La propaganda política no se asienta en la razón sino en la emoción. El entendimiento acabado de esta simple frase de trece palabras, divide las aguas entre quienes son efectivos a la hora de ganarse el caudal de legitimidad que emana del pueblo, y los que perecen en intentos fútiles.

Desde la reciente “son cosas que pasan entre ricos”, de Alberto Fernández, al referirse al intento de usurpación de la propiedad de la familia Etchevehere, pasando por otros latiguillos discursivos similares que se han lanzado al gran público, ocultos tras la mascarada de la espontaneidad, ha existido desde el comienzo de la gestión iniciada a nivel nacional en Diciembre de 2019, un claro intento de gestionar las pasiones más oscuras de nuestro pueblo, a su favor.

Así, el asesinato de Fernando Báez Sosa en enero de 2019, se instaló desde la perspectiva de un grupo de rugbiers ricos y asesinos, cuando el fenómeno podía ser también ilustrado desde otras perspectivas. Por ejemplo, los excesos que se producen por la falta de control policial, el abuso del alcohol y/o las drogas, una sociedad cada vez más violenta, o tantos otros enfoques que eran igualmente válidos pero que quedaron relegados frente al recurso discursivo que despierta una indignación emocional mayor: “el rico se abusa del pobre, porque es rico y nada más”.

Lo mismo se hizo cuando fue evidente que el Covid-19 sí llegaría al país, contrario a lo que el Ministro de Salud, Ginés Gonzales García, afirmó desde un primer momento. En esta ocasión se instaló rápidamente la idea de que el arribo del virus era producto de “los ricos que viajaban a Europa”. Del mismo modo se expresó a nivel subnacional en su momento, Marcelo Saín, ministro de Seguridad de Santa Fe, al afirmar que la pandemia era responsabilidad de “los chetos”.

Valgan estos ejemplos para representar, entre muchos otros, la estrategia comunicativa preferida de quienes se asientan en el espectro ideológico del centro a la izquierda, no solo en nuestro país, sino en todo Latinoamérica. La oligarquía, los chetos, los ricos, la insensible y egoísta clase media, “los del campo”, los antipatria, entre otras imágenes discursivas similares, son los sujetos que constituyen ese “otro” tan necesario, en los ejercicios de propaganda.

El fenómeno en sí funciona, en base a dos hechos fácticos. En primer lugar, Latinoamérica es una de las regiones del globo con mayor pobreza y, por tanto, desde una regla meramente lógica, los pobres son muchos y los ricos pocos. Por ende, ¿a quiénes debería emocionar un candidato que quiere ganar elecciones sin esforzarse demasiado en gestionar un discurso superador? ¿En quienes debería buscar una legitimidad a prueba de razones, sobre todo, cuando no hay mucho éxito real para mostrar? En segundo lugar, existen varias emociones que los comunicadores conocemos como prevalentes y fácilmente manejables en los discursos políticos. El miedo es uno, desde ya. El otro es el resentimiento.

Valga esta breve digresión para señalar que el resentimiento es algo profundamente diferente a la envidia. Si esta última es una señal emocional de aquello que anhelamos y, en tal sentido, algo hasta útil cuando es percibido por aquellos con algún tipo de entrenamiento en la gestión de sus propias emociones, el resentimiento es diametralmente distinto.

El resentimiento está formado por una cadena de valoraciones que pueden dispararse por la emoción de envidia, pero que luego transcurre a la siguiente idea: “Yo no tengo X, y no lo tengo porque sí lo tiene Y, e Y lo tiene porque en algún momento me/nos quitó H”. Esta cadena causal, se puede encontrar en un sinnúmero de piezas retóricas que inundan nuestra región. Desde “Las venas abiertas de América Latina”, libro del cual el propio Galeano renegó antes de morir, a la gran mayoría de los discursos de los que, como decía anteriormente, se sitúan del centro a la izquierda del espectro.

Lo que muchas veces no se percibe, son los concomitantes de estas estrategias tan efectivas. Por un lado, la profundización del recelo social y la destrucción sistemática de las posibilidades de armonizar intereses entre quienes más necesitan cooperar en sociedades como las nuestras. Del mismo modo, luego, la creciente violencia social que de esta situación se deriva.

Y, por último, y solo para no hacer más extenso este artículo porque podríamos encontrar infinitos subproductos negativos de esta estrategia de propaganda, el desempoderamiento sistemático de quienes a partir de estos relatos perciben que no pueden hacer nada para salir de la situación en la que se encuentran, y que solo dependen del favor de aquellos que se auto postulan como sus salvadores políticos.

En resumen, la gestión política del resentimiento, es una estrategia propagandística que trae frutos de corto plazo, como los trajo en Chile en el referéndum del pasado 25 de octubre, por ejemplo, pero que, en el mediano y largo plazo, solo destruye los lazos que hacen a la posibilidad de generar sociedades en donde predomine la cooperación y la verdadera movilidad social.