Los últimos datos del INDEC reflejan con crudeza el efecto pandemia aunque es muy complejo evaluar su impacto real en la Argentina porque a las consecuencias sanitarias y económicas se le agregan las sociales y ambientales, lo que nos lleva a un nuevo paradigma de cambio cultural.

Para empezar a dimensionarlo es necesario cruzar los datos de fuentes oficiales, privadas y organismos internacionales que nos permite comprender la magnitud de la crisis y la necesidad estratégica de diseñar un plan integral con medidas de contención y recuperación, para reinsertarnos en la vida, el comercio y el desarrollo sostenible.

Sabemos que el efecto pandémico es multidimensional y la desaceleración económica mundial provoca mayores desigualdades, especialmente en los sectores de mayor vulnerabilidad. Esto se traduce en la pérdida de puestos de trabajo y su consecuente aumento en la deserción escolar, la droga, la inseguridad y la pobreza, sobre todo en países como Argentina donde ya existía una crisis económico-social grave sostenida de varias décadas. Esto, nos hace comprender fácilmente la inutilidad de tomar medidas aisladas o intempestivas, o de aplicar recetas fracasadas que nunca tuvieron éxito ni perdurabilidad.

El gobierno nacional, en un contexto de emergencia mundial, adoptó algunas medidas rápidas para intentar frenar la circulación del virus y fortalecer el sistema sanitario, pero falló al imponer una cuarentena estricta, prematura y larga, que no conoce antecedentes en el mundo. También improvisó medidas económicas para paliar el impacto en determinados segmentos de empresas/población pero olvidando sectores importantes librados a la buena de Dios, como los jubilados y los independientes.

Por la positiva, esta crisis reforzó lo evidente e inequívoco sobre que el Estado debe concentrarse en garantizar la salud, la justicia, la seguridad y la educación de carácter público, así como de socorrer, de forma acotada y temporal, los casos de vulnerabilidad social y económica. Por lo demás, solo debe sentar las reglas de juego y marcar el rumbo para que la iniciativa privada, a su riesgo, despliegue toda su capacidad de generar riqueza virtuosa que produzca el necesario derrame para que disminuyan los inmorales niveles de pobreza e indigencia que sufre Argentina, producto de más de 80 años de desgobiernos.

Es obvio que la respuesta socioeconómica debe ser inmediata con una estrategia activa que movilice las inversiones productivas, el comercio internacional y atienda las emergencias sociales de transición, aprovechando una ventana de oportunidad con resultados secuenciales pero concretos entre los 6 y los 24 meses. Pero para hacerlo debe poner en juego todos los mecanismos y apoyos necesarios, con una planificación estratégica realizada por equipos profesionales experimentados que sinergicen lo productivo-empresarial con las políticas públicas, pues no hay tiempo para ensayos, inexpertos o improvisados. Es el tiempo de enfocar al desarrollo sostenible, y dar respuestas veloces, efectivas y universales.

Esto no es un tema menor ya que en un sistema republicano las crisis desafían la gobernabilidad, por lo cual se necesita de la acción coordinada de los tres niveles de gobierno para intentar moderar el impacto negativo. Pero también exige audacia y decisiones tras un rumbo definido con coherencia en la implementación.

Sabemos que los errores y la contracción afectan la oferta y la demanda sobre una economía en caída desde el año 2010 y con un fuerte estancamiento, significando una pérdida del PIB per cápita mayor al 12 % en 8 años, desequilibrio de balanza comercial, pérdida de competitividad, burdas trabas a las exportaciones, ausencia de crédito, disminución del empleo registrado y aumento de la delincuencia y la pobreza, con cifras vergonzantes cercanas al 50 %.

Los efectos sobre el empleo, según proyecciones de la OIT, podrían significar para Argentina pérdidas mayores a 800.000 puestos y más si se agrava la segunda ola con escasez de vacunas, corrupción, problemas de logística y lenta aplicación. Sectores como los servicios independientes, la gastronomía, el pequeño comercio y la industria del turismo que es fuente de vital importancia para regiones como Patagonia y NOA, se cuentan entre los más afectados, por lo cual requieren de una evaluación particular para generarles el oxígeno necesario para poder tolerar la transición

Por eso resulta fundamental proponer caminos de reconstrucción y recuperación que tengan como eje el financiamiento, la asociatividad y el desarrollo productivo. La creación de oportunidades a través de una economía más sostenible se apalanca en innovación tecnológica, transferencia de conocimientos y uso racional de los recursos naturales, buscando minimizar los impactos sociales negativos.

