Cuando los analistas centran su atención en el gobierno de Mauricio Macri, señalan múltiples razones para su fracaso. Por lo general, las disquisiciones giran en torno a si debió o no optar por un programa de reformas más drástico y menos gradual; a si en lugar de tomar deuda, hubiese sido conveniente ajustar el gasto público y bajar impuestos; a si en vez de confiar en la ejecución de obras como mecanismo de validación social, era necesario tener una actitud más proactiva al momento de explicar a la ciudadanía qué estaba haciendo y porqué.

Lo que rara vez se señala es la incapacidad del ex presidente Macri para percibir el momento histórico que lo había convocado, su necesariedad implícita y, por ende, las acciones que de ella se desprendían.

A mi entender, Sr. Presidente, Macri no tuvo otro mandato por parte de sus votantes que el de dar vuelta la historia decadente en la que se halla sumergida nuestra República, logrando con inteligencia política desterrar para siempre a los sectores más radicalizados del espectro político. A lo sumo, quizá también, dar pequeños pasos hacia la consolidación de políticas públicas más racionales y acertadas, como las que aplican sin ir más lejos, nuestros vecinos de la región. No mucho más.

El pueblo argentino no votó a Macri para obtener un shock de obra pública; no votó a Macri para reinsertar a la Argentina en el mundo; no votó a Macri para que intentase un cambio de régimen laboral o jubilatorio, entre algunos otros intentos fallidos. Y no porque todo eso no fuese necesario para regresar a la senda del desarrollo económico y social, sino porque ninguna de estas máximas puede consolidarse, si opciones políticas radicalizadas siguen tensando el espectro político e impidiendo un debate maduro dentro de una república democrática.

Y lo que en tal sentido tampoco se suele decir, es que, si hubiese sido consciente el ex presidente Macri de su tiempo y lugar, a los pocos días de haber resultado exitosa su alianza de gobierno en las tres principales jurisdicciones electorales del país, lejos de cerrarse sobre su entorno, debió hacer un llamado público al resto de las fuerzas políticas que no comulgaban con esos extremismos, formando un gabinete amplio de transición propio de los tiempos de crisis económica e institucional en los que Argentina se halla hace décadas. A mi entender, esa fue la razón principal del fracaso de Macri, y lo demás simplemente ocurrió por añadidura.

No voy a describir a qué refiero con opciones radicalizadas, Sr. Presidente. Nadie las describió mejor que Ud. en el período desde su atinada renuncia como Jefe de Gabinete hasta los prolegómenos de su candidatura; nadie, de hecho, logró hasta hoy explicar ese extremismo como Ud. lo hizo con todos sus fines y prácticas; nombres y apellidos.

Yo sé que Ud. sabe a qué refiero mejor que nadie en este país.

Sr. Presidente Fernández, yo deseo que su mandato no fracase como el de Macri, y por eso le escribo. Un 40,28% del país no lo acompañó en las urnas. Un porcentaje considerable, que teniendo en cuenta el pobre gobierno que hizo su antecesor, solo puede explicarse por el temor que genera parte de la fórmula que Ud. encabeza. Pero lo significativo, Sr. Presidente, es que gran parte del 48% que sí se inclinó por Ud. en octubre pasado, también lo hizo esperando que los alejase de ese mismo temor y confiado de que Ud. fuese ese Alberto Fernández que tan bien describió esa radicalidad supina y que se mostró como un hombre moderado, dispuesto a conciliar antes que a agredir; a respetar las leyes antes que a avasallarlas y a escuchar al periodismo antes que a mortificarlo.

Sr. Presidente, aún está a tiempo. Entienda también Ud. el momento histórico que lo convoca. Haga hoy ese llamado que Macri no supo hacer ayer. Amplíe su gabinete dándole mayor participación a los componentes moderados de su alianza, e incluso más, invite a formar parte de su equipo a miembros de la oposición, como suele ocurrir en tiempos de crisis extrema en otras naciones. Haga un llamado con hechos concretos a que ese 40,28% lo respalde por primera vez y a que sus propios votantes, los suyos, los de Alberto Fernandez, vuelvan a confiar en su hombría de bien. Y no dude un instante en repudiar abiertamente la radicalidad y en combatir explícitamente los discursos incendiarios que provocan e incitan a una falsa lucha de clases. Conviértase en el hombre que puede dar vuelta la página decadente en la que se inscribe nuestro país hace décadas, y dote de masa política racional a su gobierno, evitando así que la radicalidad siga avanzando sobre las instituciones, sobre el desarrollo económico y sobre los sueños de millones de argentinos.

Le doy mi palabra de honor, Sr. Presidente, que esta no es una chicana. Todo lo contrario. Tengo cuarenta años en esta tierra y las crisis políticas y económicas me han costado mucho, incluso una familia rota tras la decisión de mi padre, en plena hiperinflación, de salir a buscar, como tantos otros en aquél entonces, mejor destino en otras tierras. He vivido también el 2001, ya siendo estudiante de Ciencia Política. Vi los destrozos, la sangre derramada, el quiebre institucional, y cientos de miles de proyectos de vida que jamás han podido recuperarse. Aun así, la crisis que tenemos por delante no es comparable con ninguna otra. Y eso también Ud. lo sabe. Lo que los argentinos estamos a punto de enfrentar será para este país un antes y un después, mas sin embargo aún tiene Ud. la posibilidad de que ese después sea uno de oportunidad y no de tragedia.

Sr. Presidente, sé que lo que propongo en estas líneas contradice la intuición de muchos; sé que probablemente le resulte risueño, ¡¿quién podría pensar en buscar un gabinete de coalición con un 48% de los votos obtenidos hace tan solo ocho meses?! Probablemente pocos. Del mismo modo que pocos vieron en aquellos éxitos electorales de Cambiemos en 2015 y 2017, la necesidad de ampliar y negociar, y no de salir a cazar brujas hasta que fue muy tarde.

De un modo u otro, quedarán estas líneas impresas para recordar algún día que aún en lo improbable, aún en lo incierto de todo futuro y con profunda humildad, alguien se animó a sugerirle el camino por el que finalmente optó, convirtiéndose en un salvador de la patria, o por el que no supo, no quiso o no pudo optar, siendo entonces arrastrado por la inevitable fatalidad que tenemos por delante.