El espectáculo -hoy grotesco, al menos- de la política argentina siempre es apasionante porque muestra a sus actores desnudos ante la sociedad, que mira impávida como su juego se mantiene lejos de las preocupaciones diarias del ciudadano de a pie. Ni siquiera bastó con las pasadas elecciones generales para que, por un lado, el oficialismo acusara recibo del enorme revés que obtuvo ni, por el otro, la oposición tomara en cuenta la enorme responsabilidad que el votante le asignó.

Pero como lo que ordena es el futuro (los cargos y la cuota de poder, no ya en lo que resta del actual mandato de Alberto Fernández sino, a partir del 2023), gran parte de los potenciales presidenciables o referentes –de un lado y del otro- comienzan ya a pulsear por un lugar en lo que, hipotética y electoralmente, “va a venir”.

El juego en el Poder Legislativo, con los últimos proyectos de ley tratados, muestra cómo se mezclan las mezquindades, oportunismos, egos, pases de factura y falta, muchas veces, de tácticas elementales para negociar, en su seno, el ajuste de la economía que todo el mundo supone vendrá de la mano de un acuerdo con el FMI por la deuda que el país tiene con dicho organismo.

Está claro qué es lo que quieren unos y otros, esto es, el oficialismo y la oposición, aunque en este último costado de la política, la confusión hoy más que reina, afectando a lo que el propio espacio cree serán sus oportunidades para el recambio de la actual administración. Y esto quedó en evidencia con la presentación del Presupuesto para el próximo año, bastante confuso, inexacto y ajeno a lo factible para que la economía estabilice su caída y/o comience a crecer a una tasa más alta que lo que se espera en el 2022. Se pudo observar cómo el gobierno tratará, por todos los medios, de no hacer el ajuste que se espera -a pesar que se llegue a un acuerdo con el FMI que, sabemos, exigirá eso para que habilite su firma- porque esto implicaría malas noticias electorales para el 2023. Ya la elección pasada dejo en claro que, cuando la economía no rinde en términos de mejora salarial y/o de bienestar, los números que se obtienen son malos.

La oposición sabe que los incentivos del gobierno para hacer lo que exponemos como hipótesis son altos. Si cede a un acuerdo que no contenga el ajuste que se requiere y/o necesita para brindar estímulos reales a un aumento de la inversión y la producción, se verá ante la encerrona que, si le toca gobernar a partir del 10 de Diciembre de 2023, lo lleve a tener que hacer, él mismo, sí o sí el ajuste que el año que viene debería hacer el gobierno actual. No nos olvidemos que los políticos olfatean qué es lo que va a pasar y, por ende, hoy acuerdan, negocian o tensan la soga, en función a lo que más les convenga por delante.

En este juego de unos y otros, se dirime la política. Pero la que se ve afectada es la economía. Las mayores estimaciones indican que el año que viene el gobierno debería acelerar la depreciación del peso, con lo cual esto impactaría en la tasa de inflación, que se supone, sería superior al 60%. Si a esto se le agrega una reducción fuerte en los subsidios a las tarifas en los servicios públicos, el resultado podría implicar una tasa de inflación mayor al 80%. Y esto es uno de los puntos centrales que el acuerdo con el FMI va a traer, de la mano de ir cerrando el déficit primario. En ese marco, la tasa de crecimiento de la economía podría rondar el 3-4%, ya que se agotaría el rebote actual del 10-12% con lo cual el acuerdo permitiría ir resolviendo algunos problemas estructurales pero, sin un plan de estabilización a mediano plazo, como se avizora, el salto en la tasa de inversión demorará en aparecer. Esto permite observar que la economía, si la hipótesis de un acuerdo light con el FMI se concreta, será un caldo de cultivo para múltiples manifestaciones sectoriales que se sucederán, en un intento por recuperar poder de compra.

La posibilidad de un acuerdo light, como mencionamos arriba, es factible porque el FMI conoce los bajos incentivos que tiene el gobierno para instrumentar un plan de ajuste en serio. En ese marco, lo más probable, por la historia financiera del país y la falta de convencimiento del gobierno - en particular, el espacio de la Vice-presidenta, CFK- a dicho esquema terminen generando las condiciones para un nuevo incumplimiento ya en el 2023. Esto implicaría minar la posibilidad de que la oposición acceda al Presidencia pero le permitiría a CFK retener su poder electoral para construir su acceso al Senado por la Provincia de Buenos Aires. Crease o no, las causas judiciales que la tienen en vilo (dentro y fuera de su propio gobierno) la obligan a mantenerse cauta y reservar poder de fuego ante lo que eventualmente podría ser un derrotero judicial incierto para su futuro.

El circo de la política va a estar más activo que nunca. Todos tienen incentivos para prepararse ante lo que parece inminente (la oposición ganará en el 2023 o bien, el actual gobierno podrá proponer un candidato propio con chances si la primera se deshilacha en su devenir). Lo que sí parece cierto es que la economía deberá seguir esperando, a pesar que las urnas en Noviembre indicaron otro sendero. La política, una vez más, domina la economía!!!