“La ignorancia es una fortaleza” es una frase vieja, que se aplica a maridos engañados, a una canción de Los Ramones, y muchos significados más. Fundamentalmente, es una de las terribles frases de “1984”, la novela distópica de George Orwell donde mienten y confunden todo el tiempo a los ciudadanos. Se usan falacias, se distorsiona, se cambia el significado de las palabras, etc.

Algo parecido ocurre en Argentina, donde se distorsionan tanto los conceptos que la solución se convierte en problema. Una diputada considera que “Argentina tiene la maldición de exportar alimentos”. ¡Disiento! Las exportaciones son, han sido y serán la fuente de mayor crecimiento posible en cualquier economía del mundo. Argentina produce alimentos, fibras, minerales, energía, turismo, conocimiento, y hasta un reactor. Es decir, todo tipo de bienes y si no exporta más es porque no tiene suficiente calidad o no es rentable. ¡Si lo fuera, lo haría!

Las exportaciones permiten vender más cantidades a mejor precio. Por supuesto que algún consumo puede haber doméstico, de lo que sea, en todas partes. Por el contrario, imaginemos que alguien dijera que los diamantes u oro tienen que tener un precio accesible para todos los del país, o que un satélite tiene que venderse a un precio tal que los ingenieros puedan comprarlo o cualquier otro absurdo similar.

Otro error de la supuesta maldición es que los precios argentinos de todas las exportaciones ya están desacopladas de los precios internacionales por las retenciones y muchos impuestos. Ni siquiera menciono el tipo de cambio fijo y la obligación de liquidar divisas, dos despropósitos inexistentes en otros 200 países. El precio de todos los insumos, fundamentalmente salarios, están dados por su productividad y disponibilidad. Si los salarios son bajos es porque hay otros costos que pagar –nuevamente impuestos-, y la productividad global es menor que en otros países. Estimado lector: recalco que dije productividad global, no la suya o la mía o la de su primo.

Supongamos por un instante que el argumento escuchado estos días de la “maldición de exportar alimentos” fuera cierto y que por lo tanto los productores deben vender más barato aquí que en otras partes. ¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Por qué no obligar a los que venden ropa o camionetas o zapatillas? Es más, ¿por qué no baja el propio Estado sus impuestos, mucho más altos a los alimentos que en cualquier país del mundo? Es absurdo exigir que Juan pierda para beneficiar a Pedro.

Insisto en la mentira de la mencionada “maldición”, y agrego varios argumentos a favor de la exportación de productos agropecuarios. Argentina necesita importar elementos que no produce, para lo cual necesita dólares que por ahora sólo provienen de las expo agropecuarias, ya que las otras industrias son deficitarias en cuanto a comercio exterior. De hecho, los últimos meses tuvimos saldo comercial negativo. Llevará mucho tiempo y grandes inversiones generar exportaciones de otro tipo, especialmente si hubiera ley pareja y sufrieran las mismas exacciones que las exportaciones agropecuarias. Si sólo se ponen esas trabas sobre algunos productos agropecuarios se perderá lo poco que va quedando del tejido social del interior, las ciudades pequeñas que tienen como principal fuente de empleo al agro, la innovación constante del sector agropecuario argentino, y los grandes avances en biotecnología. Sobrarían camiones y los puertos estarían ociosos.

Asumo que en el gobierno se limitarían a castigar –aún más - sólo al maíz y al trigo pero no también a más de 200 productos agropecuarios de exportación. Si, más de 200: piense en varias frutas, yerbas, tabaco y té, lana, flores, miel, carnes, cueros, aceites, vinos, etc. Sin contar subproductos como carteras, cuchillos hechos con astas, ropa de algodón o lino o lana, etc. Miles de empresas. Aun así, somos uno de los países más cerrados del mundo y tenemos muchas menos empresas exportadoras que hace 20 años. ¿Cuantas más quieren cerrar? La ignorancia de la frase es demoledora, o mejor dicho, esa ignorancia es justamente nuestra maldición.

Si la producción creciera, y/o se vendiera más caro, ganan todos: el Estado recauda más impuestos, el productor cobra más dinero y toda la cadena se beneficia. Esa parte es la más importante y vale la pena remarcarlo. Si hay más maíz (por poner otro ejemplo reciente) se necesitan más maquinarias y más gente, más servicios agronómicos, más camiones para transportar, y más restaurantes en la ruta. Por supuesto, se pagan más impuestos en cada etapa.

Otra gran mentira es que obligar a vender barato beneficia al consumidor. Al fin y al cabo, el dinero de algún lado sale, y si no, el vendedor prefiere no vender. Recordemos una vez más que solo la competencia baja genuinamente los precios.

Decir que Argentina tiene un problema por exportar alimentos hubiera sido demasiado hasta para George Orwell en “1984”.