Desde la Antigüedad, los pueblos han conquistado a otros por argumentos religiosos, venganzas u económicos, pero el resultado siempre fue que se cobraban impuestos al vencido. Las conquistas a veces fueron guerras cruentas, otras simples caminatas hasta el pueblo vecino. Esos pocos casos se daban cuando el conquistador se comprometía a cobrar menos impuestos que el rey que estuviera en ese momento. Eso sí, una vez en el poder, la tentación de subir los impuestos era enorme.

Si los grandes imperios de la historia, como los chinos, los romanos, los Incas, etc. duraron siglos es porque inspiraban terror o demoraban en subir los impuestos una vez conquistado un nuevo territorio. Sólo una vez afianzado su poder, con verdadero dominio territorial, un orden estricto y poder miliar, podían incumplir y subir aún más los impuestos. Esto funcionaba hasta que algún rey vecino prometiera bajar los impuestos o que el exceso de impuestos empobreciera demasiado a la sociedad. En la historia hay muchos casos de desaparición de imperios y de revueltas fiscales.

La tentación de subir impuestos de los antiguos y actuales gobiernos está limitada por la llamada “inconsistencia temporal”. Este concepto es muy estudiado en economía. Kidland y Prescott en 1977 explicaron el concepto y le pusieron el nombre que – una vez que alguien ya lo ha dicho- es “obvio”. Es irrefutable por la historia. La inconsistencia temporal consiste en que los reyes o gobiernos abandonan un plan que parecía óptimo a largo plazo para obtener mejores resultados a corto plazo, aunque seguramente pronto serán un dolor de cabeza. Los gobiernos creen que pueden mejorar su situación anunciando una cierta medida y luego haciendo algo diferente, una vez que la gente haya tomado su decisión confiando en el anuncio. Esto vale para las elecciones, leyes, cambios de gabinete, etc. No hace falta ir muy lejos en el tiempo ni a otros países para pensar en ejemplos.

Sin embargo, si se promete algo que luego no se cumple, la gente aprende y desconfía, y se convierte en un círculo vicioso ya que pocos acatan las nuevas reglas porque intuyen que las reglas de juego serán modificadas. Esto conlleva que aunque el gobierno fuera “honesto”, sus medidas no tendrían resultado. Aclaración importante: por honesto no me refiero a ausencia de corrupción sino a anunciar sus verdaderas intenciones.

Otro tema muy estudiado en economía son las “expectativas racionales”. La gente estima cuanto tiempo durará cada medida, qué costo tendría mantenerla para el gobierno o incumplirla para la persona. Así, la gente toma sus decisiones considerando esa información pero también en qué pasaría si se cambiaran esas medidas. Los ejemplos de la inflación y la cotización del dólar en Argentina son elocuentes.

Esta situación ha llevado a discutir si es mejor que haya “reglas o discrecionalidad”. La respuesta es a favor de las reglas: que los gobiernos cumplan en las buenas y en las malas. Sin embargo, y a pesar de la importancia de reglas claras y estables, el concepto no es aplicado o comprendido o ejecutado por los gobiernos. No es por ignorancia, es por conveniencia. Siempre habrá alguna gran excusa como cambios en precios internacionales, políticas del país vecino, cambio climático o … una pandemia!! Claro, puede haber verdaderas razones para modificar políticas, pero me refiero a cuando sistemáticamente se hacen anuncios que no se cumplen y se rompen las propias reglas.

El caso más elocuente en Argentina son los impuestos. Se planean o anuncian para que tengan ciertos efectos y luego… ese plan o anuncio no se cumple. Un ejemplo es el impuesto a las ganancias que anunciado como una emergencia lleva décadas. O el IVA cuyo crédito no es devuelto a los productores. O las deducciones obligatorias en salarios pero que los fondos se destinan “transitoriamente y para siempre” a otros fines. El destino de los fondos de todos los impuestos es una gran olla gigante en la que todos los ministerios meten la cuchara.

Amable lector: si siempre hay una aparente buena razón que justifica los cambios, piense qué ocurriría si en su familia o empresa no hubiera reglas. Tal vez haya algunas mejoras, pero con el tiempo habrá caos.

La sociedad argentina –y no es la única en el mundo- está enfrentando una situación de cambio constante de reglas. Muchas pueden ser justificadas. Pero sepamos que si todos creemos que las reglas serán modificadas más pronto que tarde, el costo de incumplir es bajo. Si creemos que habrá una moratoria ¿para qué pagar impuestos? No sigo con ejemplos porque ya lo dice el tango Cambalache: da lo mismo un burro que un gran profesor. Sin reglas claras y sanas, es imposible convivir como sociedad. Aspiremos y trabajemos para tenerlas.