Terminó finalmente el Gobierno de Alberto Fernández. Uno de los peores de la historia democrática argentina en el plano económico, pero también por factores extra económicos. El Presidente saliente se va por la puerta trasera habiendo dinamitado su capital político inicial y relegando a su agrupamiento a una posición de debilidad. Cede el poder a una oposición anti sistema liderada por outsiders sin experiencia política. 

En las siguientes líneas analizamos algunas puntas para entender el fracaso económico de la gestión Fernández 2015/2019. El huevo de la serpiente posiblemente haya sido la indefinición inicial sobre el diseño macroeconómico. Fernández como candidato tuvo un diagnóstico apropiado sobre los problemas de la gestión previa, pero no aprovechó los primeros momentos de su Gobierno para tomar decisiones de fondo. 

Ese diciembre hace cuatro años estuvo signado por la improvisación, la disputa intestina por espacios de poder y la dilación en la agenda reformista. Solo hubo un decreto de suma fija para los salarios, que fue útil para generar un colchón de poder adquisitivo, pero sin modificaciones firmes en el funcionamiento institucional. Al respecto, se postergó el ordenamiento cambiario, que acarreaba los problemas de un cepo incipiente aplicado en la emergencia de la corrida post PASO 2019. Ese era el momento para pagar los costos y destrabar un mercado clave para alinear los incentivos y mejorar las expectativas. Tras cartón, a los tres meses llegó la pandemia y todo entró en “modo emergencia”. El daño de ese imponderable tampoco se puede soslayar.

Las inconsistencias macro más severas siempre hicieron eclosión en la inflación, que es el fenómeno visible sobre los problemas estructurales. El abordaje de Alberto Fernández y sus dos principales Ministros de Economía fue gradualista. Ambos descartaron la posibilidad de ir a un programa de shock, en el marco de un Plan de Estabilización más integral. Una decisión de ese tenor siempre tiene riesgos asociados y eventuales costos. 

La historia económica mundial marca la dificultad de salir de situaciones de desequilibrio tan marcados a partir de programas paulatinos, livianos y sin anclas efectivas. Es cierto que fenómenos disruptivos como la pandemia, la tensión de precios internacionales por la guerra de Ucrania y la sequía fueron impedimentos concretos para acompasar la narrativa oficial a resultados económicos concretos. Pero, aún así, siempre estuvo sobre la mesa la alternativa de patear el tablero y aplicar un programa duro que sacrifique otros objetivos en pos de encauzar la dinámica del principal eje de la insatisfacción ciudadana. 

Por H o por B el volantazo nunca se dio y las incongruencias de un gradualismo sin logros terminó erosionando al mismo gobierno. Los efectos de la aceleración de precios son elocuentes. El encarecimiento de la canasta básica empuja a millones de personas bajo la línea de la pobreza, que aumentó 4,6 puntos en tres años y medio, a pesar que falta conocer el dato más duro respecto al cierre 2023. A pesar de la asistencia del Estado a colectivos vulnerables, es imposible reducir la pobreza con un régimen de inflación alta e inestable. Es por esto que la mejor política redistributiva hoy sería morigerar la trayectoria alcista de precios.

¿Algo para rescatar?

En materia de ingresos y salarios se da una situación paradójica. A pesar que la inflación es tanto mayor que en la administración previa, la caída del poder adquisitivo promedio de los salarios fue menor (de aproximadamente la mitad) que en los cuatro años de gestión Macri. Es un efecto directo del relativo anclaje del dólar oficial y de una actualización (imperfecta) de paritarias que amortiguó evitando un desplome de la capacidad de compra de los ingresos fijos. Con todo, el saldo social de la gestión de Alberto Fernández fue lamentable, incumpliendo con su contrato electoral inicial. 

La estabilidad financiera fue otro de los puntos bajos de estos años. La renegociación de la deuda pública se dilató demasiado, en el marco de múltiples disputas internas entre los diferentes componentes del Gobierno. El segmento de contraparte privada se coronó en octubre del 2020, mientras que el nuevo programa con el FMI se firmó recién en febrero del 2020. La secuencialidad elegida por el exMinistro Guzmán fue objetada por propios y extraños. Si bien es contrafáctico evaluar escenarios con distinto timing, lo evidente es que el cierre de la reestructuración de deuda no dio resultados satisfactorios. No alcanzó para recuperar la confianza ni bajar un ápice el riesgo país. Tampoco contribuyó a anclar las expectativas ni descomprimir la presión sobre los precios. 

Si bien los objetivos fiscales, monetarios y cambiarios del acuerdo con el FMI se cumplieron en el primer momento de su implementación, el funcionamiento de la economía mantuvo todo tipo de distorsiones. La macro no se encauzó y ese tiempo se agotó.

No todo fue aciago en la gestión Fernández. Después de cuatro años el PBI aumentó 1,9% acumulado o 0,2% en términos per cápita. Se explica por dos períodos consecutivos al alza (2021 y 2022), que contrastan con el desplome del año de pandemia y el actual retroceso a causa de la sequía. 

A tono con la aceptable dinámica productiva, el empleo también registró un buen desempeño. En cuatro años se incorporaron al mundo del trabajo un total de 1.3 millones de argentinos. Tras 37 meses consecutivos con crecimiento del privado, la tasa de desocupación tocó un piso del 6,2% del total de la población económicamente activa. Esto representa el menor porcentaje de desempleados desde 2015. 

Sin dudas la “vedette” del crecimiento productivo fue el sector industrial, que presenta un incremento consolidado del 9,8% desde el 2019. Se apalancó sobre crédito barato, un alto nivel de consumo por repudio a los pesos y cierta demanda cautiva en los segmentos con protección comercial. Es válido el debate sobre la sostenibilidad de este crecimiento a mediano plazo, pero no se puede restar mérito toda vez que se considera el contexto exógeno. 

Cuatro años perdidos en un nuevo ciclo de esperanza y desilusión. No es la primera vez que ocurre, y posiblemente no sea la última. Hacia delante, la administración Milei llega con un programa sumamente rupturista en el plano institucional, bajo un paradigma de política radicalmente distinto. Tendrá crédito abierto por un tiempo, con una vara muy baja por el tenor de la herencia recibida. La evaluación de éxito o fracaso sobre su Gobierno se hará en función a su capacidad para bajar la inflación. El desafío es complejo, pero para nada imposible.