Corría septiembre de 1994 y el entonces ministro de Economía, Domingo Felipe Cavallo, le dijo a los investigadores del Conicet en general, y la socióloga Susana Torrado, en particular, ¡"que se vayan a lavar los platos”!, en lugar de andar discutiendo sobre los niveles de desocupación que se habían alcanzado durante la primera presidencia de Carlos Menem. Luego Cavallo, a través de otras personas, le pidió disculpas a Torrado, quien había hablado sobre la desocupación, y el tema quedó como otra anécdota más de “La Década el 90’”.

Casi 30 años después, el candidato a presidente por La Libertar Avanza, Javier Milei, aseguró que el Conicet “tiene 35.000 personas, y la NASA, 17.000. Me parece que el Conicet no produce en línea con lo que produce la NASA. O sea, la productividad del Conicet es bastante cuestionable. La NASA, digamos, me parece que produce un poquito más”.

Lo cierto es que la comparación que hizo Milei no es correcta en términos de cantidad de personal entre el Conicet y la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio), ya que ambos organismos no tienen las mismas funciones. El equivalente argentino de la NASA es la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), que está conformada por 288 personas.

Está claro que Milei apuntó, aunque de manera equivocada, a la productividad de estos organismos estatales, y generó la lógica polémica sobre el destino de los fondos públicos.

Es en ese contexto que el decano de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral, Luis Dambra, analizó los principales indicadores argentinos en Investigación y Desarrollo (I+D,) y, a manera de conclusión, dio cuenta que ese sector “demanda más protagonismo de las empresas y más inversión en desarrollos enfocados en las necesidades de la sociedad”.

“Es evidente el retroceso de nuestra capacidad innovadora”, advirtió Dambra en su investigación, y puso como ejemplo que “en 1980 (los argentinos) duplicábamos a Corea en la cantidad de patentes por millón de habitantes. Después de 40 años, nosotros retrocedimos y ellos multiplicaron sus patentes por 170”.

Ese resultado “no fue casualidad; fue el fruto de una política coordinada y coherente” que llevó adelante el país asiático.

Dambra apunto que en Argentina “discutimos mucho cómo distribuir riqueza, pero nos hemos olvidado de reflexionar sobre cómo generarla. No hemos sabido entender que la solución de fondo es ciencia y tecnología aplicada a los negocios, para generar y exportar valor agregado”.

El profesor del Área de Operaciones y Tecnología del IAE Business School dio cuenta que “en los organismos públicos, el 85% de su inversión se enfoca en investigación básica y aplicada, dejando solo el 15% para el desarrollo”, en tanto, en el ámbito empresarial, “tiene una fuerte orientación al mercado y la investigación experimental".

Para Dambra, que es además Director del Centro de Innovación y Estrategia para América Latina (CIEL), un portfolio adecuado para revertir la urgente situación “en Argentina sería destinar el 10% a investigación básica, el 40% a investigación aplicada, y el 50% al desarrollo experimental”.

El representante de la Universidad Austral detalló que Argentina tiene uno de los niveles de mayor inversión en I+D en relación al PBI dentro de América del Sur, y un crecimiento en su porcentaje de investigadores.

Otra mirada aportó la investigadora del Conicet, cercana a Juntos por el Cambio, Sandra Pitta consideró que “Milei simplifica mucho cuando dice que los investigadores no son productivos”.

La científica, que mantuvo varios cruces con el kirchnerismo, dijo que “el Conicet es una máquina de impedir, como todo el Estado en general” y aseguró que la burocratización, los sesgos ideológicos y los problemas de la macro afectan el desarrollo de la ciencia en Argentina.