Mafalda Secreto era una mujer trabajadora, que llevaba adelante un taller textil con varias empleadas, quien soportó durante años a un marido adicto al juego, a quien dejó vivir durante años en la misma casa pese a estar separados, y se ocupó con amor de sus hijas, una de ellas gravemente enferma. 

Un día, esa mujer abnegada se convirtió en asesina. Fue durante la noche del 30 de mayo de 2019, en la ciudad de Colón, en el interior bonaerense, donde los vecinos la conocían como una buena persona, esforzada y perseverante. Pero su vida se convirtió en un infierno y un arma de fuego fue la ruta de salida.

¿Cómo llegó a esa noche trágica? Mafalda se separó definitivamente de su marido y pensó que podía conocer a otro hombre, formar una nueva pareja. Así a través de Facebook se conectó con José Luis Arena, a quien conocía de años atrás. Sabía que era medio charlatán, mentiroso, pero lo cautivó su personalidad, tan expansivo.

Arena, que tenía un pasado turbio, se instaló en su casa. De a poco la comenzó a controlar: le sacaba el teléfono, se hacía pasar por ella en los contactos de trabajo para el taller textil, quería controlar el dinero y maltrataba a las empleadas. Con el tiempo, la llevó a consumir cocaína, y en pocos meses, todo lo que había construido empezó a ir barranca abajo.

Durante dos jornadas del juicio oral que se llevó adelante contra Secreto por el homicidio de Arena y que finalizó el lunes 4 con su absolución, la mujer no sólo relató cómo fue la noche del crimen, sino que les contó a los jueces en que se había convertido su vida al lado de ese hombre.

Y los jueces Guillermo Burrone, Raúl Alejandro Salguero y Gladys Hamué, integrantes del Tribunal Oral N°1 de Pergamino, entendieron que el relato de Secreto era consistente con un cuadro de violencia de género extendido en el tiempo y que la muerte de Arena con un disparo en la cara, fue en legítima defensa. Esa misma noche, Arena le había dicho que no era como su exmarido y que la iba a matar.

Después de pegarle un tiro en el maxilar a Arena con un revólver calibre 38, cuando estaba en la cama, le cortó las piernas y un brazo en el galpón que estaba en el fondo de la casa. Luego llamó a su hermana para pedirle que la ayudara a hacer desaparecer el cadáver. Fue su hermano quien horas más tarde se presentó en la comisaría del pueblo para denunciar el homicidio. Cuando llegaron los agentes, Mafalda les abrió la puerta y sin más vueltas les contó lo sucedido.

“Luego, en dirección hacia la parte posterior de la casa y tras acceder a una especie de quincho con parrillero y galpón lindante con viejas máquinas de coser, se constató la existencia del cuerpo sin vida de un sujeto del sexo masculino de contextura robusta, de edad adulta, vestido con remera y calzoncillos, tendido en posición de cúbito dorsal sobre el piso, destacándose la faltante de sus dos extremidades inferiores y del brazo derecho”, escribieron los policías en el informe.

Cuando le tocó declarar en el juicio oral, Malfalda no sólo describió cómo había cometido el crimen. En medio de llantos, relató el suplicio en que se habían convertido sus días al lado de Arena. Dijo que las primeras mentiras, que al principio le causaban gracia por lo burdas, se hicieron más grandes y complicadas. Y así se enteró de que las ausencias cada vez más prolongadas del hombre se debían a que viajaba para buscar drogas. 

Les contó a los jueces de los golpes, de la necesidad de usar a toda hora de anteojos de sol para tapar las marcas, del consumo permanente de cocaína, de cómo la drogaba para que otros hombres abusaran sexualmente de ella por unas botellas de cerveza, del robo de dinero, de las estafas, del cierre de las cuentas bancarias de su hija enferma de cáncer. Arena no era un mal tipo: era un monstruo.

Sobre el momento de la muerte, el fallo dice: “Retomó su relato diciendo que se levantó de la cama y manifestó que iba a la cocina a buscar agua a lo que Arena le contestó que si volvía llorando la mataba y que se iba a encargar de sus hijas y sus nietas. En este contexto, volvió de la cocina con el agua y al pasar por la computadora observó abierta una página de Facebook con una foto de su nieta adolescente y una bota suya, vió el arma grande, la tomó, llegó hasta el dormitorio, llamó a su pareja por su nombre y disparó. Según su parecer, fueron dos disparos. Después de ese episodio, no recuerda nada más de lo que hizo”.

Los tres jueces rechazaron el alegato de la fiscalía, que pidió para Secreto 18 años de prisión, y aceptó los argumentos de la defensora Raquel Hermida Leyenda, quien sostuvo que Secreto actuó en legítima defensa, en un contexto de violencia de género que se desarrollaba en forma continua y permanente.

Al explicar porque absolvieron a la mujer, los jueces escribieron: “Ignorar este cuadro contundente de violencia contra la mujer, preexistente, acreditada con numerosos testigos y profesionalmente verificada para comprender el hecho que culminara con la muerte, implicaría lisa y llanamente negar el sufrimiento físico y psicológico de Secreto. Esta negación implicaría sin más desconocer la normativa constitucional y de derechos humanos y acarrearía responsabilidad estatal por la violación de las obligaciones asumidas por nuestro país mediante esa normativa”.