En Argentina te dormís 70 años, despiertas y gobierna el peronismo, con cepo cambiario, deuda en default, anuncios de moratorias, blanqueo de capitales, nueva ley de alquileres, y te siguen diciendo que el Estado va a reconstruir el país haciendo un plan de infraestructura. Queda claro que Argentina no está "condenada al éxito". Menos claro es que no estemos condenados al fracaso permanente por reiterar ideas erróneas.

Sin embargo, el futuro no está escrito, lo estamos escribiendo a cada instante.  

Mi optimismo radica en que cada vez hay más gente, sobre todo los más jóvenes, que comprenden que la idea de que el neoliberalismo es lo que nos lleva a las continuas crisis es una falacia fácil de desmentir. Las crisis son producto del exceso de gasto público que ahoga al sector privado con impuestos y regulaciones.

En los próximos meses, cuando hayamos salido de la cuarentena forzosa más larga del mundo, el resultado será durísimo: la caída de la actividad económica estará entre -12% y -15%, habrán quebrado más de 100.000 empresas dejando un tendal de desempleados. Al recuperar la libertad de trabajar y circular, es probable que la rotación del dinero vuelva a acelerarse. Recordemos que la velocidad de circulación fue creciendo desde 2012 a 2017, pasando de rotar cada 18 días a 14 días; y con la crisis de 2018-2019 se aceleró hasta rotar cada solo 9 días. Durante la cuarentena volvió artificialmente al nivel de 18 días. Esto implica un incremento artificial de la demanda de dinero que permitió "contener" a la inflación que, pese a los controles de precios; cepo cambiario; tarifas congeladas; jubilaciones deprimidas y sin paritarias, se mantiene por encima del 40% anual.

Hacia fin de año, cuando la gente retorne a la costumbre de desprenderse rápidamente de los pesos emitidos, que hoy financian el 50% del gasto público, viviremos un nuevo salto inflacionario. El desempleo y la pérdida de poder adquisitivo de las jubilaciones y de los salarios impulsarán la pobreza por encima del 50% y la popularidad del presidente se desplomará, faltando todavía tres años de mandato.

Ese será el momento en que el presidente, con su acreditada flexibilidad ideológica, tendrá la oportunidad de buscar una coalición en el Congreso que le permita lanzar un cambio de rumbo que sorprenda al mundo. ¿Cómo podría ser ese plan?

Si quiere tener éxito debiera ser un plan de shock, que se iniciaría con una reforma monetaria destinada a eliminar rápidamente la inflación. Puede ser una nueva Convertibilidad, o incluso una dolarización total o parcial, congelando los salarios públicos. El desplome de la inflación y de las tasas de interés, expandiría la moneda y el crédito. Un segundo shock expansivo sería una mega desregulación y simplificación del esquema normativo, porque liberaría las fuerzas creativas de cientos de miles de pequeñas empresas. Un tercer shock expansivo sería una reducción y simplificación del ridículo sistema de 167 impuestos que están matando al sector privado.

La reducción de impuestos probablemente aumentará la recaudación, como ocurrió con las reformas de Kennedy, Reagan o Trump en los EE.UU. Una cuarta medida permitiría que la mejora económica se dé con gran creación de empleo, sería la flexibilización de las normas laborales para adaptarlas a la realidad del siglo XXI. En quinto lugar, se haría una reforma del Estado, reduciendo a 8 ministerios y eliminando secretarías, subsecretarías y direcciones. Esto aumentaría la productividad del sector público al reducir en un tercio el personal necesario. Los empleados que queden en "disponibilidad" mantendrán sus salarios por un año, mientras buscan nuevos empleos, creándose un mecanismo de incentivos para facilitar su reinserción en el sector privado. Sexto, se reducirían gradualmente los planes sociales, con un plan empalme de incentivos para que vayan pasando al sector privado en expansión.

Séptimo, se igualará la edad jubilatoria de mujeres y varones en 65 años y se anunciará que en una década se elevará a 70 años para ambos sexos. Octavo, se reducirán hasta su eliminación los subsidios a la energía y al transporte, normalizando en un plazo prudencial las tarifas de los servicios públicos, amortiguando el impacto sobre los sectores de menores ingresos con la "Tarifa Social". Noveno, se realizará un nuevo plan de privatización de empresas públicas. Décimo, una Ley de reforma de la Coparticipación Federal para devolver las potestades tributarias a las provincias. Onceavo, se alineará la política internacional con el resto de los integrantes del Mercosur que buscan una apertura de la economía basada en acuerdos de libre comercio con el resto del mundo. 

Un ambicioso programa con este tipo de reformas no es utópico, está basado en lo que han hecho países como Australia, Nueva Zelanda, Irlanda y como está encarando el Brasil. El resultado esperado es un salto en las inversiones, que provocaría un crecimiento a tasas del 6% o 7% anual, creando 800.000 empleos por año que, al cabo de una década, permitiría duplicar los salarios reales.