Es difícil olvidar lo que nos pasa, sobre todo cuando eso que nos pasa, tiene un enorme impacto colectivo. La sanguinaria Dictadura militar y el genocidio perpetrado por sus responsables es, sin duda, uno de esos hechos que quedarán marcados a fuego en nuestra historia contemporánea.

Pero mantener la memoria alerta sobre lo que nos ocurrió como sociedad a partir del 24 de marzo de 1976 es una tarea que requiere de un esfuerzo permanente.

Los que tenemos hijos en edad de efectuar preguntas sobre nuestro pasado sabemos lo complicado que resulta explicarles cómo y por qué gran parte de la sociedad argentina permitió que un grupo de fascinerosos usurparan el poder y se cargaran al país -y al puñado de personas que decidieron resistirse- sin reaccionar masivamente para evitarlo. 

"¿Vos qué edad tenías en esa época, viejo?", me preguntó Ariel hace unos años, cuando arañaba la veintena. Diez menos tenía yo cuando comenzó la noche más oscura. Menos mal para mí. De haber tenido su edad en aquel momento, no sé cuál hubiera sido mi actitud. 

La imagino, pero la imaginación es una cosa y la realidad es bien otra. La mayoría del pueblo argentino, sus instituciones y empresas miraron para otro lado mientras miles eran secuestrados, torturados, asesinados o desaparecidos. 

Paralizados por el miedo, ignorantes de lo que estaba ocurriendo o cómplices, millones decidieron darle crédito a un gobierno de facto que comenzaba a mostrar su garra sangrienta al servicio de una lanificación económica destinada a depredar el país.

Imaginarnos un Estado terrorista imponiendo su ley a sangre y fuego resulta complicado para los que nacieron en democracia.

Por eso es muy importante todo lo que podamos hacer para mantener vivo ese recuerdo. Hace exactamente diez años (en 2013) los pibes del Centro de Estudiantes del Nacional de Buenos Aires me invitaron a participar de un panel junto a compañeros de la agrupación HIJOS, uno de los nietos recuperados por las Abuelas y un dirigente gremial de los profesores universitarios. 

Allí pudimos intercambiar ideas y experiencias sobre aquel aniversario (el número 37) del Golpe Militar, con chicos de entre 13 y 17 años que escucharon con mucha atención las exposiciones y luego preguntaron con una mezcla de avidez y curiosidad.

La charla transcurrió en uno de los amplios halls del centenario edificio por cuyos claustros transitó buena parte de la clase dirigente del país y entre cuyos ex alumnos y egresados se encuentran varios centenares de desaparecidos. 

Cuando terminó, varios se acercaron a agradecer y una nena, que seguramente todavía no habia festejado sus quince, me dijo: "Si yo hubiese tenido esta edad en el 76, seguramente estaría desaparecida". 

La miré con la ternura de un padre y le contesté con el corazón: "Ojalá nunca más haga falta que ningún pibe tenga que jugarse la vida para resistir una dictadura". Para eso es imprescindible que la memoria nos arda cada 24 de marzo y nos mueva a transmitirles a las generaciones venideras que sólo recordando lo que nos pasó, podremos evitar que nos pasen las mismas tragedias.