En estos tiempos de disrupción, la tecnología muchas veces, en contra de nuestra voluntad o deseo, nos alcanza. Nuestras actividades diarias se ven afectadas o beneficiadas cada vez más, dependiendo de con qué cristal veamos la situación, por esta nueva realidad.

Por ello, resultará interesante analizar ciertos elementos tecnológicos que se harán (más) habituales con el tiempo: no solo en organizaciones sino también en nuestra vida cotidiana.

Como primer concepto necesario para el desarrollo de la nota, hablaremos del “Internet of Things” (IoT), o bien, Internet de las Cosas. Que como varios libros lo definen, se trata de “los objetos físicos (o grupos) con sensores físicos, con capacidad de procesamiento, software y otras tecnologías que se conectan e intercambian datos con otros dispositivos y sistemas a través de internet u otras redes de comunicación”.

En este sentido, datos periodísticos nos advierten que el mercado de los dispositivos IoT crecerá de US$ 478 mil millones en el 2022 a US$ 2,456 mil millones para el 2029. Cifras que demuestran la expansión de esta tecnología en apenas 7 años y que, de más está decir, se volverá habitual y con una gran cantidad de usos.

Si analizamos esta información desde la perspectiva de un análisis de riesgo, podremos distinguir y considerar algunos aspectos. Lo cierto es que estamos hablando de dispositivos conectados a internet realizando operaciones, muchos sin mecanismos de seguridad apropiados, o bien, trabajando en las organizaciones y no formando parte de un inventario que la organización tiene que monitorear.

Actualmente, muchas organizaciones, tal vez sin saberlo, están siendo expuestas a problemas de seguridad originados en dispositivos conectados con internet. Y es indudable que muchos de estos dispositivos tienen una utilidad y funcionalidad increíble, pero su aplicabilidad hace que entidades asuman los riesgos que puede traer aparejado su uso.

Como segunda definición y con la intención de graficarlo en nuestro entorno diario, conceptualizaremos la Domótica: entendida como “aquellos sistemas capaces de automatizar una vivienda o edificio de cualquier tipo, aportando servicios de gestión energética, seguridad, bienestar, comunicación y que pueden ser integrados por medio de redes de comunicación (por ejemplo WIFI)”.

Y es aquí donde la tecnología hace que este segundo concepto cobre mayor relevancia, pues cuando hablamos de domótica nos referimos a la capacidad de poder controlar dispositivos que climatizan el ambiente (aires acondicionados), iluminan hogares, administran cámaras de seguridad, y así un gran número de otras actividades relacionadas; siempre y cuando estos dispositivos puedan conectarse a por ejemplo a internet… válido para una empresa como también para nuestros hogares.

Imaginemos esta situación: disponemos de un software como Google Home, Alexa, o Siri y que nos permite comandar por voz los dispositivos que estén conectados a nuestra red hogareña, tales como televisores inteligentes que pueden encenderse o apagarse a través de este comando o bien a distancia.

También tenemos cámaras IP que se pueden conectar a la red doméstica (o a la de una empresa) y que nos permitirán ver, cualquiera sea la distancia y mientras la señal nos acompañe, imágenes de nuestra casa, negocio o empresa.

Y como imaginarán, podremos integrar estos dispositivos y, a través de un comando por voz, mencionar “mostrar cámara comedor en TV Comedor” y veremos como mágicamente (no es magia) nuestra TV se prende y se proyectan las imágenes tomadas por nuestra cámara IP.

¿Buscamos un espacio aún más automatizado? Compremos una lámpara RGB WiFi para establecer, luego de integrarla a nuestra red, una rutina de encendido y apagado: que ante nuestra ausencia, ya sea por trabajo, ocio o vacaciones, nadie sospeche. De esta forma, en caso de ausentamos del espacio, llámese casa o comercio, tendremos un tablero de comando que nos permitirá administrarlo y tener un control como si estuviéramos ahí.

Como vemos, la Domótica nos introduce a un nuevo estándar en la administración de nuestra casa, empresa, comercio, etc., pero también abre puertas a otros riesgos.  Supongamos que no hemos cambiado la contraseña por defecto de nuestra cámara de seguridad, y un tercero con esta información (de hecho existen listados de claves por defecto según el proveedor de la cámara) podría tener acceso a las nuestras. De esta forma, la herramienta que en un principio pensábamos nos daba seguridad, se convierte en la herramienta utilizada por un potencial ladrón para monitorear nuestras rutinas domésticas, entradas, salidas, etc.

Evidentemente la tecnología genera cada vez más eficiencia en tareas simples y rutinarias, lo importante es tener en claro los riesgos que esas tecnologías traen a nuestras organizaciones. No estamos hablando de no usar la tecnología, sino de usarla de forma responsable, conociendo sus limitaciones y consecuencias en todo sentido.