La inflación se desacelera a un ritmo más pronunciado al que inicialmente estimábamos. Para abril las proyecciones se concentran nuevamente niveles de un dígito (alto). La contracara de esta desaceleración más marcada ha sido una retracción también más intensa que la prevista. La actividad se desplomó en los últimos 3 meses: acumuló una caída del 5,8% en noviembre, diciembre y enero. Puesto en estos términos, la moderación de la suba de precios está teniendo un costo elevado.

Algunas señales de esta semana nos habilitan a pensar que el Gobierno está poniendo un mayor énfasis en garantizar un sendero de desinflación más acelerado, incluso que el contemplado inicialmente. Recordemos que J. Milei anunció en varias oportunidades que debían esperarse 24 meses de inflación elevada (estanflación). No obstante, la pelea con las prepagas obligándolas a retrotraer aumentos que habían sido habilitados en el marco de mercados desregulados puede ser una prueba de ello.

La insistencia del ministro Luis Caputo en no homologar paritarias con subas superiores a 10% para los próximos meses es otra. También puede contarse dentro de la lista la postergación de los aumentos de las tarifas de gas, que inicialmente correrían desde febrero y finalmente se establecieron, en cuotas, a partir de abril para evitar coincidir con las subas de electricidad, y hasta la eventual prórroga de los segundos aumentos aplicados a los boletos de trenes y colectivos que trascendió esta semana.

Finalmente, y con mayor incidencia, también cuenta la decisión de anclar en el tiempo el tipo de cambio promoviendo un crawling de apenas 2% mensual.

Se tratan, en su mayoría, de medidas de claro tinte heterodoxo que lejos están de las ideas que promulgó LLA durante la campaña. No creemos que estén mal. De hecho, hemos mencionado en informes previos la necesidad de que un programa de estabilización cuente con las clásicas políticas ortodoxas (pe. ajuste fiscal), pero también con otras heterodoxas (pe. orientación de precios y salarios) que ayuden a la coordinación de expectativas y a la desindexación de la economía.

Nuestra premisa fue que este tipo de medidas complementarias pretenden evitar sobrerreacciones de remarcaciones que, en última instancia, estimulan mayores remarcaciones de otros precios, que a su vez impactarán en otros. Cuando se consideran estos efectos de segunda o tercera ronda, las medidas complementarias pretenden ayudar a que el proceso de desinflación sea más rápido, no más lento.

De cualquier manera, parece evidente que parte de los motivos de estas medidas dilatorias están en no afectar el humor de la base electoral, y no sólo en la administración de la inflación.

La calibración de esto es compleja. Los precios relativos deberían estar en un nivel razonable antes de iniciar un proceso de metas cambiarias o monetarias (la 2da etapa: el programa de estabilización propiamente dicho).

Pero al mismo tiempo parece seguro que se pretende reducir al máximo las tasas de inflación mensuales antes de iniciar esta segunda etapa, asumiendo que todavía hay margen para que el tipo de cambio se aprecie un poco más. Cuanto más se achique en lo inmediato el aumento de precios, menos devaluación se requerirá en el futuro, lo cual se asemeja a una carrera contrarreloj.

La moderación de precios que estamos viviendo todavía tendrá que ser confirmada. Como dijimos no está claro que el atraso de algunos precios haya terminado de ser corregido. Más allá del nivel del dólar, y la explicación que dimos en la Instantánea Económica “¿Está atrasado el tipo de cambio? ¿Lo estará en poco tiempo? ¿En qué magnitud?” del 16/4, lo cierto es que la dinámica de los últimos meses tiene por detrás un ancla cambiaria que no puede durar por siempre y, paradójicamente, un fenomenal ajuste de salarios que, más temprano que tarde, deberán empezar a empujar.

Estos acumulaban una baja real del 25% desde el último pico de noviembre 2017 y sumaron a esta una caída vertical del 19% en los últimos tres meses. Si la recomposición de salarios se hace contra márgenes empresariales que aumentaron en exceso en la previa, la presión sobre precios podrá ser menor. Pero si los márgenes se mantuvieran, tendremos más inercia inflacionaria. La posibilidad de liberar importaciones en las semanas de liquidación de la cosecha gruesa podría ayudar a que un aumento de salario no impacte tanto en precios.

También queda la duda sobre el impacto directo y de segundas vueltas que terminará teniendo la recomposición de tarifas. Por ahora los índices de inflación conocidos solo se contemplan la suba de transporte y electricidad de febrero. Pero en ambos rubros quedan pendientes ajustes para los próximos meses. En el caso del gas el impacto inicial se sentirá recién con el dato de abril será en cuotas. Y, salvo que las prepagas hayan aumentado en exceso desde la vigencia del DNU 70/2023, la reversión a la que las obligan supone que volverán a operar con cierto grado de atraso.

En resumen, entendemos que el desajuste de precios relativos no terminó de ser corregido; tampoco se avanzó en el levantamiento del cepo ni en reducir el grado de represión financiera. Y tenemos dos carreras que estaremos evaluando: la magnitud de la desinflación mensual (para ver con qué margen cambiario contaremos en un par de meses) y la carrera de entre el impacto de una eventual recomposición del salario real sobre la actividad económica y sobre los precios.