En el año 2002 la actividad económica sufrió una caída histórica de 10,9% y no hace falta recordar el clima político para no amargarse. Ya en 2003 la actividad creció 8,8%. La pobreza rondaba el 50%, la desocupación era más elevada, pero se convivía sin inflación (excepto por el período del tremendo salto devaluatorio). Salvo por esto último, ese combo de indicadores económicos no es tan distinto al actual pero el sistema político estaba al borde del fracaso. La consigna “que se vayan todos” era angustiante en una democracia tan joven.

Actualmente, por suerte o por madurez, el voto bronca o el que se vayan todos no es una reacción de la sociedad. Pero esto no quita que deba replantearse hasta qué punto ha madurado la política argentina. ¿Es un sistema más estable, es una sociedad resignada, con miedo o quizás alguna otra cosa? El paso del tiempo ayudó, el cambio generacional en el electorado también, pero cuando se mira con más atención la madurez de la vidriera política aún deja mucho que desear. No es un fenómeno exclusivo de Argentina, pero no por eso hay que resignarse a un debate de un nivel un poco más elevado.

Con los indicadores socioeconómicos actuales que la discusión pase por la frase de la pre candidata Victoria Tolosa Paz es un síntoma de un desacople entre la oferta electoral y la demanda social. Por qué esa desconexión llama la atención. Pases de facturas, chicanas, gritos y poco diálogo tiñeron la campaña electoral a menos de dos semanas de las PASO. A los indigentes de cada distrito poco le interesa que Javier Milei insulte al Jefe de Gobierno y no entiende posiblemente de qué se habla cuando la Vicepresidente habla de Lawfare. No por falta de educación, sino porque tiene cosas más importantes en qué ocuparse.

Hay que admitir que el sistema político adquirió cierto grado de resiliencia. Alguno quizás dirá porque se trata de una elección legislativa, pero con un país en una situación económica igual o menos grave que la actual el movimiento km 501 en las legislativas de 1999 instaló el voto bronca.

Parte de esta anomalía quizás radique en la elección de los candidatos, ‘halcones’ a ambos lados muestra cómo el sistema no resiste tanta radicalización en los comicios, lo que es una buena señal. No hay espacio para la autocracia en el sistema político argentino de elección cada 2 años. De ahí que esperar que el resultado de las elecciones cambie mucho el rumbo económico de los próximos años sea un poco pretencioso.

Cada dos años hay una fuerza de gravedad que empuja al centro. No sólo por restricción del electorado, sino porque la oferta electoral se configura de esa manera: el votante del medio vale doble, le saca a Juntos o a Todos y le otorga al otro. En cambio, si se apuesta por los extremos el voto como mucho se fideliza y cuenta por uno.

Pero lo que se quiere advertir en esta breve editorial es que si bien esto funciona como estabilizador automático, al mismo tiempo obliga a algunos sectores de los dos partidos en pugna a tener que cubrir los extremos. En ese sentido, quizás Cristina Fernández retiene más el voto que Juntos que como mucho presenta al cordobés (sic) Mauricio Macri o a Ricardo López Murphy en la Capital Federal, u otorga dos alternativas en PBA.