El viernes 14 de diciembre de 2012 a las 9 y media de la mañana Adam Lanza salió de su casa en el poblado de Newton, a unos ochenta kilómetros de Nueva York, subió al auto de su madre y manejó durante cinco minutos hasta la escuela primaria Sandy Hook

Hacía tres meses que no pisaba la calle. Antes de hacerlo, rompió el disco duro de su computadora -frente a la que pasaba horas y horas- fue hasta el cuarto de su madre -que dormía- y le pegó cuatro tiros en la cabeza. Nancy -que así se llamaba la mujer- era una fervorosa defensora de la libre portación de armas: adherente de la Asociación del Rifle, tenía en su casa rifles, fusiles y pistolas. Su favorita era una Glock 10mm. Adam tuvo el detalle de asesinarla con esa. 

Íntegramente vestido de negro y con ropa que colgaba como bolsas de su metro ochenta y sus cincuenta kilos, el adolescente metió en el baúl del coche la Glock, una pistola SIG Sauer 9 mm -con la que luego él se volaría la cabeza-, un fusil semiautomático Bushmaster XM-15 y un rifle semiautomático calibre 22 LR. 

Los chicos habían entrado al colegio media hora antes de que Adam llegara. Eran los días previos a Navidad, nevaba y una de las tareas era decorar el salón para las fiestas. Los primeros disparos fueron contra los vidrios del vestíbulo del colegio que, por seguridad, mantenía sus puertas cerradas. Traspasó por el hueco en el mismo momento en que la directora y una docente salían de una oficina para ver qué pasaba. 

Las mató al instante. Siguió por las primeras aulas del pasillo, las de los niños de primer grado. Gritos, corridas, el intento de huír o esconderse. Una maestra atinó a meter dieciseis niños en un baño. El tirador los encontró allí luego de matar a la docente, y los acribilló a todos. La cacería terminó con veinte infantes de seis y siete años muertos por ráfagas de fusil, igual que ocho maestras y cuando él mismo se disparó a la cabeza. 

Fue la masacre escolar primaria más espantosa de la historia de los Estados Unidos que tiene, por cierto, un largo historial en este tipo de masacres donde se mezcla la libre portación de armas, el escaso control del Estado acerca de la salud mental de los adolescentes y jóvenes -que no es gratuita-, y en los últimos años, los discursos de odio de diversos grupos o personajes fascistas y conspiranoicos. 

De la radio a la política

Alex Jones es un "influencer" mediático que se creó a si mismo. Tiene su programa "El Show de Alex Jones" en  propio canal de televisión que la red Genesis Communications Network distribuye por cientos de emisoras de todo Estados Unidos y por internet, y las páginas web InfoWars, NewsWars y PrisonPlanet

Empezó como panelista en un programa de televisión por cable en los 90, en Austin. La nada misma. Pero su imagen creció a fuerza de iracundia y rostro enrojecido, gritando sus verdades contra el statu quo y saltó a la radio. Y de la radio a la política.

Alex Jones Can't Stop Screaming | Alex Jones Master Class Part 4

Cuando era adolescente leyó el libro del periodista conservador Gary Allen “None Dare Call It Conspiracy”, que tuvo una profunda influencia en él y que él llama "el manual más fácil de leer sobre el Nuevo Orden Mundial". De hecho, en la solapa del libro se advierte: "Este libro puede tener el efecto de alterar su vida. Después de leerlo, usted no volverá a ver los acontecimientos nacionales y mundiales del mismo modo. Romperá todo su esquema; le hará reflexionar peligrosamente". Y así como muchos adolescentes tomaron posturas radicales luego de leer a Ayn Rand o a William Pierce, Jones se identificó plenamente con las teorías conspiranoicas de Allen y no precisó mucho más para formatear su modo de ver la vida y plantarse políticamente en consecuencia. 

Jones se describe a si mismo como paleoconservador y libertario. 

El 6 de enero de 2021 fue uno de los oradores en un mitin en Lafayette Square en Washington D.C. en apoyo del presidente Donald Trump, horas antes del asalto al Capitolio, por lo que ahora está acusado en el juicio que se lleva contra los asaltantes y sus organizadores: Jones estuvo antes y durante el ataque reunido con Steve Bannon, el exalcalde de Nueva York Rudy Giulianni, el exasesor de seguridad nacional de Trump Michael Flynn, y el confidente de Trump Roger Stone. En el juicio Jones dijo que "la Casa Blanca le pidió liderar la marcha hacia el Capitolio".

