La noche del 1 de septiembre de 2022 y cuando las agujas de los relojes se clavaron en las 20 y 52, en la esquina de las calles Juncal y Uruguay un hombre -escondido entre una multitud - disparó contra la vicepresidenta de la Nación.

Desde una semana antes ese vértice del barrio porteño de la Recoleta estaba convulsionado. Cientos, quizá miles de personas, día y noche, se agolpaban para demostrarle a su líder política que no estaba sola, que la acompañaban en un derrotero judicial que había comenzado en 2016 con la "Causa Vialidad" y había culminado el 22 de agosto de 2022 con el pedido del fiscal Diego Luciani de que se condenara a Cristina Fernández de Kirchner a doce años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos.

Lunes

La noche del lunes 22 empezó a juntarse gente, ruidos de cacerolas, banderas argentinas, cantos destemplados y en solitario. Uno gritaba: "Acá no hay planes, la puta que te parió!" que se superponía a "Chorra!" y a un coral "Ar-gen-tina, sin Cris-tina!". Mujeres mayores, varios jóvenes, dispersos pero unidos por un sentimiento de revancha, de reivindicación de sus deseos plasmados en la firma de Luciani. 

Hubo un revuelo: dos pibes, morrudos, cubiertos con gorros y barbijos, que gritaban por encima de la media, de repente abrieron sus mochilas y arrojaron bombas molotov. Fueron apresados, no pasó a mayores. Dos loquitos sueltos. Luego supimos que uno de ellos era Leonardo Sosa.

Lo que se supo, lo que no se investigó, lo que decidió ignorarse y quién es quién en el intento de asesinato a CFK

A ese grupo de vecinos con sus cacerolas, lo sucedió una multitud que se mantuvo estoica durante días. Muchos organizados por agrupaciones, otros sueltos, que también llegaron a la esquina de Juncal y Uruguay. El aluvión que en otros tiempos llamaron zoológico, había copado nuevamente algunas calles. Bombos, banderas, cánticos, en ese liturgia tan común al peronismo primero, al kirchnerismo después, que hace incluso de una mala noticia, un motivo de algarabía con tintes épicos.

La cuerda se tensaba en el aire. Toda trama tiene su revés y en esa urdimbre se tejían amores y odios en proporción; y mientras unos coreaban y saltaban, otros confabulaban y planeaban. Esa semana, y muchas anteriores. 

Martes-Miércoles-Jueves-Viernes

Y como un aparente puente entre los vecinos molestos por la invasión que les impedía moverse por su barrio, entrar o salir e incluso dormir; y los manifestantes, apareció públicamente una mujer de pelo cano y violeta. Era Ximena de Tezanos Pinto, la propietaria del sexto piso del edificio donde también vivía entonces la vicepresidenta. "La vecina de Cristina", como empezó a llamársela. 

Ximena había aparecido en algunos medios un par de años antes, que la entrevistaron y mostraron las banderas que solía colgar desde su balcón, con claras alusiones contra el gobierno o el kirchnerismo. Ahora estaba empezando a disfrutar de sus cinco minutos de fama, yendo y viniendo, dando notas, simpática y afable, ayudando incluso a una manifestante descompuesta a la que socorrió llevándola a su casa. 

Con ella, parecía que una Argentina dividida a hachazos, podía por fin unificar criterios sin odios ni rencores. La cuadra ya tenía su propio comercio espontáneo: parrillas y asadores; manteros con remeras, llaveros, posters y todo el merchandising peronista; un vendedor de copos de azúcar que en todo el día vendía poco, pues casi no había niños.

Si alguien hubiese estado más atento, si alguien hubiese mirado las redes sociales de algunos personajes, hubiera sido sencillo pensar que algo grave podía suceder. Que era imposible sostener a cientos de militantes día y noche en una esquina de una ciudad, sin que alguien pretendiera contrarrestar de algún modo esa cerrada épica. Pero nadie reparó en esos "cuatro gatos locos" que venían haciendo ruido desde un tiempo antes, porque de haberlo hecho, podrían haber sabido de ese chat en donde Jonathan Morel decía "yo porque no puedo ir porque los nenes de La Cámpora me conocen, si no, me meto entre ellos y paso a la historia"

O Dalila que ofrecía su arma para matar a Cristina, o mil planes para llevar a cabo la consigna que ya habían hecho pública en manifestaciones en plaza de Mayo, en esas jornadas en las que mostraban una guillotina, o arrojaban teas ardientes a Casa Rosada: "Muertos, presos o exiliados". Y que ahora, en ese momento cúlmine, planeaban ejecutar de algún modo esos deseos manifiestos.

