Esta semana salió a la luz la cuarta temporada de “Borgen”, una serie política de Dinamarca que inició en 2010 y que después de nueve años, a raíz de su notable aceptación en las plataformas digitales, lanzó una cuarta temporada. Su personaje principal, la moderada Birgitte Nyborg, encarna el perfil de una mujer mirada de reojo por los hombres que llega al poder para intentar transformarlo.

La primera temporada salió para el público danés cuando todavía el mundo no recibía el impacto del brutal avance tecnológico con la llegada de celulares, nuevas computadoras y todo tipo de aparatos que generaron una dependencia de interconexión a nivel mundial. Sin embargo, aún con estos avances que permiten imaginar una nueva era, la política mantiene su tono de extrema tensión en el que los intereses están en pugna.

La intención no es hacer spoiler, así que vamos a tratar de ser sintéticos en el devenir de esta interesante serie. Birgitte Nyborg, una mujer tradicional con un esposo y dos hijos se convierte en la primera ministra de Dinamarca, la primera vez que lo logra una mujer en su historia. Eso sí, en el proceso electoral previo, los dos principales partidos políticos quedaron envueltos en un escándalo que los hizo bajar estrepitosamente sus intenciones de votos. El Partido Moderado salió segundo, pero un acuerdo de varios partidos decidió que Nyborg llegue a la cúspide del poder.

El correr de la temporada va mostrando lo que es el poder. Cómo se obtiene, de qué forma se ejerce y, de perderlo, cómo se recupera. También muestra el costado humano de la dirigencia política. Birgitte Nyborg, además de ser primera ministra, es una madre que tiene que lidiar con un marido insatisfecho y relegado a su función de padre, una hija con ataques de pánico y un hijo que, en la última temporada, es un adolescente rebelde que lucha contra el cambio climático, algo que le va a costar caro en medio de una discusión política.

Borgen: Reino, Poder y Gloria | Netflix | Tráiler Oficial Subtitulado

El perfil de Nyborg, aunque sorprenda, tiene muchos parentescos con la figura de Cristina Kirchner, salvando las diferencias de que Noruega tiene un sistema parlamentario y Argentina, uno presidencialista. Ambas encarnan esa imagen de la mujer cuestionada que llega al poder máximo para dirigir los destinos del país. Señalada por los adversarios, pero también por los propios integrantes de su partido que, cuando huelen sangre, se abalanzan sobre el poder.

Pero no es solo la figura, sino la trayectoria en sí misma. Al igual que la actual vicepresidenta, Birgitte Nyborg dejó de ser primera ministra y fue prácticamente vetada por su partido. En las sombras, y tras una experiencia dedicada a los negocios en China, la exprimera ministra regresa para disputar el poder interno de su partido que tomaría un exasesor que impidió a toda costa su vuelta. Una historia bastante parecida con una dirigente argentina que fue casi exiliada del peronismo y que terminó regresando porque el propio PJ terminó mostrando más relato del que pudo contener sin la figura de Cristina. 

Lo que también une a estas dos mujeres son las dificultades del retorno y lo que significan los liderazgos dos personalidades con un ego extremadamente elevado, justificado por sus experiencias previas. En la cuarta temporada, Birgitte Nyborg es una ministra de Relaciones Exteriores disonante con sus compañeros de gabinete y, en especial, distanciada con la actual primera ministra, también mujer.

La vicepresidenta de Argentina mostró este último viernes lo que significa la impotencia de la falta de poder, aun formando parte del Gobierno –o al menos algo parecido-. En el último acto por los 100 años de YPF, Cristina se reencontró con el presidente Alberto Fernández luego de tres meses de falta de comunicación. La vicepresidenta, en un mensaje casi en tono desesperante, le pidió al jefe de Estado que “use la lapicera” para tomar decisiones. En grandes medidas, le pidió que en lugar de dialogar, accione.

En esta nueva temporada de Borgen ocurre una situación similar, aunque quizás menos dramática. En parte porque las características de Dinamarca y Argentina son diferentes. En el primero, hay apenas 6 millones de habitantes y un riesgo de pobreza del 12%. El segundo, según el INDEC, tiene 47.327.407 y una pobreza estimada de más de 35%.

Pero volviendo a la serie, el conflicto se desata cuando Birgitte Nyborg se muestra en profundo desacuerdo sobre las decisiones que toma la primera ministra en base a un descubrimiento de petróleo que hay en Groenlandia, una nación soberana danesa que amenaza con quedarse los recursos y declarar su absoluta autonomía.

Birgitte Nyborg tiene que sortear la difícil tarea de administrar tensiones dentro de un margen corto de maniobra y con la ambición de querer volver a ser algo que ya no es. Ese síntoma es algo que deja entrever Cristina en cada aparición pública que hace. Pero a pesar de esto, ni la protagonista de Borgen ni la ex jefa de Estado renuncian a su condición natural: políticas de raza que, para bien o para mal, buscan transformar la realidad desde el lugar que les toque. "El hombre -y también la mujer- es el único animal cuyo deseo aumenta a medida que lo alimentan", dice el primer capítulo de la serie, parafraseando al economista estadounidense Henry George. El resto es rosca.