Nuevamente se produce un avance sobre las instituciones cuando el principal problema macroeconómico recae en algo curiosamente simple: confianza. Ya no es la inflación, ni las variables nominales, las que obstaculizan el normal funcionamiento de las variables reales de la economía y los negocios, sino algo aún más intangible, pero no por eso menos esencial. 

Si bien se ha visto un recalentamiento para el final del 2022, puede que en los meses de verano el dólar libre opere medianamente calmo debido a una mayor demanda estacional de pesos y una inflación transitoriamente más baja, tornando algo más atractivas las colocaciones a plazo. Sin embargo, se trata de éxitos efímeros del gobierno, que de todos modos pueden ser útiles para conseguir estabilizar la nominalidad en torno al 5% mensual. Un valor todavía alto. 

No obstante, los riesgos no se disipan. Una vez más se repite el mismo error que en 2016; el punto de partida no es el adecuado, donde se observan precios relativos desalineados, por lo que se deberán realizar ajustes de precios regulados (ya pautados) que amenazarán con fogonear nuevamente la inflación; acortando así la ventana de oportunidad que tiene el gobierno hasta marzo cuando la demanda de dinero estacionalmente vuelva a caer. La incógnita descansa sobre qué posición tomará el Banco Central respecto al ritmo de devaluación. 

Las pocas reservas que se lograron acumular en el año fueron gracias a desembolsos del FMI y el BID, apalancado por esquemas transitorios de dólar Soja que no son más que una devaluación encubierta, donde tanto mercado como gobierno confluyen, marcando así una suerte de tipo de cambio de equilibrio. A ese precio hay ventas, abundan los dólares, y solo a ese precio el Banco Central compra reservas. En tanto, los meses en ausencia de este régimen cambiario, los saldos de reservas internacionales fueron negativos. 

Incluso más, esto se refleja en el tipo de cambio implícito que pagó el BCRA en diciembre. Tomando el total de dólares comprados y retenidos respecto al total de pesos entregados al mercado, el costo de adquisición de divisas promedió los $243 (superior al tipo de cambio oficial -$173- y al Soja -$230-). Ello cristaliza los desequilibrios que se acumulan en el frente cambiario. 

No obstante, algo se permite vislumbrar entre tanta neblina, y es la necesidad de anuncios de reglas claras. Quizás se peque de optimista respecto a este punto, en referencia al potencial efectivo que puede tener sobre la economía, pero es justamente lo que permitiría tener una transición sin exabruptos de una economía desordenada a una proactiva en el sentido de corregir los desequilibrios vigentes. De esta forma se podría llevar calma al abultado mercado de deuda local, donde sólo el 65% accedió a canjear y postergar los vencimientos de sus tenencias, incrementando el perfil de vencimientos de $4 billones a $6 billones para los meses pre-electorales de abril-mayo-junio.