La Argentina se ha convertido en un país del que nada se espera y que nada aspira. Hace poco se han conocido las estimaciones que le enviarán al Fondo Monetario Internacional y, más allá de que muchos números son imposibles de concretarse, se observa el estado de pauperización económica.

Para 2022 sólo se proyecta una reducción de 0,5 puntos porcentuales en el déficit primario y una inflación de entre el 38% y el 48%. Cuando el nivel de vida se ha deteriorado en más de 38% en los últimos 8 años y posees un salario promedio de US$508, a dólar oficial, y de US$291, a dólar blue, hay que apretar el acelerador de forma urgente.

El PBI per cápita por cada persona empleada, según el Banco Mundial, ha retrocedido en 2020 en 10 años y, más allá de que se ha recuperado en 2021, todavía se encuentra en niveles más bajos que en 2011 y 2017. Otro dato preocupante, es el empleo vulnerable que es 6 veces más alto que el de países como Estados Unidos o el doble que el de Australia.

Evidentemente, dejar de financiar ¾ partes del déficit fiscal con emisión monetaria es insuficiente para el paquete de medidas que estamos necesitando a gritos. Tenemos un déficit fiscal total que subió en enero, parece de no dar tregua y que persiste desde hace 11 años.

Asimismo, de cada US$10 que ganamos, US$5 van a satisfacer las necesidades más básicas (tarifas de luz, gas, electricidad y alimentos). Sin contar el alquiler de la vivienda o los medicamentos. Si centramos la atención en lo que gana un jubilado, con una caída del nivel de vida de 40% en los últimos 8 años, ni siquiera llega a cubrir una canasta básica.

El mismo Ministro de Economía, Martín Guzmán, reconoció que había que reducir el déficit fiscal porque la emisión que se utiliza para financiarlo conduce un camino recesivo con altos niveles de inflación. No obstante, a la hora de plantar sobre la mesa las soluciones son totalmente insuficientes para paliar la gravedad del problema.

Es más, las únicas soluciones que parece que se le ocurre al Gobierno es intentar agregar más impuestos como a las criptomonedas o las viviendas ociosas. Siempre el ajuste recaer sobre el privado, jamás sobre el derroche público.

A los desajustes fiscales se le suma la degradación institucional del país. El Barómetro Edelman de Confianza 2022, posicionó a nuestro país entre los últimos del ranking en confianza al Gobierno y el BCRA. En tanto, en 2021 nuestro país cayó 18 puntos en el índice de percepción de la corrupción. Es decir, la crisis de confianza no sólo se ha encrudecido, sino que ya nadie percibe reglas de juego claras.

Más allá del arrastre que puedas tener por el rebote económico, muy difícilmente logres un crecimiento del 3,5% para este año. Bajo un contexto internacional más encrudecido por las tensiones geopolíticas, un BCRA sin reservas y políticas desesperadas como la restricción de dólares para las importaciones; es más probable que vuelvas a caer en una recesión en el corto plazo.

No obstante, la gestión de turno parece no preocuparse demasiado por el devenir. Tenemos un presidente ansioso por intervenir en problemas diplomáticos de terceros, un Ministro de Economía que responsabiliza a las multinacionales de la falta de capitales y un grupo de kirchneristas quejándose de un ajuste que no existe. Más allá de los números, lo cierto es que nuestro país se encuentra transitando un delirio económico en el que el sentido común parece haber partido hacia nuevos rumbos.

Hoy la economía está sujeta a un montón de riesgos. Sin embargo, su principal problema es que el Estado gasta más de lo que le ingresa. En ese caso tenemos dos caminos. El primero, es el que te permitiría crecer, bajar el gasto público y para ello es imprescindible encarar una serie de reformas estructurales: achicar el tamaño del Estado, reforma laboral, bajar impuestos, reforma del sistema previsional y apertura comercial.

El segundo, es el recesivo, recurrir a formas de financiamiento que condenan la posibilidad de consolidar un crecimiento económico sostenible: incrementando impuestos, tomando deuda o emitiendo moneda local. Hasta que desde la política no salgan de ese estado de poca lucidez, podemos olvidarnos de recuperarnos de la degradación económica.