Los organismos internacionales también deben diseñar su plan global para colaborar en la urgencia de la crisis, ayudando a los países con asesoramiento técnico y financiamiento para poder construir un futuro mejor, preservando la vida y el medio ambiente, con transparencia y justicia, donde se valore el mérito y el esfuerzo. La tríada del enfoque es tridimensional, económico, social y ambiental.

Por supuesto que hay una prioridad que es la salud pública, pero está demostrado que no es excluyente de otras acciones en paralelo. Sin testeos masivos, rastreos, cuidado prioritario de los grupos de riesgo, aislamientos acotados y activo compromiso comunitario es imposible pensar en un futuro para todos. La crisis global provocada por el coronavirus tiene fuerte impacto en el corto pero también en el mediano y largo plazo.

El desafío es una planificación con visión integral que atienda las reformas estructurales de fondo, como la impositiva, la laboral y la previsional. Para esto, también es necesario asumir el indispensable rol que debe jugar una fuerte acción legislativa, uno de los “tres poderes de la República” que hasta ahora fue tibio y mediocre, y que está en grave deuda con la sociedad por su baja calidad de labor parlamentaria.

El fomento y la promoción de las inversiones productivas deben ser el norte direccionador de todo plan, priorizando el financiamiento a las Mepymes y el capital emprendedor, pero también apoyando las microfinanzas para fortalecer las necesidades básicas de los sectores más desfavorecidos, con educación, resiliencia y equidad.

Si hacemos un aprendizaje inteligente, asumiremos que la recuperación económica después de la pandemia debe guiarse por la producción con sostenibilidad ambiental, el comercio exterior, la solidaridad y la atención de los casos más vulnerables. Pero esto no es mágico ya que el crecimiento depende de la inflación, el déficit fiscal, las reglas de juego y la inversión. Todo está interconectado, por eso necesitamos un plan y un tablero de comando. La pobreza se reduce con empresas dinámicas, que invierten, crean valor, generan trabajo y movilidad social.

Podemos concluir enunciando algunas líneas clave para atemperar y crear valor a partir del impacto de la pandemia:

Diseñar y coordinar con los tres niveles del Estado, incluyendo al sector privado de la salud, un plan sanitario de alcance federal que priorice los servicios escenciales y los más vulnerables.

Implementar las reformas estructurales pendientes convocando para su diseño a equipos profesionales idóneos, multidisciplinarios y representativos, que rescaten todos los aportes constructivos para lograr consenso y confianza.

Promover las inversiones con una batería de medidas concretas en los principales sectores generadores de mano de obra y exportación.

Plan de infraestructura nacional apuntado al crecimiento de la producción en todo el ámbito nacional.

Fortalecer los mecanismos que objetiven la transparencia, la selección por mérito, la rendición de cuentas y la participación ciudadana.

Rediseñar la estructura del Estado en sus tres niveles para hacerlo eficaz y eficiente

Promover las inversiones estrategias productivas utilizando también los bienes desaprovechados con que cuenta el Estado en todo el país, liderando una mesa interdisciplinaria con actores públicos como la AABE, Agencias de Inversión y los ministerios de Producción y Economía junto con organizaciones privadas de profesionales, desarrolladores e inversores.

Programas de apoyo para los proyectos con foco en la biodiversidad y los recursos naturales, generando oportunidades para el crecimiento económico sostenible con empleo de calidad (agro, tecnología, ecología, descarbonización, empleo verde, energía, transporte, desarrollo forestal, etc).

Integrarse al mundo y desarrollar una política externa proactiva, a partir del rol protagónico que, en una primera etapa, podemos cumplir en el mercado alimentario.

Participar a nivel global de la construcción de economías y sociedades más justas y solidarias para fortalecer los sistemas que permitan enfrentar mejor los efectos de las futuras pandemias, incidentes climatológicos y catástrofes que sin duda plantearán nuevos desafíos globales.-