En el búnker del Frente de Todos las caras no eran las de un domingo ganador. Si bien los resultados de los boca de urna entusiasmaban levemente a los asesores que se acercaban a la carpa de prensa para tomar contacto con los periodistas acreditados, nadie se alegraba lo suficiente como para imaginar un triunfo amplio del oficialismo.

Sin embargo, cerca de las 19, las imágenes que llegaron desde La Plata, mostraron al gobernador Axel Kicillof, junto a los principales candidatos del distrito -Victoria Tolosa Paz y Daniel Gollán- celebrando en el comando electoral bonaerense. Cinco puntos arriba, decían algunas encuestas. Ocho llegó a aventurar una consultora a la que alguien este lunes debería pedirle explicaciones sobre sus métodos para calcular tendencias.

Pero minutos después de las 21, el ministro del Interior "Wado" de Pedro le puso el primer baño de realidad a la noche: los cinco puntos de diferencia en el territorio donde se libra "la madre de todas las batallas" eran tales. El problema es que favorecían a la sumatoria de los candidatos de Juntos, en vez de a los oficialistas. Los votos escrutados eran suficientes como para imaginar que la tendencia podía consolidarse.

Y en CABA, donde los entusiastas fabricantes de humo contratados para medir a la salida de los cuarto oscuro señalaban casi un empate técnico entre María Eugenia Vidal y Leandro Santoro en 30 puntos, la realidad empezaba a mostrar una diferencia mucho más amplia a favor de la repatriada ex gobernadora bonaerense que, sumada a los sufragios de las otras listas de Juntos, le otorgaban una ventaja superior a los veinte puntos.

Sesenta días para revertir un resultado que pone en riesgo la gobernabilidad del Frente de Todos

El mapa del resto de las provincias tampoco ayudaba mucho para levantarle el ánimo a los frentetodistas. Salvo en un puñado de distritos como Formosa, Tucumán, Catamarca, La Rioja y San Juan, el país volvía a teñirse de amarillo, incluso en lugares impensados como Chaco, Entre Ríos o la totalidad de la Patagonia.

Pasadas las 22, la marcha del escrutinio no hacía más que profundizar la derrota del Frente de Todos. Para esa hora, Cristina Kirchner y Alberto Fernández ya se encontraban dándole trazo grueso a lo que sería la admisión pública de la derrota. "Hablás vos", le dijo la vicepresidenta. Y Alberto, se puso el saco más pesado de su trayectoria presidencial y salió al escenario montado en Chacarita para hacer lo que hizo toda su vida: ponerle el pecho a las adversidades.

Flanqueado por Cristina, Axel, Máximo, Sergio Massa y las dos caras visibles de la derrota, el presidente reconoció sin vueltas, el mensaje de las urnas: “Evidentemente algo no habremos hecho bien para que la gente nos acompañe. Y todos los que estamos aquí escuchamos el veredicto de la gente con respeto y atención”.

En su discurso, Fernández también admitió falencias propias: “escuchamos el veredicto de la gente con atención. Sabemos que hay errores que hemos cometido y de ello aprendemos. Hay una demanda que no habremos satisfecho adecuadamente y nos ocuparemos de prestarle atención y resolver lo que la gente nos plantea”.

Para cerrar, instó a dar vuelta la página de las primarias -a las que calificó de "gran encuesta nacional"- y apuntó la brújula hacia el 14 de noviembre: “la campaña recién empieza y en noviembre tenemos que ganar porque tenemos un compromiso para no volver atrás”.

Sesenta días para revertir un resultado que pone en riesgo la gobernabilidad del Frente de Todos

El lunes menos deseado

En este mismo espacio se escribió antes de la primaria que el resultado electoral tendría un curioso efecto hacia el interior del oficialismo. En ese artículo publicado este domingo se aseguraba que si la primaria arrojaba un triunfo contundente para el oficialismo, el kirchnerismo duro sostendría que fue gracias a la unidad del espacio y a la consolidación de la marca Frente de Todos.

Pero si ganaba por estrecho margen o si era derrotado, como finalmente ocurrió, la responsabilidad absoluta iba a recaer sobre el presidente. Eso fue justamente lo que terminó pasando. Durante los primeros minutos de este lunes fueron varias las fuentes del oficialismo que le confiaron a Data Clave su preocupación por lo que pueda ocurrir esta semana en el gobierno. "Van a venir por las cabezas de varios albertistas", le dijo un funcionario con acceso al despacho principal de la Rosada.

Una conocida periodista política relató por televisión un supuesto diálogo que habría mantenido con "una dirigente muy importante del gobierno, la segunda en importancia después del presidente", afirmó (¿quién otra que Cristina?), en la que la vicepresidenta le dijo "por esas fotos nos rompieron el orto", en obvia alusión a las imágenes del cumpleaños de la Primera Dama en la Quinta de Olivos durante la cuarentena.

Obvio que hasta la operación más berreta suena verosímil para los abatidos militantes del oficialismo. Sin embargo, nadie puede negar que la posibilidad de un avance sobre el gabinete por parte del ala dura del kirchnerismo aparece muy nìtida en el horizonte cercano. Este reacomodamiento interno de la coalición gobernante podría tener un alto costo para la figura presidencial que, evidentemente, se vería debilitada.

La Argentina ya sabe de presidentes debilitados, que transitan la segunda mitad de su mandato jaqueados por las disputas de poder y las presiones de las corporaciones. Y esa situación no le conviene a la mayoría de los argentinos y argentinas que necesitan empezar a ver la salida del túnel y encontrar un poco de estabilidad, luego de un año y medio de angustias y postergaciones.

La lectura del sector camporista se asemeja a la del escorpión de la fábula de Esopo, que necesita de la rana para llegar al otro lado del río y se debate entre picarla o no picarla, aún a riesgo de hundirse en la travesía. Un Alberto débil puede servir en la interna para avanzar con algunos cambios en la política económica (sabido es que para la vicepresidenta, Martín Guzmán es uno de los ministros fusible) y en otras áreas de gobierno donde el kirchnerismo pretende imprimir su impronta.

Hay tres funcionarios a los que los K miran con recelo: el secretario general de la presidencia, Julio Vitobello; el Secretario de Comunicación y vocero Juan Pablo Biondi; y el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero. "Los tres son Alberto", dice un dirigente del Frente de Todos. "Tocarlos a ellos implica tocarle a sus hombres de máxima confianza dentro de la mesa chica del poder", completa la fuente.

Sesenta días para revertir un resultado que pone en riesgo la gobernabilidad del Frente de Todos

Más allá de cualquier crítica que pueda formularse sobre la actuación de estos funcionarios, nadie puede negar que reúnen características que no abundan en la política de alto vuelo: "son leales con el jefe y trabajan veinticinco horas por día", aporta otro integrante del gabinete. Es muy difícil imaginar que Alberto acepte tamaño avance sobre la potestad para elegir a sus colaboradores directos.

Los kirchneristas necesitan que el presidente llegue en condiciones a la elección de 2023, ordenando la transición hacia lo que –suponen- será una continuidad del ciclo político pero con otros intérpretes. Y para ello es imperioso que la imagen pública del jefe de Estado no se desdibuje.

Los resultados de los comicios de este domingo condicionarán los movimientos del primer mandatario. Alberto sabe manejarse en medio de las tensiones que suelen generar estos momentos de definiciones. Una vez más, pondrá a prueba sus dotes de equilibrista para bascular entre las presiones y encontrar una salida a este laberinto que le proponen algunos de los propios, que a veces son más complicados que los ajenos.