China fue el epicentro de la epidemia y cortó la circulación del virus con políticas sanitarias que implicaron un control exhaustivo sobre los movimientos de su populosa ciudadanía. Hubo durante la pandemia un cuestionamiento generalizado sobre las cifras oficiales de casos y muertes, que bajaron drásticamente en cortos lapsos de tiempo, y sobre un posible blindaje a la misión de la OMS que pretendía determinar el origen del virus en la ciudad de Wuhan.

Contra lo que podría pensarse a priori desde el prisma latinoamericano, el testimonio de la profesora ecuatoriana Alexandra Cárdenas, residente en Dongguan -provincia de Guangdong situada a más de 2000 kilómetros de Beijing- revela diferencias culturales y de idiosincrasia que hacen que una estrategia sanitaria con dispositivos tecnológicos de avanzada al servicio del Estado pueda observarse como algo satisfactorio.

En una entrevista de la periodista Martina Vera Pérez para TN Internacional, Cárdenas señala que "la idea que se tiene en Occidente y que yo también tenía es equivocada en muchas cosas. En Occidente tenemos la idea de que China es comunista, oscuro, gris, sucio; pero eso es errado. Es un país muy libre, donde hay muchos servicios, donde todo funciona. La calidad de vida que tengo aquí es maravillosa", expresa.

Cárdenas es docente en un colegio americano en el país asiático. Volvió a dar clases presenciales en agosto y ponderó el monitoreo absoluto del gobierno, el seguimiento cercano de contagios y el rastreo de los contactos estrechos. A partir de la omnipresencia del recurso tecnológico, la política sanitaria dejó poco margen para la circulación del virus y permitió la reapertura escalonada de actividades por comunidad, luego de una inactividad económica "intensa pero corta", según el relato de la profesora ecuatoriana.

El sistema sanitario chino, a grandes rasgos, tiene en las agencias de noticias oficiales un mecanismo para mantener permanentemente informada a la ciudadanía de lo que ocurre en su entorno. Los mensajes del Estado llegan a los smartphones de una forma ágil y dinámica, que permite tomar decisiones de acuerdo a la situación de cada persona y de cada localidad.

El esquema de testeos masivos también funciona sin desperfectos: "En menos de un día la persona se hace el PCR y tiene su resultado en cualquier lugar del país", señala.

Según cuenta Cárdenas, el gobierno notifica directamente a quienes hayan tenido contacto estrecho con un positivo en el subte, en la panadería o en un bar y automáticamente, da aviso a la persona a través de la base de datos para indicar el aislamiento preventivo. Si hubo un contagio, se aísla a todas las personas que hayan compartido espacio y tiempo con el infectado.

Ese mecanismo de activación de protocolos trajo cuestionamientos por significar para muchas personas un avasallamiento sobre las libertades por parte del poder estatal. "Hay un registro de dónde estuviste, todas las personas que estuvieron en un café reciben un código si es que hubo un positivo".

Todo se hace a través de tecnología QR que se exige para entrar a un local, a una sala o a un medio de transporte y eso habilita o no a la persona a ingresar a un sitio, con los colores del semáforo como referencia. "Si estuviste en contacto con un infectado, al siguiente lugar que vas el sistema te notifica que no podés entrar", cuenta. La actualización es constante.

Lo mismo ocurre con los barrios: si hay un covid-19+, se aísla a la localidad entera, pero con acceso a servicios esenciales de calidad: "Es comida sana, deliciosa, económica y con menús caseros". Las medidas son rigurosas, pero el Estado garantiza servicios y eso hace que culturalmente sean más tolerables: "Creo que por mi salud prefiero que nadie esconda su estado de salud y que el gobierno lo sepa. Es necesaria una política así para controlar una pandemia", concluye la docente.

Sobre las sospechas de ocultamiento de información oficial por parte del gobierno chino, Cárdenas considera que "es muy difícil esconder esta pandemia: no hay gobierno que pueda esconder la velocidad con la que se propaga esto".

Occidente es por estos días escenario de una discusión que se extiende a todos los rincones del mundo y tiene que ver con el poder de los Estados para restringir las libertades de los ciudadanos en pos de contener los contagios de coronavirus. Frenar la pandemia hizo que las autoridades escogieran estrategias que implicaron vulneraciones sobre derechos y garantías básicos de las personas.

El fenómeno provocó que se pusiera en tela de juicio el rol de los gobiernos, por un aprovechamiento de la situación para desplegar un poder de policía que generó rechazos en distintas latitudes.

Los autoritarismos orientales, vistos desde la óptica de este lado del planeta, suelen servir como prototipos para señalar lo que en Occidente, y particularmente en Latinoamérica, ha sido cuestionado y ha generado masivas movilizaciones de reclamo por las garantías constitucionales básicas.

Lo que en algún momento forjó un consenso entre los mandatarios y los individuos en cuarentena se quebró: la crisis económica, los costos políticos y el hartazgo social hicieron que las autoridades se vieran obligadas a flexibilizar medidas y quienes no lo hicieron recibieron exhortos y advertencias de organismos internacionales de Derechos Humanos.