Quienes amamos la política y la historia, sabemos que el presente no suele ser justo con los hombres. Tampoco, muchas veces, lo es el futuro. Tiranos son reivindicados décadas después de sus muertes. Héroes son vituperados en vida para luego ser ponderados por las ansias de revisar qué se dijo de ellos, años después. En ambos casos, también, sucede lo contrario. Lo extraño es ser consiente de esos procesos y vivirlos.

Desde esa conciencia, hoy hago mi pequeño aporte.

Como consultor político, el primer consejo que debe dársele a un candidato con chances ciertas de llegar a la presidencia es que elija no más de dos, cuando mucho tres, ejes principales de gestión y solo se enfoque en ellos. Dejar de lado la tentación de refundar países, de transformar todo, de ser para el pueblo en cuestión “el hombre del antes y el después”, es algo que pocos comprenden al llegar a los sillones de mando, pero que resulta símbolo distintivo de los que, al irse, dejan un sano legado. Del mismo modo, la tentación de transcurrir sin pena ni gloria por la presidencia, surfeando las problemáticas de fondo de la nación que se lidera, con ánimos especulativos, también debiera desaconsejarse, si se considera la sacralidad que ser elegido por un pueblo para gobernarlo, realmente constituye.

Desconozco, sinceramente, si alguien tuvo esas conversaciones con el dos veces ex presidente en esos meses antes de hacerse con el sillón de Rivadavia. Lo que sí puedo afirmar, es que Menem, como tal vez ninguno antes en décadas, y mucho menos desde la vuelta de la democracia y después, eligió enfrentar los principales problemas de este país con sumo coraje y maestría, y en la neblina histórica en la que se encontraba nuestro país entonces, se constituyó en un capitán que, con liderazgo y determinación, intentó virar la proa de nuestra nación hacia mejores vientos.

El riojano fue el primero en retomar la senda que, con conciencia renovada, había comenzado a recorrer Juan Domingo Perón en su tercera presidencia. Si el proyecto conciliador que el abrazo con Balbín simbolizaba quedó trunco por la muerte de Perón, el accionar violento de la guerrilla y los bloqueos especulativos de algunos que hoy son vistos como héroes de la democracia, la restitución de los restos de Juan Manuel de Rosas y el posterior abrazo con el Almirante Isaac Rojas, dieron muestras de la capacidad de Menem de trabajar en post de terminar con uno de nuestros problemas principales como país: la hoy denominada “grieta”.

Del mismo modo, nuestra geoestratégica posición sureña en el globo, nos ha mantenido a lo largo de la historia alejados del mundo. Este hecho, reforzado por prejuicios ideológicos que cobraron fuerza en los primeros años del Siglo XX, explica en gran medida el fracaso económico y político de nuestro país, al mismo tiempo que permite comprender por qué durante tantas décadas vivimos sosteniendo ideas vetustas y fallidas, que fueron despreciadas incluso por las naciones que dieron lugar a su origen. Menem, como pocos antes, vio en los años de la globalización la oportunidad de desterrar esta problemática y, tal vez con la mejor diplomacia que este país supo tener desde los años de su constitución como tal, incorporó a la Argentina en el sendero de los países alineados con la libertad republicana y el desarrollo económico.

Dos objetivos de esta magnitud ya debieran bastar para ponderar la grandeza de sus años como presidente, pero permítame el lector señalar incluso uno más: Menem finalmente permitió a los argentinos repensar los prejuicios morales e ideológicos que han favorecido (y lamentablemente siguen hoy favoreciendo) la multiplicación de la miseria, el desprecio por la riqueza y la desconfianza para con el sector privado (único motor real de la economía).

Hoy, décadas más tarde, y frente al flagelo de una pobreza creciente, un país sin rumbo, una grieta que se agiganta, relaciones diplomáticas ruinosas y una angustiosa realidad que no permite siquiera el ungüento paliativo de la esperanza, muchos han comenzado ese camino de reivindicar la figura de Carlos Saúl Menem; camino que confío se acrecentará a partir de su deceso, por esta tendencia tan nuestra a no saber honrar en vida.

Para cerrar, tal vez se pregunte el lector si solo tengo para señalar aciertos del ex presidente y si se me olvidan sus errores, licencias y hasta miserias. Por el contrario, lejos de todo fanatismo, podría dedicar páginas enteras a todo aquello que pudo o incluso debió hacerse mejor.

Pero dejo esa tarea a los que durante tantos años se entrenaron en destruir con habilidad la imagen del “Turco”; de agigantar sus errores y directamente ocultar sus aciertos, en un denodado intento propagandístico que preparó exitosamente el terreno para el regreso de todo aquello que tanto mal le hizo al país y que Carlos Saúl Menem dedicó dos presidencias a desterrar.