Llegó a ese sitio de "privilegio" luego de años de construir su imagen pública, su imperio mediático y su millonaria cuenta bancaria en base a la difusión de fake news e instalar teorías conspiranoicas con la que fue corriendo todos los límites, incluso los de una audiencia que crece cada día. 

En paralelo militó activamente a favor de los candidatos más extremistas de la derecha WASP estadounidense, fue acusado por dos exempleados de antisemitismo, racismo y acoso sexual a hombres y mujeres y fue creciendo en sus campañas conspiracionales: empezó con las obvias acerca de la supuestamente falsa llegada del hombre a la luna, del ocultamiento de naves extraterrestres en la tierra, a instalar la idea de atentados de falsa bandera: las torres gemelas le dieron el primer impulso de fama cuando instaló que George Bush era su responsable. Y con la fama, llegaron los negocios. 

No solo creció la publicidad convencional en sus emisiones, sino que Jones empezó a promover algunos "remedios y preparados" de su propia marca. Con una campaña previa de descreimiento acerca de las industrias farmacéuticas y los controles del Estado, que la gente consuma productos por fuera de esas instituciones era lo lógico, y si llevaban su sello, mejor. En cámara, por caso, él mismo toma gotas y soluciones como método de promoción, y la pandemia fue el epítome: vendió millones de goteros con un supuesto preparado que generaba inmunidad contra el COVID, que tomaba en cámara -como aquí lo hizo Viviana Canosa con mucha menor fortuna-. Se cansó de decir, además, que las vacunas generan autismo. 

Se calcula que lo siguen más de 80 millones de personas solo en suelo norteamericano. Cada uno de sus videos acumula millones de visitas. En cada uno se lo ve furioso, enrojecido, agitando sus pequeñas manitos en el aire, haciendo mohínes y burlas que mecha con insultos descarnados. Nadie está a su altura, él enseña a todos. Muestra, por ejemplo, como un grupo de personas que controlan el mundo, también lo hacen con el clima, direccionando tornados y huracanes hacia donde quieran. 

El caso del influencer Alex Jones, sus imitadores argentinos y los crímenes posibles

Pero volvamos al día en que fueron asesinados veinte niños de seis y siete años, y ocho de sus maestras. 

Dos horas después de los crímenes, Alex Jones abrió su programa diciendo que la masacre no había existido. Que no murió ningún niño, que los que se presentaban como padres eran actores, que era toda una puesta en escena de un pueblo entero para cuestionar algo que él defiende a capa y espada: la libre portación de armas. La audiencia creció, sus dichos empezaron a viralizarse. Multiplicó sus seguidores por diez y creciendo. La venta de sus productos, entre los que incluyó pines y stickers con la leyenda "no están muertos" lo convirtió en millonario. Y entonces siguió. 

Al día siguiente parodió a un padre llorando, y gritaba a cámara con el rostro desencajado: "Es un actor! es un actor!" mientras pedía a sus seguidores: "No los dejen vivir en paz! que sepan que son unas ratas mentirosas, que los desenmascaramos!" . Recurrió a reportes falsos, fotos trucadas, testimonios inexistentes y documentos apócrifos para "demostrar" que los padres mentían. Cada vez que hablaba del tema, su rating aumentaba considerablemente. Hizo de esto "su causa", y se hizo millonario. 

Los padres de los niños asesinados padecieron durante diez años no solo la brutalidad del hostigamiento de Jones, sino de sus millones de seguidores: gente que orinaba la tumba de los niños, que mandaba feroces amenazas por correo pero que también increpaba a las familias en la calle o donde estuvieren. Al enorme dolor de perder un niño de seis años asesinado en su escuela, se les sumaba una horda de personas que durante diez años los insultaron, hostigaron y persiguieron porque Jones así lo decía. 

