En las últimas horas evidencié nuevamente esta confusión que es histórica y a la que dedico esta nota. Destaco desde un comienzo, que he visto cometer esta falla de análisis, en mis cuarenta años, tanto a quienes desprecian como a quienes creen estar defendiendo lo popular.

En este sentido, quiero afirmar desde un comienzo que todo lo acaecido en torno a la Casa Rosada con motivo del funeral de Diego Armando Maradona, nada tiene que ver con un fenómeno popular. Nada. La violencia, la falta de respeto, la brutalidad, la amenaza, el mal gusto, el desborde, el abuso de alcohol y drogas, no son fenómenos populares. Por el contrario. Lo popular sí tiene que ver con lo masivo y sí tiene que ver con fenómenos del tipo bottom-up (de abajo hacia arriba). Pero lo popular no se relaciona (y en esto me permito ser taxativo) con lo barbárico.

Esta confusión propia de quienes creen conocer fenómenos por verlos a través de una pantalla y que es compartida, como decía al comienzo, tanto por quienes rechazan lo popular como por aquellos que en las últimas horas intentaron acercarse al fenómeno para congraciarse, ha traído enormes consecuencias en nuestro país.

Sin ir más lejos, voy a usar el ejemplo del folklore. Un fenómeno profundamente popular en gran parte de nuestro país, rico en costumbres, cultura, formas estéticas y éticas, y que nada tiene de barbárico, fanático o violento.

Tampoco es barbárico el Turismo Carretera, y se extiende por todo el país, convocando a cientos de miles de seguidores, con sus familias. Y me atrevo a decir más: tampoco el fútbol es esencialmente barbárico. Sí lo son las hinchadas financiadas por el narcotráfico, el sindicalismo y la política; fenómeno que lejos de ser histórico, es más bien reciente, aunque su crecimiento ha sido exponencial como sucede con el resto de los flagelos que estamos viviendo hoy día. Cuarenta años, a lo mucho.

El problema es que nuestro país, por diferentes cuestiones que tienen mucho que ver en parte con el sistema electoral, se ha conurbanizado. Y en esa conurbanización, hemos confundido causas con consecuencias; fenómenos pequeños, pero bien organizados, con fenómenos profundamente mayores en popularidad y número, pero dispersos.

La conurbanización que menciono no es un tema de geografías, sino de cultura. Y tampoco es una cuestión endilgable a la gran mayoría de quienes, como quien suscribe esta nota, hemos nacido en el conurbano bonaerense, sino que es el producto de la sobredimensión y sobre-representación de ciertos fenómenos que existen en este ejido hiperpoblado, y que se explican por el cínico aprovechamiento político, la relativización profunda de la justicia, el avance del crimen organizado, y la romantización que los medios de comunicación han generado de una cultura violenta que lejos de tolerarse, debiera ser combatida.

En estas horas, los aprendices de brujo han tratado de condenar, por un lado y de favorecer por el otro, esta falsa visión, sin comprender que lo que se ha evidenciado en los medios es un fenómeno acotado pero ruidoso, no popular. En ese sentido me animo a una segunda afirmación taxativa y aún más polémica: el fanatismo por Diego Armando Maradona no es masivo en nuestro país.

Sí, leyó bien. Que hay una gran mayoría que aprecia su fútbol es cierto, desde ya. Que cientos de miles, tal vez millones, lo han apreciado en vida, es cierto. Claro está. Pero de ahí a desgarrarse la piel en tatuajes con su cara, arrodillarse a rezar sobre su estampita, llorar desconsolados, abandonar el trabajo para ir a su velorio, o salir a romper todo por su fallecimiento, hay una distancia sideral que los medios no reflejan porque la romantización de los excesos es más conveniente.

Argentina sufre desde la vuelta de la democracia de un típico fenómeno de espiral del silencio. Lo cierto, no puede decirse. Lo reverenciado por la prensa, los artistas, y un núcleo pequeño pero activo de comunicadores, termina imponiéndose. Y la política copia la pose para apoyarse en todo este aquelarre residual, en la desesperada búsqueda por legitimación.

A lo largo de los siglos, la expresión barbárico, denotó aquello cuya existencia es foránea y al mismo tiempo, incomprensible. Como apelativo descriptivo, daba sentido a todo lo situado por fuera de aquella civilización circunstancial que observaba a esos otros llamados entonces bárbaros. Sin embargo, como adjetivación, lo barbárico siempre significó lo alejado del progreso, del orden, de la ley, de la convivencia pacífica. En resumen, podríamos decir, del contrato social que deviene del imperio del estado de derecho.

Mucho se ha trabajado para denostar la figura de uno de los más grandes hombres que tuvo este país, quien no dudó en su tiempo en contraponer, en una de sus obras más conocidas, a la Civilización con la Barbarie. Sí, Domingo Faustino Sarmiento, uno de los fundadores de esta nación, y uno de los protagonistas principales de los años más gloriosos de este país, ha sido recubierto con el paso del tiempo, de ese halo de revisionismo insidioso que, no casualmente, ha ido derruyendo los cimientos sobre los que este país alguna vez se paró cara a cara con los poderosos del mundo. Traigo la figura de Sarmiento a este texto, porque por mucho tiempo se ha intentado subvertir y censurar su obra, para que la expresión barbárico no pudiese utilizarse.

Hoy considero que es preciso regresar por un instante a quienes vieron un norte claro para nuestro país y lo acercaron a él, y por qué no entonces retomar esta dicotomía entre civilización y barbarie para señalar sin miramientos, a los bárbaros que nos han sometido en las últimas horas a la vergüenza mundial de no poder despedir a un ser humano querido por muchos, de una forma civilizada. Y desde ya que este señalamiento no apunta única y exclusivamente a todos aquellos que ese día fueron protagonistas desde la calle de esas acciones repudiables, sino a los verdaderos bárbaros: los que, desde un sillón de poder, se apresuraron a utilizar la muerte como trampolín político, para una vez evidenciada su torpeza, quitarse toda responsabilidad acusando a la familia del fallecido, que aún no se recuperaba de su natural congoja.

Salir de donde estamos implicará sufrir rechazos de todo tipo. En las últimas horas, cada uno de los que nos hemos animado a no plegarnos en la ola de la corrección política y a expresar públicamente alguna opinión disonante sobre la figura de Maradona o sobre el desborde que sus exequias han causado, recibimos el sablazo pendenciero de quienes quieren seguir sosteniendo un statu quo pernicioso y decadente por interés personal, y de quienes se pliegan a esta espiral del silencio, por temor al escarnio público.

Sin embargo, la Argentina del orden, del trabajo, de la paz, del progreso, del respeto y, justamente, de lo popular, va a terminar imponiéndose, conforme nos animemos a decir cada día, ni más ni menos, que la verdad