Esta última semana estuvo atravesada por múltiples episodios que no son más que una muestra de los desequilibrios que acarrea la Argentina. Por un lado, la avalancha de los bonos CER es el espejo de la incertidumbre que esgrime el mercado respecto a la sostenibilidad y rolleo de la deuda pública en pesos. Los vencimientos en pesos son elevados e imponen presión a Finanzas para hacer cada vez más atractivo el menú de títulos ofrecidos y poder cerrar el programa financiero en pesos cumpliendo con el compromiso de no recurrir a la emisión más allá del 1% del PBI.  

En junio vencían $ 600 MM (equivalente a unos USD 5 MM). Después de una licitación donde Finanzas ofreció tasas por debajo de las del mercado secundario, el Gobierno lanzó un canje que despejó la mitad de los vencimientos del mes y los postergó para lo que resta del año. Con alta participación de organismo públicos, dejó en evidencia la preocupación respecto a la factibilidad de captar todo el financiamiento que requería para hacer frente a dicho pago.

Claro está, sobre esta falta de confianza se prevé un mayor déficit fiscal al pautado con el FMI, donde esperamos que se exceda la meta inicial en torno a un punto del PBI por impacto de subsidios en energía y por cierta dispensa en la política de gasto. Por lo pronto, la vicepresidenta en su discurso en la CTA comparó a nuestro país con las grandes economías del G20, enfatizando que las economías líderes también tienen déficit fiscal. 

La cuestión no sería tanto refutar o no la existencia del déficit, sino la sostenibilidad del mismo. El problema es que de alguna manera se debe pagar: con emisión (más inflación), con deuda (más impuestos a futuro) o con reservas (que hoy no tenemos). Adicionalmente contamos con la desventaja de que no crecemos de forma sostenida desde 2011, por lo que el peso de la deuda (que crece también) se va haciendo más grande e imprime más presión sobre las cuentas fiscales que se deben solventar de algún modo. Por lo tanto, la discusión no debería danzar en torno a <déficit sí / déficit no> sino alrededor de cómo se ordena la economía para transitar esta racha de la manera menos traumática para la sociedad.

En simultáneo, la exmandataria busca reconstruir su figura, apelando también a las épocas de bonanza que parecieran buscar calar en lo profundo de una comunidad cansada de una caída del salario real que va por el quinto año consecutivo. Lo notorio es que este juego se daría despegándose de su par en la Casa Rosada, quien parece buscar adeptos dentro y fuera del territorio. Invitó al Presidente de la Cámara de Diputados a la cumbre del G7, mientras que hace equilibrio en una relación ambivalente con Rusia, donde las demoradas críticas respecto a la invasión a Ucrania fueron olvidadas con un dulce acercamiento bajo la intención de sumar a Argentina al BICS.

Mientras tanto, la tímida solidez alcanzada por nuestra economía comienza a deteriorarse, con un superávit comercial que se redujo 79% a/a, anotando tan sólo USD 357 M en mayo. Menos de lo que tuvo que vender el BCRA en una sola semana. Así, el llamado “festival de importaciones” parece estar tocando su techo, con un gabinete intranquilo que dispuso nuevas medidas para endurecer el cepo cambiario, buscando amainar la actual dinámica comercial en una carrera que no logra corregirse para bien.

Por otro lado, en una economía que navega sin anclas, el ministro parece apelar a la última (aunque ya utilizada) carta bajo la manga: las expectativas. De esta forma, en conjunto con la actualización del presupuesto vía decreto, circuló de forma informal una nueva proyección de inflación del 62% para fin de año por parte del gabinete. Se buscaría así intentar ‘morigerar’ la escalada que vienen presentando los precios vía una proyección “más acorde”, que se vea replicada en las negociaciones salariales. El punto estará en qué tanto soportará esto la sociedad en un contexto donde el precio de los alimentos viene aumentando a un ritmo superior al 5% por mes (+80% anualizado), lo cual erosiona rápidamente cualquier incremento salarial que se disponga.

En síntesis, la coalición gobernante enfrenta una serie de frentes abiertos, sobre los que se suma su propia fricción interna. Por su parte, una oposición que emerge con cierto grado de esperanza, tampoco logra dirimir sus discusiones internas. Sin embargo, corre con la ventaja del tiempo; para la actual administración el reloj pareciera correr más rápido.