De ese chat participó Brenda Uliarte. Según dijo, también, fue parte Ximena de Tezanos Pinto. También Sabrina Basile y su amiga de Equipo Republicano, Cristina Luján Romero. Y Gladis Egui, que le alquilaba un cuarto a Ximena, también en el edificio de Juncal y Uruguay. Y Nilo Medina, y Ernesto Anzoátegui. Y Leonardo Sosa -el de la molotov del lunes 22- y Gastón Guerra

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Sábado

Las primeras horas de la mañana mostraron un panorama diferente en la esquina de Uruguay y Juncal. Con el argumento de que de esa manera los vecinos podrían circular más cómodos por el barrio, el entonces jefe de gabinete del gobierno de la ciudad, Felipe Miguel, dio la orden de vallar todo el perímetro y así impedir el acceso de manifestantes a el ya clásico punto de encuentro. Algunas agrupaciones kirchneristas, que tenían previsto reunirse en un acto en Parque Lezama, decidieron ir a Recoleta. 

Los manifestantes espontáneos que iban llegando, vieron las vallas y decidieron correrlas. Palazos, camiones hidrantes, balas de goma. Casualmente, dos containers con piedras habían sido dejados por la Policía Metropolitana justo a unos metros. Llegó el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y el diputado Máximo Kirchner, que gritaba que quería llegar a su casa, entre tirones y forcejeos. De un handy se escuchó la voz de un policía: “¿Querés pasar Máximo la concha de tu madre, querés pasar puto? La concha de tu madre vas a pasar”. Otro aseguró, por el gobernador: "Este acá no tiene fueros"

En medio de los desmanes y como un militante más, se filmaba junto a Juan Grabois, Anzoátegui, referente de Equipo Republicano y con estrechos lazos con Revolución Federal. Un poco más allá hacía lo mismo Nilo Medina, el abogado de Jonathan Morel y también integrante de esa novedosa agrupación que saltó a la fama por escraches violentos, horcas y guillotinas prometidas a todo kirchnerista.

En el último piso del edificio, en el balcón del departamento de Tezanos Pinto, en alegre montón se filmaban Sosa y Guerra, que habían ido a tomar el te con la famosa vecina, la abogada Gladis Egui y Cristina Luján Romero. Desde esa ventana podían ver claramente al vendedor de copos de azúcar, que estuvo allí toda la jornada.

Por la noche, en un improvisado escenario, habló Cristina a la multitud que, preocupada y atenta, seguía cada palabra de la mandataria. Cánticos, abrazos, emociones, tensión. A pocos metros, el vendedor de copos de azúcar mandaba un mensaje de texto: "No vengas, no vale la pena, la hija de puta ya se metió adentro".

Domingo-Lunes-Martes-Miércoles

Esos días transcurrieron entre declaraciones a la prensa y conjeturas de lo sucedido el sábado. El diputado Gerardo Milman aprovechó esas jornadas para presentar en el Congreso un pedido de informes acerca de la custodia de la vicepresidenta, su número, funciones y costos y finalizaba con la extraña frase: "Sin Cristina hay peronismo, sin peronismo sigue habiendo Argentina". 

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Más atrevido fue el posteo del diputado Francisco Sánchez en Twitter, quien el día 23 pedía pena de muerte para quienes fueran traidores a la Patria, y él consideraba a Cristina Kirchner como tal. En las redes sociales el clima de por sí tórrido, se caldeaba aún más. Algunos hablaban de cuidar a Cristina, quien cada mañana y cada noche, al entrar y salir de su casa, estaba rodeada de miles de personas sin que se sepa quien era quién. 

Un cordón de militantes oficiaba como improvisada guardia de seguridad, pero reinaba la confianza. Otros mostraban una iracundia que crecía: mujeres, varones, jóvenes, mayores, en solitario o como parte de alguna agrupación, mostraban ira y reclamaban cárcel y proscripción en el mejor de los casos. Muchos hablaban de balas, "corchazos", "justicia por mano propia". Nadie reparó en ellos.

