Marzo siempre fue un mes difícil para el país. Sin duda lo sabe el presidente Alberto Fernández, que al poner un pie en suelo argentino el 9 de febrero, cuando regrese de su viaje por Rusia, China y Barbados, empezará a pensar en lo que dirá el 1° de marzo, cuando deba abrir las sesiones ordinarias del Congreso, donde propios y ajenos estarán a la espera del Plan Económico Plurianual.

Pero no solo para el Presidente el tercer mes del año llega repleto de tribulaciones. Martin Guzmán, el ministro de Economía, deberá acelerar la firma del acuerdo con el FMI, ya que el 21 y 22 Argentina debe enfrentar dos vencimientos, por 967,9 y 1.867,8 millones de dólares respectivamente, unos 2.835,8 millones de dólares que las arcas del Banco Central no tienen.

Lo cierto es que para todos los sub 50 que rodean al presidente (Axel Kicillof tiene 50 años, Guzmán 39, Máximo Kirchner 44, Sergio Massa 49) resulta natural hablar del peor Marzo de la historia: el del Golpe Militar del 24 de marzo de 1976, que tuvo entre otros objetivos el de instalar un plan económico para depredar los recursos de la Argentina, para lo cual buscó destruir la alianza que existía entre los trabajadores y los empresarios ligados al mercado interno y que había durado desde 1945 hasta 1975.

Pero solo los mayores de 60 recuerdan el marzo que más se le parece al que le toca vivir al presidente Fernandez: el de Raul Alfonsín en 1985, durante su segundo viaje a los Estados Unidos.

Las comparaciones no son caprichosas, y la cronología devela ciertos climas de época similares. Acaso el primogénito de Néstor Kirchner y Cristina Fernández lo sabe, y es por eso que se identifica en parte con la actitud del recordado ministro de Economía de aquella "primavera alfonsinista", Bernardo Grinspun, a quien el propio Alfonsín, en un gesto hacia los Estados Unidos, le pidió la renuncia el 19 de febrero de 1985 y lo reemplazó por Juan Vital Sourouille, un economista de aceitados vínculos con Techint.

Máximo y Alberto se miran en el espejo de Grinspun y Alfonsín

Grinspun había armado un equipo para tratar de diferenciar la deuda legítima de la ilegítima contraída por la dictadura militar y pretendía desconocer los seguros de cambio del ultimo tramo de la dictadura, que habían llevado adelante Dagnino Pastore como ministro de Economía y Domingo Cavallo como Presidente del BCRA.

Estos dos funcionarios de la dictadura (uno de los cuales, fue reciclado por dos gobiernos democráticos) entre julio y agosto de 1982, permitieron a las empresas mediante los seguros de cambio, transferir su deuda en dólares al Estado Nacional, además de proponer un “Club de Deudores” de los países de la región.

Una leyenda afirma que incluso el ministro díscolo de Alfonsín llegó a bajarse los pantalones frente a un emisario del Fondo para expresarle su rechazo. De eso no hay prueba. Lo que sí se sabe es que Grinspun trató de limitar los pagos de la deuda a los recursos disponibles, pero los bancos exigieron un acuerdo con el FMI, y en diciembre de 1984 se aprobó el undécimo stand by por U$S1.450 millones, que incluyó las clásicas condicionalidades de ajuste recesivo de la economía.

Con una economía incendiada como fue la de Alfonsin, pronto el FMI declaró incumplidas las metas que le había impuesto al país y suspendió el acuerdo. Dicen en La Campora que la situación se parece mucho a la revisión trimestral que acordó Guzman con el Fondo.

Máximo y Alberto se miran en el espejo de Grinspun y Alfonsín

Máximo es Bernardo y Alberto es Raúl

En enero de este año Máximo Kirchner afirmó en su carta de renuncia a la presidencia del bloque diputados del Frente de Todos en rechazo al acuerdo con el FMI:  “Para algunos, señalar y proponer corregir los errores y abusos del FMI que nunca perjudican al Organismo y su burocracia, es una irresponsabilidad. Para mí lo irracional e inhumano, es no hacerlo. Al fin y al cabo, el FMI demuestra que lo importante no son las razones ya que sólo se trata de fuerza. Quizás su nombre debiera ser Fuerza Monetaria Internacional. Y como veo que siempre se interesan por los gastos, podrían ahorrar en economistas caros ya que para hacer lo que hacen sólo basta con gente que sepa apretar prometiendo el infierno si no se hace lo que ellos quieren”. No debería sorprender a nadie si la semana que viene fotos de Grinspun cuelgan de los locales de La Cámpora,

Pero asi como el espectro del ministro rebelde de Alfonsin recorre las unidades básicas de La Cámpora, es probable que el fantasma del “padre de la democracia” esté dando vueltas por la Casa Rosada. Y es que muchos en el "albertismo" recuerdan aquel segundo viaje que Alfonsín llevó a cabo durante su mandato a los Estados Unidos en marzo de 1985, donde acordó adoptar medidas de reforma estructural del Estado y de privatizaciones (el llamado Plan Houston). 

Tampoco se olvidan de lo actuado por el equipo de Sourrouille, que dejó que las grandes empresas acomodaran los precios relativos, poco antes de que el 14 de junio se llevara adelante el “Plan Austral”, que significó terminar con el peso y que la nueva moneda se pagará a 80 centavos por dólar estadounidense. Lo demás es bien conocido: con un déficit fiscal superior al 5,5% del PBI en 1988 y un déficit comercial creciente, sin financiamiento externo por la retirada del FMI y una fuga de divisas imparable, el dólar pasó a costar, el 6 de febrero de 1989, 17,62 australes.

El presidente del BCRA en ese entonces, José Luis Machinea, dijo que no tenía reservas y el dólar  superó los 100 australes. Cuando asumió el ministerio Juan Carlos Pugliese en abril de 1989, el austral ya estaba a 650 por dólar, que fue el tipo de cambio fijado por Carlos Menem, cuando asumió la presidencia el 9 de julio de 1989. El 1 de abril de 1991 con el Plan de Convertibilidad, se determinó el tipo de cambio en Australes 10.000. por dólar (en un poco más de dos años, el dólar había pasado de 17,62 australes  a 10.000.). La hiperinflación había hecho su trabajo por la hiper devaluación.

Suelen afirmar quienes investigan los fenómenos paranormales que quien ha visto un espíritu, ya no puede seguir viviendo como si no lo hubiera visto. Pero esa norma suele solo aplicarse a los seres comunes. Los políticos, en cambio, intentan negar a los fantasmas. Aunque la realidad, la única verdad, a veces les pida a gritos que escuchen a los espectros del pasado para no repetir sus errores. En realidad, en un país sobrenatural, pedir racionalidad suele ser fantasmagórico.