“Las actitudes de Sergio Berni, los ataques a los periodistas, a los silos bolsa y la liberación de los presos por las causas de corrupción son maniobras de Cristina que acorrala a Alberto”,  interpretan quienes creen que el presidente tiene una visión y un modelo diferente al de su vicepresidenta.

“¿Cuál es el verdadero Alberto?”. La respuesta que se da en el entorno de CFK: “Cristina es Alberto, aunque con modales distintos”. Aquellos que esperan que “Alberto se rebele contra Cristina”, se equivocan, afirman en ambos entornos. El propio presidente lo afirmó en más de una oportunidad: "Nunca más me voy a pelear con Cristina".

Por si queda alguna duda, este domingo a través de un tweet el primer mandatario dijo: “Nos unimos para construir una Argentina más justa, sin personalismos ni 'poderes bifrontes'. Todos somos necesarios y todos tenemos un rol. Que no nos dividan con mentiras”. De donde, habrá marchas y contramarchas, improvisaciones en el accionar gubernamental, límites impuestos por el contexto internacional, por la famélica economía local, por una sociedad cansada y carente de esperanzas, entre otras circunstancias.

Pero concluyen que si alguno pensó que Alberto aceptó ser presidente para una vez situado en la Casa Rosada combatir a Cristina o que la vicepresidente va a conspirar contra el primer mandatario, no entienden que el objetivo era que el kirchnerismo esté en el poder y “aprendimos que peleándonos, perdemos”.
 
La crisis subterránea

“Entonces la moraleja de todo esto ¿cuál es? Que el que apuesta al país pierde, que el que se queda acá pierde, que pareciera que está penalizado querer generar dinero y ahorrar”, afirma a un enojado empresario pyme a través de un video que se hizo viral, luego de detallar todos los impuestos que debe pagar y las trabas que debe superar para desarrollar su actividad.
La marginación de aquellos que trabajan todo el día, que penan con los impedimentos de las burocracias estatales, que saben que ir a la Justicia encierra el riesgo de padecer el efecto contrario, que se sienten desprotegidos, ya sucedía antes de la pandemia.

La sintieron particularmente durante la última etapa del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, durante el gobierno de Mauricio Macri y casi apenas comenzado el año bajo la presidencia de Alberto Fernández apareció silenciosamente la pandemia. Al principio, quedarse en casa era lógico, afuera estaba un enemigo invisible. Y fueron pasando los días, los meses, y la brecha entre quienes tienen un sueldo garantizado a fin de mes y los otros que ya penaban con la angustia de no tener ingresos comenzó a hacerse más evidente. Entonces, el peligro de la enfermedad lentamente fue siendo desplazado por la emergencia diaria.

Al día de hoy la situación aún está contenida pero el delito apareció nuevamente junto con el aflojamiento en la práctica de la cuarentena. Las encuestan explican el relajamiento de la cuarentena: el 60% declara que disminuyeron sus ingresos durante estos meses.

Vulnerables 

El gobierno, con buen criterio, primero se ocupó de los “más vulnerables”. Reforzó partidas tanto para los comedores como los ingresos regulares (AUH, Planes, etc.) y los millones de personas que viven en las villas miserias ahora bautizadas “barrios populares”, se quedaron quietos en sus casas. 

Y no es poco lo que se destinó. Las últimas cifras de la Oficina de Presupuesto del Congreso arrojan que las medidas anunciadas para afrontar la crisis implican un gasto de $755.000 millones, equivalente a 2,7% del Producto Interno Bruto (PIB). En tanto, las distintas asistencias financieras ascienden a $572.000 millones (2,0% del producto). En total, estos gastos representan 5% del PBI. Con todo, se proyecta que la actividad ronda el 13%.

El problema, reconocen algunos funcionarios sotto voce, es que se ha llegado de pecar de “sobreprotección” a algunos sectores. “Una familia entre Asignación Universal por Hijo, tarjeta alimentar, y otros beneficios recibe entre 50.000 y 55.000 pesos por mes”, confiaba a Data Clave otro hombre fuerte de un municipio bonaerense. A modo de referencia, según el Ministerio de Trabajo, el trabajador formal medio embolsa 44.000 pesos (brutos) y, por supuesto, los que están en el mercado informal mucho menos.

A pesar de la crisis, el consumo masivo, referido alimentos básicamente, está subiendo y ya han industrias alimenticias trabajando a plena capacidad. Otra forma de evaluar la ayuda: un importante intendente del conurbano señalaba que su municipio tiene un presupuesto del orden de los 35 millones de pesos mensuales, mientras que la gente que vive de planes, entre las cooperativas de trabajo y beneficios llegan a sumar ingresos por 700 millones.

Otro intendente se preguntaba “¿Que vamos a hacer cuando no se puedan seguir desembolsando estos montos?”, al tiempo que con temor confesaba. “Además, la plata la siguen recibiendo las organizaciones sociales que lo primero que harán es salir a la calle a reclamar”. “Y, ¿cómo voy a asistir a los comerciantes, cuentapropistas, pymes que se quedan en la calle?”, compartía con angustia con este medio.

