De materializarse en un nivel de aceptación suficiente para alcanzar las mayorías requeridas por las CACs, el acuerdo con los acreedores permitiría despejar la incertidumbre en torno a la deuda, que desde hace más de dos años se encuentra detrás de la crisis de balanza de pagos que viene comprimiendo a la economía argentina. Además de ello, la Argentina requiere avanzar con un esquema de estabilización macroeconómica que pavimente el camino para una recuperación post pandemia robusta en un entorno de previsibilidad cambiaria y un sendero de inflación decreciente.

En primer lugar, resulta fundamental brindar señales de consistencia fiscal. La importancia de este punto radica en que el déficit ha sido el principal factor de expansión de base monetaria, condicionando en gran medida la conducción de la política monetaria y poniendo presión al balance del BCRA vía el aumento de los pasivos en pesos. 

En torno a este punto aparecieron algunas señales auspiciosas. La interanualidad del gasto primario excluyendo partidas vinculadas a la Covid-19 se ubicó en junio algunos puntos por debajo de la inflación, en tanto la ejecución de nuevas partidas fue más moderada de lo que indicaban los anuncios iniciales. Hacia adelante, es fundamental que esta dinámica se profundice, en un contexto donde la nominalidad de los ingresos puede ayudar a medida que se va reabriendo la economía y los factores transitorios que anestesiaron la inflación durante el ASPO comiencen a debilitarse.

En segundo lugar, la estabilización requiere señales en el terreno monetario/cambiario, asegurando una trayectoria alineada entre la tasa de interés en pesos, el dólar y la inflación, donde la primera resulte algo positiva contra las otras dos variables y donde estas últimas no presenten grandes divergencias. Cada vez que las tres variables se desalinearon en forma considerable, la Argentina enfrentó crisis macroeconómicas con alto costo sobre la productividad, el empleo y los indicadores sociales.

En los últimos meses, el tipo de cambio de referencia se movió por encima de la inflación y prácticamente duplicó la tasa promedio ponderada de los pasivos en pesos del BCRA, una condición necesaria para la sostenibilidad endógena del balance de la autoridad monetaria. No obstante, y aunque el stock de estos pasivos hoy representa, medido en moneda extranjera, poco más de la mitad del vigente hacia diciembre de 2017, el acelerado crecimiento nominal durante los últimos meses plantea un riesgo que requiere una estrategia de salida monetaria que fortalezca la demanda de activos en pesos  y la haga menos dependiente del sostén artificial que representa el cepo.

Entre las oportunidades, a diferencia de 2015 el tipo de cambio de referencia no luce atrasado desde el punto de vista del equilibrio del sector externo y los precios relativos se encuentran más alineados, en tanto la desaceleración en el canal de transmisión de la emisión a los precios durante la pandemia puede ayudar a encarrilar las expectativas de precios y salarios si se aprovecha vía un esquema de acuerdo coordinado (complemento, y no sustituto, de un programa fiscal y monetario creíble). Entre los riesgos, las presiones que van a continuar recayendo sobre el gasto desde sectores que van a tardar en recuperarse y una demanda de dinero muy golpeada luego de las sucesivas licuaciones, van a requerir un alto grado de precisión en el manejo de la política económica para sostener una recuperación sin una aceleración marcada en la nominalidad.

Además de prudencia fiscal y una trayectoria consistente de dólar, tasa e inflación, para comenzar a revertir el deterioro social de las últimas décadas y no volver a recaer en otra crisis de deuda, la Argentina va a necesitar en los próximos años embarcarse en un proceso de desarrollo donde los motores sean la inversión y las exportaciones, apalancándose en las oportunidades que deja el mundo post pandemia en sectores vinculados a alimentos con valor agregado, biotecnología y servicios basados en el conocimiento, entre otros.