultad. El ámbito de estudio, en el casco histórico de la Ciudad, donde funcionó el primer Senado, donde se batalló contra los ingleses en las invasiones, que supo de patriotas y valientes, esta vez veía llegar a brutos con bastones y gases que no dudaron en manchar el claustro con la sangre de los que podrían ser los profesores de sus hijos, o sus compañeros de estudio. En sincronía, lo mismo sucedió en la Facultad de Filosofía y Letras, en la avenida Independencia.
Ensangrentados, golpeados, fueron obligados a salir de la facultad con las manos en la nuca, en fila, pasando por un cordón policial desde donde se redoblaban los bastonazos y los golpes. Más de 400 fueron subidos a los colectivos policiales y llevados presos a comisarías donde nuevamente fueron torturados.
“La historia de los palazos que nos hicieron pasar entre una doble fila de policías ya la conocen todos, pero es curioso, porque a uno le quedan ciertos detalles sin importancia. Por ejemplo, recuerdo que yo usaba sombrero y lo tenía puesto, así que cuando pegaron los palos, el sombrero atenuó los golpes, que no me parecieron gran cosa, pero después, en la comisaría, pasé frente a un espejo donde me vi la cara ensangrentada. Y me lavé, porque me daba vergüenza estar en esa situación. La verdad es que fue verdaderamente notable con tantos palos que dieron que no hubieran matado gente, porque pegaban bien, pegaban con habilidad”, contó el matemático Manuel Sadosky, vicedecano de la Facultad.
Alrededor de la mitad de los docentes de la UBA renunció. Fue el inicio de una “fuga de cerebros” que atrasó de manera trágica el desarrollo de la ciencia argentina. En solo dos meses renunciaron, y muchos de ellos se exiliaron, más de dos mil docentes e investigadores científicos; se cerraron centros de investigación, se anularon centenas de proyectos de Conicet. La orden del Ministerio del Interior fue cerrar las facultades.
La CGT que por entonces encabezaba Augusto Timoteo Vandor, demostraba un abierto apoyo a la dictadura de Onganía. La Central tardó en repudiar la represión, y acusó a los estudiantes y docentes de ser "gorilas y marxistas"; a pesar de que los estudiantes antes, durante y después fueron solidarios con las huelgas obreras, como la generada por los portuarios, los ferroviarios o los azucareros meses después. Esta unidad se sellará en el Mayo cordobés del 69, en aquella semi insurrección histórica que se conoce como “Cordobazo” y que terminó de resquebrajar el régimen de Onganía que cayó un año después.
Quizá la nostalgia de Márquez acerca de los métodos de la Noche de los Bastones Largos le impida ver que esa fatalidad que condenó por años a un enorme retroceso intelectual y científico también fue, de algún modo, la chispa que fue un fuego que terminó llevándose puesto al régimen dictatorial de Onganía, ese tipejo que había prometido ejercer el poder por veinte años, y solo duró tres años en un frágil gobierno que cayó por su propio peso.