De hecho ya se estima que la pérdida de trabajo al final de la pandemia podría llegar a ser del orden de los 800.000 a 1.200.000 puestos. En tanto, que se estima unas 60.000 pymes -10% del universo- corren riesgo de cierre.

Grieta económica 

Todo esto en un contexto social complejo. Al día de hoy, la situación está contenida, precisan fuentes de la seguridad bonaerense, pero advierten que el delito apareció nuevamente. La famosa “grieta” no es sólo política, sino también económica en vastos sectores de la sociedad. Están los “planeros, piqueteros” versus los albañiles, peluqueras, electricistas, mecánicos, comerciantes, vendedores, empleados del sector privado…

Estos se quejan en voz baja de la injusticia de ver que los gobiernos reparten ingresos sin pedir una contraprestación laboral. Pero, por lo menos, les quedaba el orgullo de afirmar: “yo no vivo de la limosna, yo no soy un vago”.La pandemia lamentablemente los igualó, con un agravante: hoy a estos sectores de clase media baja o media ni siquiera les queda la posibilidad de “ganarse el pan con el sudor de su frente”.

Además, los encuentra sin esperanza. Ven que este fenómeno es mundial, que afecta a todos, que se perderán miles de puestos de trabajo, que el consumo disminuirá. Y sus vecinos de enfrente, sin embargo, unos por los planes, otros por ser empleado judicial, nacional o municipal, “solo se quejan de no poder salir”.

Empresarios vs. Estado 

La “grieta” económica existe insólitamente entre el Estado y los empresarios. Los gobiernos suelen tener una mirada despectiva hacia los privados (llamativamente incluso hasta durante el gobierno de Mauricio Macri). Este antagonismo pasa porque quienes gobiernan creen que son más eficientes, más justos y desde ya, que no buscan la rentabilidad a costa de aprovecharse de los demás.

Así los gobiernos, por una causa u otra, han desalentado el crecimiento del sector privado. La pandemia desnudó todas estas falencias y ahora que los privados necesitan ayudan, las arcas estatales difícilmente puedan abarcar a tantos. La necesidad de retomar vínculos explican las reuniones que se llevan hace tiempo entre miembros del gobierno y empresarios.

Comentan en la Rosada que, en varios de estos encuentros que no han trascendido, participó el primer mandatario. “A Alberto le gusta hablar de a uno con los empresarios, tiene charlas más distendidas”, aseguran. Aclaran para despejar internas, que el presidente “está al tanto de los encuentros de Sergio Massa, Máximo (Kirchner) y Wado (Eduardo de Pedro) con empresarios”. 

Estas reuniones lo que buscan es “desmontar prejuicios mutuos”, sostienen. En estos encuentros varios hombres de negocios se sorprendieron por la actitud de Máximo Kirchner al que vieron como una persona sensata y moderada. Lo mismo les ocurre cuando conversan con Wado de Pedro.

De todas maneras, la desconfianza mutua aún existe y el caso del Grupo Vicentin la volvió a revitalizar. Desde el sector empresario lo ven claramente como una intromisión en el ámbito privado. En tanto, desde el gobierno refutan que tratan de defender las fuentes de trabajo como así también a los productores. Y, en voz baja, dicen no comprender por qué se defiende a empresarios que “procedieron mal”.

El caso Vicentin fue un ejemplo, según algunos reconocen en el propio seno del gobierno, de “una torpeza”, se manejó mal. Afirman que fue “idea de Cristina” pero desde las filas de la vicepresidenta lo niegan. Otros en cambio, ven una jugada de Sergio Massa y recuerdan que el interventor es “hombre del ex intendente de Tigre”. Qué pasará con Vicentin: “Alberto sigue esperando una propuesta”.

Falta de empatía
La dirigencia política y judicial ni siquiera ha tenido gestos de “solidaridad” como, “por ejemplo, rebajarse temporariamente un porcentaje de sus salarios” que, vale remarcar, pagan los contribuyentes.  

“Hace tiempo que la clase dirigente mayoritariamente ha perdido empatía, no tenemos la capacidad de ver qué le pasa a la sociedad, estamos ocupados en nuestras aspiraciones personales”, confiesa un importante político. “Hemos perdido la razón de ser”, sintetiza. Esta dura autocritica es compartida por algunos dirigentes de diversas fuerzas.

Por esta razón, argumentan, la Argentina cae recurrentemente en tiempos de crisis. “Repetimos los mismo errores”, admiten. El gobierno sigue focalizado en atender la crisis desatada por el coronavirus y la negociación por la deuda externa. Y, piensa que la situación es similar al 2001 y que la recuperación económica será más fácil de manejar que la pandemia.
Pero en el conurbano profundo se teme que agosto puede ser un mes crítico. El encierro prolongado, la ausencia de trabajo, el aumento de la delincuencia y la falta de expectativas son los ingredientes de una situación que cualquier disparador puede hacer explotar.