Qué es la "ventana de Overton" y cómo Milei y su equipo de propaganda usa ese método
El presidente asumió como tal luego de una extensa campaña en la que declamó los postulados básicos liberales. Ya en el poder fue variando hasta dar un discurso en un foro económico mundial en el que defendió el avasallamiento a decenas de derechos conquistados por mujeres, trabajadores y minorías bajo argumentos inverosímiles y genéricos. Paralelamente, amenazó por redes con “perseguir hasta el fin del mundo a los zurdos hijos de puta”, o sea, a todos aquellos que no piensen como él. Sus seguidores que votaron un liberal, aplauden a un fascista. La similitud con los líderes sectarios y la teoría de la “ventana de Overton”, que explicaría el fenómeno de influencia.
Javier Milei llegó al gobierno proclamando el respeto irrestricto al proyecto de vida ajeno para que ni bien sentarse en el sillón presidencial pasar al conservadurismo más extremo, al que pretende imponer por la fuerza. Sus fieles seguidores, su núcleo duro, parece no encontrar contradicción en eso y así como vitoreaban que la libertad es -indiscutiblemente- un bien supremo; ahora no vacilan en proponer exactamente lo contrario: la persecusión y exterminio de cualquiera que no se ajuste a sus postulados básicos, esos mismos axiomas que también pueden mutar de acuerdo al viento. ¿Por qué sucede que una misma persona puede pasar del liberalismo al fascismo sin que encuentre, ni él un quienes lo rodean, contradicciones en ello?
El discurso de Javier Milei en el Foro Económico de Davos, en el que no habló de economía sino de feminismo, homosexualidad, pedofilia y crímenes diversos enlazando hechos y conceptos de manera absolutamente brutal; hubiera escandalizado al mismo Milei de hace dos o tres años. Pero nada de eso parece suceder en su micromundo mesiánico, que además de políticamente fascista se asemeja de manera cada vez más a la de los líderes sectarios y su influencia en los fieles.
El discurso, la forma, y el fin de un dirigente fascista y un líder sectario tienen un punto en común: el uso de un método conocido como la “ventana de Overton”, un concepto de comunicación política pensado por Joseph Overton, ex vicepresidente del think-tank Centro Mackinac de Política Pública, y que pasó a llevar su nombre tras su muerte en 2003.
La ventana de Overton es un modelo de cambio político. Ese espacio figurado incluye ideas aceptables para la ciudadanía, y por lo tanto para los políticos que representan a los diversos sectores de esa masa. La “opinión pública” es una de las variables para que esa ventana se amplíe o mueva en un edificio imaginario hacia arriba o hacia abajo, considerando que en esa verticalidad la cima comprende las mayores libertades y la base las mínimas. Pero sabemos que la opinión pública es una construcción social producto, en buena medida, de la eficacia del concepto de “propaganda”; por lo tanto, lo que esa generalidad opinante hoy puede ver como escandaloso o ridículo, mañana -y por persistencia del discurso mediático hegemonizante- puede sentir como posible o hasta incluso positivo o necesario. Usar los verbos “ver” y “sentir” en esa construcción de opinión no es casual: en general no se requiere ni de estadística ni de datos empíricos, sino de sentimientos básicos, generalmente de rangos negativos como el miedo y el consecuente odio son cimientos fundamentales para moldear eso que luego los medios y sus mediadores dirán que es “lo que piensa la gente”.
La derecha política suele ser mucho más hábil que la izquierda en el uso del método de la propaganda, porque logra ser más persistente en sus resultados. La ventana de Overton se supone excluye todas las ideas inaceptables para la comunidad -o público- y las torna entonces también inaceptables para los políticos. ¿Pero qué sucede cuando una parte u otra quiere incluír un concepto o modo que no es admisible? Pues hay que desplazar la ventana en la dirección que marca esa idea de modo tal que quede incluída en su marco.
En el libro “La Quinta disciplina” su autor, Peter Senge, afirma que somos sujetos de la parábola de la rana hervida, ese pequeño animalito al que si sumergiéramos en una olla de agua hirviendo saltaría de inmediato para salvar su vida pero que si por el contrario, la metemos en agua a temperatura ambiente que comenzamos a caldear con lentitud, la pobre ranita iría adaptándose al calor de modo tal que ni siquiera perciba cuando esté a punto de ser achicharrada. Del mismo modo los humanos, sumergidos en la vertiginosidad de la información, y con el avance de las redes sociales como factor fundamental de propaganda, cambiamos de paradigmas sin que frecuentemente notemos que lo que hoy pensamos o avalamos hace poco podría habernos generado rechazo. Es que nos corrieron la ventana.
Cuando en los 90 estuvo en auge el tema de las sectas, solía hablarse de “lavado de cerebro” como el método aplicado brutalmente sobre las víctimas, para lograr su sumisión o cambio radical de vida; la realidad es que más que eso es una especie de persuasión coercitiva que comprende los cinco pasos, la secuencia que determina Overton en ese “corrimiento de ventana” para que aquello que era inaceptable, pase a ser popular y requerido. Esas cinco etapas son “de lo impensable a lo radical”, “de lo radical a lo aceptable”, “de lo aceptable a lo sensato”, “de lo sensato a lo popular”, y por último “de lo popular a lo político”. Es, básicamente, la idea de la ranita en las aguas que van calentándose sin que lo note.
