En su libro Contra la Democracia, el doctor en filosofía, Jason Brennan hace una crítica del mecanismo electoral basada en la idea de ignorancia racional. Para esta teoría, es totalmente razonable que los votantes se mantengan ignorantes sobre cuestiones fundamentales de teoría política, derecho o economía, puesto que el peso que su voto tiene en los comicios es demasiado pequeño (ponderado por la posibilidad de resultar definitorio), en comparación con el esfuerzo que requiere el estudio y la preparación.

Divagando sobre este punto, refuta una potencial crítica, que sostiene que “los votantes no necesitan ser expertos en política. Sólo tienen que saber lo suficiente para echar a los cabrones en el poder cuando lo estén haciendo mal”.

Pero a esto Brennan responde que, precisamente, para el votante promedio es muy difícil distinguir causas y consecuencias. De acuerdo con el autor, “saber si los cabrones lo están haciendo mal requiere una enorme cantidad de conocimiento de ciencias sociales. Los votantes necesitan saber quiénes son los cabrones en el poder, qué han hecho, qué podrían haber hecho, qué pasó cuando hicieron lo que hicieron, y si es probable que los aspirantes sean algo mejores que los cabrones actuales”.

La ignorancia racional de los votantes puede afectar, también, a comunicadores y políticos. Y el caso tiene aplicación práctica cuando pensamos, por ejemplo, en el debate actual sobre si es necesario salir, o no, del cepo cambiario y sobre en cuánto tiempo habría que eliminarlo, asumiendo que se ha decidido hacerlo.

En una reciente charla radial en un programa muy escuchado de la mañana, se planteaba que algunos candidatos piensan que es necesario eliminar el cepo de un día para el otro, tal como lo hizo el gobierno de Mauricio Macri el 16 de diciembre de 2015.

Frente a tal posibilidad, el conductor del programa opinó: “Salimos del cepo de un día para el otro y mirá cómo terminamos”.

Comentarios como el anterior son frecuentes de escuchar en el debate público. Se suele asumir que la “crisis de Macri”, caracterizada por el fuerte aumento del dólar (recordemos que pasó de alrededor de $ 18 en diciembre de 2017 a $ 46 antes de las PASO de 2019), la duplicación de la inflación (cerró en 25% en 2015 y en 54% en 2019) y la recesión económica (el PBI cayó 2,6% en 2018 y 2,0% en 2019), se debió principalmente a que el cepo se eliminó de un día para el otro… O, al menos, se asume que dicha política contribuyó significativamente a los resultados finales, observados en retrospectiva.

No obstante, sacar estas conclusiones constituye un error liso y llano. Es cierto, claro, que la salida del cepo implicó una suba de la inflación y una contracción económica de corto plazo. De hecho, en 2016 la inflación subió a 40,9% principalmente por el sinceramiento cambiario, y ese mismo año la economía cayó 1,8%. Sin embargo, en 2017 estas variables habían mejorado y el impacto inicial de la unificación cambiaria había quedado atrás.

Lo que digo aquí no es antojadizo, sino que es un fenómeno bien observado en los procesos de sinceramientos cambiarios, como escribieron Dornbusch y Edwards en su descripción del “Populismo Macroeconómico”. Con el fin del cepo, Argentina ponía punto final a un esquema propio del populismo macroeconómico y enfrentaba (aclaro nuevamente, a corto plazo) las consecuencias de hacerlo. Pero para 2017 este impacto se había superado.

La crisis posterior, entonces, no fue la consecuencia de haber abandonado rápidamente el cepo cambiario. Tampoco fue consecuencia de no haber tenido un sistema de regulación cambiaria en los años siguientes. La causa fue una mucho más frecuente en la historia económica argentina: un gran déficit fiscal, financiado con deuda externa que se volvió insostenible y desató el pánico en los mercados. Se produjo -en palabras de los economistas estructuralistas, pero por el desmadre fiscal y de deuda- una “devaluación contractiva”. Saltó el dólar, se aceleró la inflación y el PBI se contrajo.

Ahora bien, otro argumento que rechaza la idea de que la crisis ocurrió por eliminar el cepo lo ofrecen los años de la Administración Fernández-Kirchner. En los ya casi 4 años de gestión de Alberto y Cristina el cepo cambiario se mantuvo en su lugar. Sin embargo, y a pesar de ello, el dólar en el mercado paralelo pasó de $ 77 en diciembre de 2019 a los casi $ 500 de hoy en día y, producto de una emisión descontrolada de pesos, la tasa de inflación también se duplicó, pasando de 54% en 2019 a 108,8% según el último registro divulgado por el INDEC.

Es que uno puede poner todos los controles al dólar que se le antojen, o no tener ninguno, pero si no resuelve los problemas económicos de fondo, estos se materializarán de todas formas. La única diferencia, es que en el caso de tener un dólar libre, será éste el que vuele por los aires, mientras que si se tiene un cepo, lo que volará será la brecha. Y así ocurrió. La brecha cambiaria cerró en 15% en diciembre de 2019, mientras que hoy anda por el 95%.

En conclusión, el problema no es salir del cepo, sino tener cepo, un sistema cambiario que no usa ningún país del planeta, y creer que eso puede traer algo de prosperidad. Eliminar el control de cambios se transforma, entonces, en una necesidad imperiosa, y es falso argumentar que si se hace rápido vamos a terminar nuevamente como lo hicimos en 2019.

Si la eliminación del cepo va a acompañada de reformas económicas racionales, existe alta probabilidad de que ésta vez sea distinto, y Argentina vuelva a tener -al fin- años de crecimiento económico sostenido.