Primero fue la inoportuna secuencia con Diego Santilli, Martín Lousteau, y Gerardo Morales intentando emular (sin éxito, desde ya) la icónica fotografía de The Beatles en Abbey Road. Pocos días después, Larreta también aparecería en imágenes de una reconocida red social intentando venderle un pancho a un niño, haciendo equilibrio sobre una tabla de surf (mientras puede observarse un ayudante a punto de ahogarse sosteniendo la tabla), con un folklórico sombrero y una sonrisa forzada junto al chaqueño Palavecino y absorbiendo incómodo con su mejilla todo el sudor del pecho de “la Mona” Jiménez en un abrazo incomprensible si no media con el cuartetero una amistad real.

Sí, todo casi en la misma semana.

Se preguntará el lector qué beneficio puede traerle al precandidato a presidente este raid de incomodidades que rozan lo ridículo. Podrá preguntarse el lector, también, por qué ejecutarlo tan próximo; tan uno seguido del otro, como potenciando incluso esa sensación de “¿no será demasiado?” que ya se tiene con la primera imagen en donde cuatro señores mayores encorvados intentan copiar a una de las más vanguardistas bandas de rock de todos los tiempos.

Son preguntas válidas. Intentemos darles respuesta.

En primer lugar, puede deducirse que los números al intendente porteño no le vienen dando bien. Así como en el fútbol equipo que gana no se cambia, en la política ningún candidato que tiene asegurada su victoria acepta un debate al que no está obligado, ni tampoco fuerza su imagen a los límites que esta soporta si los guarismos le vienen dando al alza. Desde esta perspectiva, la intensa recorrida de los primeros días de enero con un Larreta intentando ser quien jamás fue, es una señal de autentica desesperación de quienes intentan guiar al candidato al sillón de Rivadavia.

¿El objetivo? múltiple:

Por un lado, probar rápidamente en los primeros días del año una nueva estrategia y salir a medirla después. Si a la vuelta de los cotejos el intendente porteño mejoró su posicionamiento e intención de voto, demos por seguro que tendremos más incomodidades que presenciar en los meses venideros. Si por el contrario la estrategia relámpago resultó equivocada, el personaje a interpretar por el candidato del PRO será algún otro. Así de simple.

Sin embargo, eso explica por qué se realizó la bajada (como le gusta decir al Círculo Rojo) de forma tan abrupta pero no por qué no vimos a un Larreta más cercano a su rictus histórico, escondiendo esa sonrisa que tanto lo incomoda y en una posición más digna del burócrata serio y eficiente con el que construyó su imagen. La razón en este caso puede encontrarse en el creciente peso específico que el segmento joven viene teniendo en el padrón electoral y la enorme distancia que muestra éste, en los distintos guarismos electorales que vienen circulando, para con el candidato porteño. Sí, Larreta parece caerle tan bien al establishment consolidado como parece serle esquivo al amor electoral no solo de aquellos que son literalmente jóvenes sino también de aquellos otros que quieren un cambio más profundo en la realidad del país. ¿Y cómo pretendió estas semanas Horacio (como ya es dogma llamarlo dentro de las filas de su partido) llegarles a unos y otros? Sí, haciéndose el gracioso e intentando maximizar un carisma del que jamás fue portador.

La pregunta a esta altura del análisis podría ser ¿por qué se lleva la imagen de los candidatos a tales extremos? ¿Por qué se ha abandonado lo que otrora fueron las “plataformas de gobierno”, llenas de propuestas, y se ha abrazado a esta altura casi sin miramientos el extremismo de lo payasesco?  Una posible respuesta tiene que ver con la aparición en nuestro país de una figura tan exitosa y disruptiva como la del consultor Jaime Durán Barba.