Un ejemplo clásico
“Puede ser más eficaz que la carga nuclear como arma para destruir comunidades humanas", dijo el columnista Evgueni Gorzhaltsán acerca del uso político de la estrategia de la ventana de Overton. En un artículo de su autoría puso el ejemplo radical de cómo convertir en aceptable la idea de legalizar el canibalismo paso a paso, desde la fase en que se considera una acción repugnante e impensable, completamente ajena a la moral pública, hasta convertirse en una realidad aceptada por la conciencia de masas y la ley. Ese ejemplo luego se tomó como referencia clara y es el que se usa habitualmente para explicar el fenómeno.
En la primera etapa, la que describe como se pasa de lo impensable a lo radical, expone que el canibalismo es una práctica rechazada por todos y su legalización inaceptable. Para modificar esa percepción, quienes quisieran imponer el tema en la agenda y que finalmente se acepte y promueva apelarían al primer paso: crear un grupo de personas que amparadas en el pretexto de la libertad irrestricta de acción y expresión, y con supuestas argumentaciones antropológicas y culturales, expliquen cómo algunas comunidades ven a esta práctica como normal, y se sostengan en algunas declaraciones “autorizadas” que relativicen la cuestión moral y ética de comerse unos a otros. Las redes sociales, como apoyatura, harían parte del trabajo creando una comunidad virtual de grupos e influencers caníbales que reclaman por sus derechos; actividad que inmediatamente sería difundida por los grandes medios de prensa como noticia o novedad. Y el tabú comienza a relativizarse.
El segundo paso es el de lo radical a lo aceptable, y es cuando se buscarían fundamentos científicos que explicasen que, por ejemplo, que el canibalismo no implica más que una decisión individual que no afecta en nada a la sociedad; que es un derecho particular y que quien se opone es porque es necio o fanático intolerante a cosas nuevas. Es el momento de las palabras: si las cosas solo existen cuando son nombradas, cuando dejan de nombrarse, ya no son. Por lo que al canibalismo lo renominaríamos como antropofagia, y luego antropofilia, hasta que finalmente se pierde de vista su nomenclación original con su capital simbólico.
La tercera etapa, de lo aceptable a lo sensato, es la de imponer la justificación del deseo con frases como slogans: “El hombre realmente libre tiene derecho a decidir qué come”, si no es posible comerse a su vecino, no es libre y por ende, la sociedad y las leyes que se lo prohíban son malas. Y nuevamente la labor de medios y mediadores harían lo suyo poniéndole micrófono a cuanto personaje pueda decir que a lo largo de la historia de la humanidad siempre hubo personas que se comieron unas a otras, que era una normalidad y que no conocerla es de ignorantes. Es en cierta forma, banalizar el mal e invertir la carga de la prueba, pues quienes no sepan-no acepten son intelectualmente marginales, y nadie en su sano juicio quiere habitar esa zona.
Sigue la cuarta etapa, que va de lo sensato a lo popular y es aquí donde aparecen las figuras políticas, los personajes influyentes, los comunicadores y hasta los artistas dispuestos a imponer una moda, una tendencia, y hablar abiertamente de la antropofilia en letras de canciones, películas, videos de influencers de redes.
La quinta etapa es la que va de lo popular a lo político: es el momento de contener la enorme presión que fue gestándose en medios y redes, y que conminan al poder político y sus ejecutores a legalizar los derechos de la práctica caníbal. Encuestas, opinólogos, y manifestantes en pos del canibalismo indican que el porcentaje social que avala la libertad de comerse entre humanos es un reclamo legítimo y urgente para terminar con la dictadura de la alimentación limitada a frutas, verduras y carne animal.
Es en este punto que la teoría de la ventana de Overton llega a su punto de interacción política. Es tal el corrimiento moral o ético de la premisa, que cualquier punto intermedio entre el de partida y el de llegada será aceptado por todos: los radicalizados que nunca aceptaron la posibilidad de que pueda ejercerse el canibalismo verán con cierto alivio que se reglamente que solo se permite amputar un miembro de un cuerpo humano ajeno para su consumo en casos de extrema necesidad y cuando la persona a comer esté muerta por causas naturales. Los radicalizados en el otro extremo, convencidos de que es lícito poder ir por la vida achurando gente al paso para masticarla, también verán con satisfacción que por lo menos se logró un paso más en el avance del canibalismo.
Los políticos que instalaron la necesidad, nunca pensaron en el extremo total de la medida, pero la agitaron para lograr lo que sí era de su interés, el punto medio, que finalmente no escandalizó a nadie como lo hubiera hecho si hubiera sido desde el principio, el último eslabón de la cadena.
El discurso de Javier Milei en Davos tiene que ver con este método. Sabe que no es posible que el mundo todo adhiera a los delirantes postulados que quiso imponer. Pero logra meterlos en la agenda mediática, sobre todo argentina, y que terminemos discutiendo si todos los homosexuales son pedófilos, cuando nunca, en ningún otro momento, se nos hubiera ocurrido sentenciar semejante brutalidad. La trampa mediática para darle voz a los difusores de estas ideas es bien clara en estos tiempos: ponerle micrófono a cualquiera con el argumento de que hay que escuchar todas las campanas, poniendo en paridad, por poner otro ejemplo, lo que pueda decir un astrónomo y un terraplanista, para que “la gente decida”.
El presidente argentino, además, y sin ningún precedente igual en la historia argentina reciente y democrática, amenazó directamente con perseguir a todos los que no piensen como él, a quienes además calificó como “hijos de puta”. La ventana de Overton presidencial es, a esta altura, claramente fascista.