El martes 30 a las tres de la tarde, Gerardo Milman se bajó de un coche junto a su secretaria Carolina Gómez Mónaco en la esquina de Riobamba y Rivadavia. Entraron a la confitería Casablanca y se sentaron en una mesa cerca de la ventana. Poco después se unió la asesora Ivana Bohdziewicz. En medio de una alegre charla, desde otra mesa alguien escuchó que Milman dijo: "Cuando la maten yo voy a estar rumbo a la costa"

Le llamó la atención, pero pronto la olvidó porque no supo a qué o a quién se refería. Días después, cuando pasó todo, ató cabos. Debates televisivos y panelistas en pugna y a los gritos. En las redes la tensión crecía sin control, porque nadie controla las redes. En la calle, algunos grupos reducidos pero fervorosos se manifestaban a favor del fiscal Luciani, un prócer para muchos, como para las mujeres de Equipo Republicano que, megáfono en mano, llamaban a unirse por la Patria y proteger a Luciani para que no lo "asesinen" como a Alberto Nisman.

En la esquina de Juncal y Uruguay, entre la multitud nuevamente congregada, el vendedor de copitos se mensajeaba con su novia y sus amigos. "Tuve a Kicillof a medio metro", se jactaba. Y su novia, a la vez, le decía a su amiga Agustina que ella podría convertirse en San Martín, que era capaz de darle "un corchazo" con un arma que tenía. 

Desde hacía meses no solo había participado de las actividades de Revolución Federal, sino que había seguido con devoción todos los vivos de instagram, los programas de youtube y las presentaciones públicas de El Presto, un influencer, parte de un grupo autodenominado Ministerio del Odio, integrado por varios pares de redes como Tipito Enojado, Alvaro Zicarelli, Es de Peroncho y Martín Almeida, quienes además propiciaban la campaña de Javier Milei

Ámbar, que así se hacía llamar la novia del vendedor de nubes de algodón de azúcar, había ido a cada acto de Milei solo para verlos a ellos y, especialmente, a El Presto con quien, finalmente, tuvo una relación sentimental durante tres o cuatro meses.

Jueves

A las 20:47 Cristina llegó a su casa luego de un día de trabajo. Una hora antes el vendedor de copos de azúcar, esta vez sin su mercadería, llegó a la esquina acompañado de una mujer que llevaba una bolsa blanca. Fueron acercándose a la puerta de servicio del edificio, por donde siempre entraba y salía Cristina. Ella se quedó un poco más atrás, contra la pared. Él se acercó al cordón cuando vio venir el auto que traía a la vicepresidenta.  

La rutina de los últimos días: un cordón de militantes la resguardan de una posible avalancha, emociones, libros para firmar, manos que se agitan, griterío y cánticos. Alguien extiende un libro que cae a los pies de Cristina, y ella se agacha para tomarlo. Apenas se puede ver un brazo, una mano y en la mano, como extensión, un arma. Un disparo. Una bala que no sale. Ximena de Tezanos Pinto posiblemente estaba asomada a su ventana. 

En la vereda de enfrente, Nicolás Carrizo. Brenda Uliarte, a metros vieron como se llevaban preso a Fernando Sabag Montiel. Como un reguero de esa pólvora todos los canales, todas las redes sociales, todas las radios y en todos los puntos del país se supo, se vió y habló. 

Jonathan Morel, Leonardo Sosa, Gastón Guerra, Sabrina Basile, Dalila Monti, Nilo Medina y otros integrantes de Revolución Federal hervían en mensajes. La carpintería de Boulogne que instaló Morel con el dinero que cobró por la indemnización de un trabajo de tres meses en un call center, fue el punto de reunión. No tenía trabajo pero tenía tiempo y dinero. 

A pesar de haber aprendido el oficio por youtube, unos meses antes -en coincidencia con la fecha de fundación de Revolución Federal- tuvo un gran pedido de muebles para un hotel en Neuquén. La firma que lo contrató pertenecía al Holding Caputo, y la misma Roxana Caputo lo había contratado en persona.Ximena de Tezanos Pinto, Sabrina Basile y Cristina Luján Romero, como parte de Equipo Republicano, se filmaron el viernes protestando en Plaza de Mayo por el asueto que declaró el presidente.