A esta altura ya no es ningún secreto que el brillante consultor ecuatoriano ha sido una de las claves por las cuales un “vecinalista” partido porteño como el PRO llevó en poco más de diez años a su líder y figura, Mauricio Macri, de Intendente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires al sillón de Rivadavia, siendo en tal sentido el primer candidato por fuera del Radicalismo y el Peronismo en no solo hacerse con la banda presidencial sino incluso con terminar su mandato. Lo cual en un país como Argentina es toda una proeza. Durán Barba, en tal sentido, ha signado no solo el modo en que el PRO hace campaña, incluso cuando avanza en alianza con otras fuerzas, sino el modo en que sus miembros ven la política.

Debo confesar que siempre tuve respeto por Jaime. Tanto cuando lo he leído como cuando lo he escuchado en reuniones privadas y en conferencias, he ratificado la intuición de que es de esas personas que, incluso más allá de lo profesional, se encuentran en otra liga. Sin embargo, al mismo tiempo, nunca le he terminado de creer enteramente. Digo esto porque a mí entender Duran Barba ha sido muy inteligente en encubrir necesidades prácticas con marcos teóricos a posteriori. O dicho de forma más sencilla y a modo de ejemplo: ha inundado sus campañas de sombrillas, colores, música y bailes, y las ha vaciado de propuestas, discursos y contenido, no tanto porque (como le gusta afirmar) la ciudadanía se haya feminizado o porque la gente ya no quiere escuchar sino que la escuchen, sino porque ha asesorado sistemáticamente a candidatos poco formados, absolutamente incapaces de sostener un discurso, instalar agenda, fungir de pedagogos y tener una mirada auténtica y trascendente del devenir del país. Mi hipótesis es entonces, que frente a esa realidad Jaime construyó (con evidencia fáctica, pero siempre parcial) un gran relato que le ha permitido a Mauricio Macri, por caso, alcanzar sus objetivos sorteando sus carencias de origen y sin que ni propios ni ajenos se dieran realmente cuenta.

¿Le quita mérito al ecuatoriano esta treta? Claro que no. Por el contrario. Lo realza como el genio que es. El problema es que, si la hipótesis es correcta, solo él en su fuero interno sabe que sí existe otro modo de hacer política, que los líderes sí pueden convencer a la ciudadanía de los cambios que son necesarios, que no siempre el votante quiere solo ser escuchado, sino que muchas veces ansía también ser realmente guiado (sobre todo en momentos de profundas crisis) y que no hace falta en todo tiempo y lugar recurrir a la ridiculización de los líderes “para acercarlos a la gente”.

El problema también es que “la doctrina Duran Barba” sirve (o al menos a Macri le ha servido) para llegar al poder, pero luego no sirve para gobernar. Si bien es material para una nota especialmente dispuesta al respecto, baste decir hoy que uno de los puntos más fallidos del gobierno que lideró Mauricio Macri en el período 2015-2019 es su absoluta incapacidad de explicarle a la ciudadanía qué se estaba haciendo y por qué debía hacerse, lo cual redundó en la derrota de Juntos por el Cambio frente al “profesor” Alberto Fernández. Duran Barba dirá que él no tuvo nada que ver con la práctica de gobierno (de hecho así lo supo decir) pero lo cierto es que sus marcos teóricos jamás fueron abandonados por aquellos que observaron un resultado electoral positivo cuando los han aplicado.

Los colores y la sombrillas ya no fueron suficientes en 2019, como parecen no ser suficientes hoy para Horacio Rodríguez Larreta una llamativamente oportuna, bellísima y joven nueva pareja, una sonrisa forzada y un constante sufrir en cada aparición pública en la que quieren convertirlo en lo que no es. Quizá el intendente porteño deba, si realmente ansía llegar a ese sillón que ha sido su obsesión desde joven, animarse a dejar atrás el atuendo a lo Steve Jobs, calzarse el traje, dejar de forzar la sonrisa y comenzar a explicar realmente qué tiene él, en su más íntima y auténtica esencia personal, que ofrecerles a sus votantes.

La pregunta para responder, llegados a este punto, es si todavía está a tiempo.