Para algunos, la reacción fue desmedida y apresurada. Para otros, fue insuficiente y tardía. La realidad es que –una vez más- el Presidente de la Nación apeló a la fórmula del equilibrio para sortear una crisis cuya autoría le pertenece pura y exclusivamente a su gobierno y reaccionó despidiendo al ministro de Salud más importante de la historia contemporánea argentina, cuando el escándalo del "vacunatorio VIP” montado en el hospital Posadas le estalló frente a las narices.

La sensación de enojo se disemina como reguero de pólvora. El ciudadano de a pie tiene bronca porque se siente estafado en su buena fe, tras un año de poner el hombro para bancar esta pandemia que nos sigue golpeando y acompañar mayoritariamente las medidas restrictivas adoptadas para contenerla. Alberto Fernández está enojado con el “Comandante Ginés” –tal como él mismo bautizó al titular de la cartera sanitaria en una de las tantas conferencias de prensa del año pasado, cuando el único enemigo a combatir era el virus- por no haber previsto el impacto político de su accionar displicente. Y el propio Ginés también debe sentirse dolorido porque su presidente le soltó la mano en medio de la tormenta.

La oposición, como siempre, hizo lo previsible: atacar con furia y sin memoria de su propia incapacidad, agarrándose del argumento que este error grosero de la administración Fernández le sirvió en bandeja de plata y remarcando la contradicción de un gobierno que llegó cuestionando la falta de transparencia de su antecesor y trastabilla ante un episodio tan estúpido como una lista de vacunados de privilegio. Podría decirse que este escándalo le dio a los dirigentes de Juntos por el Cambio la excusa perfecta para iniciar su campaña electoral, concientes además de que Comodoro Py podrá asistirlos con procesamientos "oportunos" derivados de las quince causas iniciadas en las últimas 48 horas.

Sin embargo lo curioso fue la reacción de buena parte de los “cuadros” del Frente de Todos, que quedaron golpeados por el episodio. Un legislador con llegada directa a los despachos principales de la Rosada, comentaba a Data Clave: “no lo puedo creer, llamame ingenuo, pero no me lo imaginaba, nos partieron al medio justo donde más nos duele, que es en el proyecto cultural, tengo una sensación de pérdida enorme”.

La reacción se repitió en otros consultados, que acusaron recibo del golpe y manifestaron su decepción por la situación generada. “No nos pueden ganar la batalla más importante, que es la de la credibilidad, justo a nosotros que venimos defendiendo la transparencia de la gestión como bandera para marcar un claro contraste con nuestro opositores”, aportó un funcionario del área social.

Hay un costo político que pagó con su cargo y una parte de su prestigio Ginés González García, a quien se lo eyectó automáticamente del ministerio, como si solo él hubiese estado al tanto de este esquema paralelo de inmunizaciones preferenciales. Hay otro costo “judicial” que deberán enfrentar todos los que hayan estado en la línea de responsabilidades funcionales, en principio con imputaciones y luego -de prosperar esas causas- con procesamientos y hasta eventuales condenas.

Pero la peor pérdida que enfrenta el gobierno y de la que debe recuperarse con rapidez e inteligencia es la de su credibilidad, que quedó dañada tras esta crisis aún no superada de las vacunas “para amigos”. No solo porque este año el oficialismo deberá refrendar en las urnas el apoyo a su mandato de cuatro años durante las elecciones de medio término, sino porque acaba de comenzar la tan ansiada vacunación masiva, que requiere de un funcionamiento aceitado de los resortes del Estado imprescindibles para garantizar el éxito de la campaña. Y el principal combustible de este mecanismo es la confianza.

Las medidas adoptadas en las últimas horas por la nueva ministra Carla Vizzotti son importantes, pero suenan insuficientes para recomponer la imagen del gobierno tras el golpe recibido. Con el diario del lunes es sencillo decir cómo debieron haberse hecho las cosas, pero evidentemente el sistema para monitorear la vacunación del llamado “personal estratégico” debió haberse instrumentado con el inicio del proceso y no tras el escándalo.

La sociedad necesita recuperar la empatía con un proceso que requiere de una confianza contra la que el propio gobierno acaba de atentar. El éxito o el fracaso de esta campaña de vacunación depende de ello. Y el destino de Alberto Fernández también.