¿Tiene posibilidad el Cristi-camporismo de ser gobierno nuevamente en 2023? Si revisamos las diversas encuestas publicadas en medios de comunicación (junto a otras que no son publicadas) sobresale un denominador común: piso electoral interesante, pero techo de crecimiento limitado. Parece que cada vez les resulta más difícil lograr mayorías y evidencian un déficit para la construcción de ciertos consensos políticos. 

Los mensajes implícitos y explícitos que vienen dando Máximo y Cristina Kirchner son elocuentes. A finales del año pasado, mediante un discurso del entonces jefe de bloque del Frente de Todos en la Cámara de Diputados, se generó una reacción política que dejó al gobierno sin presupuesto. Tras esa actitud, vino la renuncia la jefatura del bloque alegando su desconformidad con las negociaciones que su gobierno venía llevando con el Fondo Monetario Internacional.

El día de la apertura de sesiones ordinarias no concurrió a escuchar el mensaje del Presidente de la Nación y 48 horas después La Cámpora publicó un tuit rememorando a Néstor Kirchner y cuestionando fuertemente al FMI. En la votación final, su llegada al recinto solamente para votar (en contra) y sin dar ningún discurso es elocuente. Por su parte, la vicepresidenta mediante sus silencios, algunos videos y las palabras de múltiples senadores que responden a ella ponen en duda su apoyo al plan económico del gobierno. 

La coalición transmite una fisura muy difícil de ocultar. Y precisamente parece ser la ruptura la única forma para que el kirchnerismo más ortodoxo tenga ciertas posibilidades de llegar al gobierno y al poder. Las consecuencias de algo así automáticamente generarían un impacto en la otra gran coalición política, Juntos por el Cambio. La tensión luego del triunfo electoral de 2021 fue creciendo y no es una locura pensar que, si se rompe uno, se rompe el otro. 

Si esto ocurriese, iríamos a un escenario electoral muy parecido al de 2003, con una implosión del sistema de coaliciones y los distintos partidos en forma individual serían los actores centrales de la elección. Obviamente, la Provincia de Buenos Aires volvería a llevarse todas las miradas. Es bueno recordar que, en esa primera vuelta de 2003, el kirchnerismo obtuvo el 22% de los votos. De este porcentaje, el 44% los aportó la provincia de Buenos Aires, con un fuerte peso del conurbano, bastión de la actual vicepresidenta. 

De esta manera, el kirchnerismo puede pensar que cuanto peor, mejor. La diferencia con ese escenario radica en que el espacio se encuentra cada vez más desgastado y le cuesta interpretar y representar los intereses de la sociedad. Se observa un kirchnerismo más parecido al menemismo, que luego de 10 años de poder absoluto, comenzó un período de declive.

De todas maneras, las acciones e inacciones kirchneristas traen consecuencias en la gestión presidencial. Una gestión que aún debe sobrellevar dos años complicados y debe hacerlo con una imagen presidencial en el cual, el negativo supera al positivo, la confianza que genera y el volumen político que trasmite, en una constante pendiente descendiente.