La persona que había escuchado la frase pronunciada por Milman, entendió de quien podría estar hablando, y se presentó en la justicia días después. Los integrantes del Ministerio del Odio dedicaron largas horas de youtube y miles de posteos que se viralizaron ad nauseam a mostrar que el intento de crimen era un montaje, que la pistola era de agua, que Sabag Montiel era kirchnerista. 

Esos post los replicaron desde los sitios Bullrichmanía, Equipo Republicano, los líderes de Jóvenes Republicanos, los seguidores de Milei, algunos comunicadores sociales y periodistas. Se iniciaron dos causas en dos juzgados que, a pesar de los demostrados vínculos directos entre diferentes "células" que podrían haber funcionado en sincronicidad, no se unificaron.Se instaló que el intento de magnicidio fue obra de "tres loquitos sueltos": Fernando Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Nicolás Carrizo. La banda de los copitos. 

No se sabe y nadie pregunta como se financiaron, como tomaron la decisión, como planificaron, por ejemplo, alquilar un departamento en la zona más cara de la ciudad más cara del país. No se investigó como fue que unos días antes, y en tres ocasiones diferentes, aparecieron en Crónica TV y, en una de esas ocasiones, entrevistados por Delfina Wagner, integrante del Ministerio del Odio, seguidora de Javier Milei, que hoy vive en el departamento de Ximena de Tezanos Pinto. 

Delfina, además de haber compartido estudio de televisión con el dúo de asesinos en potencia, también compartió con ellos algunos chats (en uno le preguntaba a Brenda si precisaba algo, que contara con ella) y el festejo de cumpleaños de Hernán Carrol, líder del Partido Nuevo Centro Derecha y a quien Sabag Montiel, desde la cárcel, le reclamó por un abogado. 

En ese cumpleaños también estuvo Martín Almeida, un standapero que hasta hoy se burla del intento de magnicidio diciendo que fue una farsa, y es parte del Ministerio del Odio. Tampoco se investigó a estos influencers a pesar de que El Presto (Eduardo Prestofelippo) tuvo un romance con Uliarte y tiene fotos con la vecina Ximena de Tezanos Pinto; ni a Danann (Jorge Gorostiaga), ni a Álvaro Zicarelli, que manifestaron burlas en la misma sintonía que el resto, y que tienen profusos contactos políticos y amistosos con Patricia Bullrich y Javier Milei; pero también con Hernán Carrol y Nilo Medina, de Revolución Federal, con quienes compartieron actos contra la cuarentena.

No se le preguntó a Ximena de Tezanos Pinto como tenía vinculación directa, al punto de invitarlos a tomar el té dos dias antes, con Gastón Guerra y Leonardo Sosa, que ya estaban procesados por las bravatas contra algunos dirigentes políticos y tenían visibilidad por los actos con guillotinas y horcas. Ni con los integrantes de Equipo Republicano, más conocido como "Las Mabeles" al decir de Jonathan Morel, que acompañaban tanto a Revolución Federal en cada acto como a Patricia Bullrich en cada momento de su campaña. Mucho menos como fue que pasó de ser morosa incobrable a saldar todas sus deudas justo el mismo mes que Revolución Federal se creó, Morel puso su carpintería, y Sosa se hizo de cincuenta mil dólares. 

Ni por qué en su casa vivió la abogada Egui, ni por qué ahora lo hace Delfina Wagner. Mucho menos se le preguntó a Gerardo Milman y sus dos secretarias, que vaciaron sus teléfonos en las oficinas del Instituto de Estudios Estratégicos de Seguridad que dirige Patricia Bullrich. En algunos medios se publicaron notas con títulos como "La bala que no salió y el fallo que sí saldrá". En otros dejó de hablarse del tema. 

Las causas judiciales agonizaron antes de nacer. Algunos referentes políticos, a un año del hecho, no expresaron aún repudio alguno. Y la épica militante, que cantaba "que quilombo se va a armar", se diluyó en las urgencias cotidianas. A un año del suceso más pavoroso de los últimos cuarenta años de democracia, ya parece no importarle a nadie.