Cuentan las crónicas que el primer chatbot fue diseñado en 1966 por el científico Joseph Weizenbaum, quien en su artículo Computational Linguistics había explicado los pasos para crear a Eliza, uno de los primeros bots conversacionales de la historia.

Escrito para el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el paper de Weizenbaum no avizoraba una evolución de los asistentes virtuales más allá del ámbito científico. Imaginar un mundo en el que hablar con autómatas inteligentes fuera algo cotidiano era un terreno solo abordado por el cine de ciencia ficción.

Medio siglo después los asistentes virtuales son actores cada vez más presentes en nuestro ecosistema comunicacional.  Y es así como, al calor del crecimiento de los chatbots, se ha vuelto cotidiana nuestra interacción con robots. Pero no nos referimos solo a autómatas humanoides como C3PO, el recordado androide dorado de Star Wars, sino a otros que pululan por nuestros múltiples dispositivos como celulares, smart speakers, consolas de juegos, e incluso en el incipiente metaverso.

La asistencia virtual ya contaba con su recorrido en los Estados Unidos y en Europa, impulsado por los nuevos hábitos de interacción entre humanos y máquinas que trajeron la Internet of Things y la Inteligencia Artificial. Pero la abrupta inmersión de las personas en la virtualidad, tras la pandemia de coronavirus, potenció su uso en empresas y organismos públicos de todo el mundo. En América Latina estas plataformas cobraron un impulso inédito a través del sector público: en Perú y en México se crearon asistentes para informar a la ciudadanía en los procesos electorales de 2021; en tanto, en la Ciudad de Buenos Aires, el chatbot del Gobierno porteño marcó un rumbo a seguir en la región tras su integración con WhatsApp.

El creciente oficio de entrenar chatbots

El sitio Markets & Markets estimó que para 2026 el mercado mundial de “conversación IA”, que engloba a todas las interfaces de asistencia virtual usan Inteligencia Artificial, crecerá a 18.400 millones de dólares.

Este escenario optimista plantea un interesante desafío para la comunicación digital: ¿cómo enseñar a las máquinas a hablarle a las personas? La respuesta está en el Procesamiento de Lenguaje Natural, un área de la Inteligencia Artificial que apunta a que los bots realicen diálogos lo más parecidos a los que tienen los humanos entre sí. Pero no es nada fácil.

Es que, para una máquina, entender un lenguaje no es solo buscar el significado de las palabras en un diccionario. Existen muchos términos o expresiones que, sacados de contexto, pueden significar incluso su opuesto. Esta distinción, que para una persona es muy sencilla de hacer, para un chatbot es más difícil: con toda la Inteligencia Artificial a cuestas, los asistentes virtuales más avanzados todavía no pueden prescindir de los humanos para realizar sus tareas y, quizá, nunca se independicen.

No es una mala noticia, después de todo. Contra los pronósticos neoluditas de la Sociedad de la Información, el mercado laboral de la conversación digital recluta cada vez a más expertos en lingüística, comunicación e incluso artes dramáticas para diseñar y entrenar los diálogos que tendrán los asistentes virtuales con sus potenciales usuarios. ¿Su función? Desde pensar la “personalidad” y el carácter que tendrá el bot, hasta crear la arquitectura de los flujos de conversación posibles. El entrenamiento supone así detectar si los “intentos” de diálogo con el usuario tienen sentido y, eventualmente, corregirlos.

En definitiva, los chatbots, la conversación digital y esta tendencia que pugna por enseñarle a hablar a las máquinas están forjando nuevos y pujantes oficios, hijos de esta era de la Inteligencia Artificial que, en los años ‘60, sólo era imaginada en las películas de ciencia ficción.