Ni bien asumió al frente de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof se armó un gabinete a medida. Desde un primer momento, el exministro de Economía de Cristina Fernández, le cerró las puertas a los intendentes y al massismo y avanzó rodeado de su gente.

Claro, a los tres meses, comenzó la pandemia y mucho de todo lo que se había planificado quedó en stand bye sin poder analizar a ciencia cierta cuánto de lo que no se pudo hacer fue por impericia o por la realidad sanitaria de ese momento.

Hoy, con más de la mitad de su gestión cumplida, el gobernador ya no cuenta con la base inicial. Sin embargo, tras dos cambios de gabinete de porte, la salida de sus funcionarios de los cargos primarios dejó en evidencia el manual de supervivencia que Kicillof aplica a la hora de convertir en premio aquello que, en un primero momento, puede leerse como despido.

El caso más resonante, sin dudas, fue el de su mano derecha, Carlos Bianco. El hombre que manejó el Renault Clío con el que Kicillof recorrió toda la Provincia y que, en resumen, le permitió ganar las elecciones de 2019, fue el primero en caer. O mejor dicho, en subir.

Su forma de ir al choque con la oposición, en medio de la pandemia, lo dejó en un lugar incómodo. Y esa exposición fue lo que lo terminó eyectando de la jefatura de Gabinete, un espacio donde ningún intendente lo extraña debido a las formas que el entrante Martín Insaurralde le imprimió al cargo.

Y es que el lomense no adoptó la postura de vocero sino más bien de armador. Menos palabra hacia afuera y muchas más hacia adentro. “La unidad del peronismo se construye dialogando con todas las corrientes. Sin dejar afuera a nadie. Y escuchando a todos”, asegura un dirigente bonaerense en diálogo con este medio.

Es que Bianco fue uno de los principales apuntados internamente. Y de ahí, su salida. Sin embargo, Kicillof, lejos de dejar afuera a uno de sus principales alfiles, lo premió con una oficina pegada a la suya donde Bianco ahora tiene bajo su órbita a buena parte de los trabajadores con los que estaba en Gabinete, pero en esta oportunidad para desarrollar el cargo de Jefe de Asesores del Gobernador. En otras palabras: el dirigente a cargo de los hombres de Kicillof.

Al mismo tiempo que Bianco dejaba la jefatura de Gabinete, Agustín Simone le abría la puerta del Ministerio de Infraestructura a Leo Nardini para pasar a liderar el Instituto de la Vivienda, un área con presupuesto de Ministerio.

Simone tuvo una muy buena relación con los intendentes, pero los jefes comunales querían alguien más político para poder dialogar su realidad. Y así, Simone también resultó premiado con un cargo de peso.

El último gran pasaporte interior fue el de Agustina Vila. Pese a que Kicillof ya tenía la idea de desplazarla de su cargo tras las elecciones, y en respuesta a un reclamo social, el gobernador eligió que su salida de la Dirección de Cultura y Educación se viera enmarcada en un anuncio que incluyera otros movimientos para no dejar expuesta a una de sus personas más cercanas dentro de su círculo íntimo. Fue así que su corrimiento quedó opacado por la creación de dos nuevos Ministerios (Ambiente y Transporte), el Instituto de la Cultura y el tamaño político de su reemplazante: Alberto Sileoni.

Pero claro, Vila no se fue. Sino que pasó a estar al frente de la Secretaría General dejada por Federico Thea. Así las cosas, en Provincia queda claro que a la hora de irse, la puerta es giratoria. Y que adentro, siempre habrá lugar para los propios.