Una encuesta hecha en 2021, cuando finalmente Jones terminó en un estrado por promover semejante daño, demostró que el 25% de la población estadounidense creía que los crímenes del colegio Sandy Hook nunca existieron, básicamente por lo que Jones había machacado durante diez años. Uno de cada cuatro, unos setenta y cinco millones de personas estaban convencidas de que los niños jamás murieron y que posiblemente jamás vivieron. En una delirante inversión de carga de la prueba, fueron los familiares los que tuvieron que salir a demostrar que sus hijos habían nacido, habían vivido y habían muerto en esas circunstancias; y no quienes sostenían lo contrario, con Jones a la cabeza. 

Cuando en el juicio se demostró no solo la megalomanía del comunicador, sino la absoluta falsedad de todos sus dichos, se justificó diciendo que si no le permitían insultar, agredir, mentir, difundir noticias falsas, estaba atentándose contra su "libertad de expresión". 

El 10 de diciembre de 2023, Elon Musk restituyó la cuenta de Alex Jones en X (antes Twitter) después de convocar una votación en la que obtuvo un 70 % de votos a favor del regreso de Jones a la red social, de donde lo habían expulsado por ser un propagador de mensajes de odio y fake news.

HBO estrenó esta semana el documental The Truth vs. Alex Jones, donde se narra esta historia. El método y su práctica está extendido mucho más allá de este caso ejemplificador, y es moneda corriente entre trolls y haters en todas partes del mundo. Quienes conocen el mundo de las redes sociales, los streaming y a los influencers de la derecha y el libertarianismo en Argentina, no podrán evitar ver las enormes similitudes. 

The Truth vs. Alex Jones | Official Trailer | HBO

¿Qué tiene de diferente Alex Jones con algunos de los fanáticos mileistas como "El Gordo Dan"? Quizá solo el número de seguidores, o que (por ahora) Daniel Parisinni no vende productos -aunque aparentemente cobra un sueldo del Estado-. Pero esa iracundia constante, la burla permanente, la supuesta superioridad que les permite el sarcasmo y el desprecio por los dolores ajenos, es la misma. Sus seguidores, igual de fanáticos, que salen al ruedo replicando el discurso con tal de pertenecer a algo que se parezca a una comunidad. Y si no es "El Gordo Dan", a quien solo tomamos de ejemplo, es cualquier otro: "El Presto", o "Dannan", o tantos otros odiadores e influencers. 

Brenda Uliarte era una fan de "El Presto" y por congraciarse con él, tal como quedó expuesto en sus chats y declaraciones, fue parte del intento de asesinado de una mujer dos veces presidenta y vicepresidenta en ejercicio; algo que de haberse consumado hubiera sumido al país en la noche más oscura de sus últimos cuarenta años, con consecuencias impredecibles. Y está claro que esa pistola a treinta centímetros de la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner no hubiera existido si sus portadores no hubieran sido taladrados durante años con discursos confabulatorios y de odio dado por estos actores mediáticos que rompieron la trama social. 

Lo dice claramente el psiquiatra Santiago Levín: vivimos un tiempo de goce de la crueldad. Es una estrategia comunicacional cuidadosamente seleccionada, un “permitido” antes inadmisible en la comunicación política. Y esa comunicación es hoy por redes y canales alternativos muy lejanos a los convencionales de principio de siglo. 

El Presto
El Presto

Desde septiembre de 2022 cientos de miles de personas, en foros y redes, sostienen que el atentado nunca existió, que fue armado, que no hubo tal arma, o la teoría confabulatoria que se les ocurra dicha entre burlas, memes y gritos iracundos. La estigmatización de quienes intentan defender la verdad, viene por añadidura. Si alguien intenta mediar, pedir algún tipo de restricción a los discursos de odio, enseguida los odiantes esgrimirán que se "atenta contra su libertad de expresión". 

Es el tiempo de los Jones difundiendo y de los Adam Lanza como espectadores/oyentes que, desplazados de un entorno poco contenedor, encuentran en ese odio un espacio de pertenencia. Son horas y horas frente a una pc, o con un teléfono, con el que encuentran pares y un discurso común. No importa la verdad, importa que esa sea una verdad que se ajuste a nuestras frustraciones, rencores o deseos. Hasta que un día, un loco, como Lanza o como Fernando Sabag Montiel salen a la calle a comerse la vida, la ajena y la propia. ¿Los Jones? siguen facturando, impávidos.