Andrés Malamud es politólogo e investigador principal en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa. Desde Portugal conversó con Data Clave respecto al escenario político argentino, regional y mundial.

Analiza los tres desafíos que enfrenta el presidente Alberto Fernández y las perspectivas del espacio opositor, Juntos por el Cambio. Sobre América Latina, sostiene que el escenario post pandemia será de mayor desigualdad y violencia, y que para enfrentarlo sólo nos salvará desarrollo y prosperidad. 

Data Clave: Tras casi cinco meses de cuarentena, en el momento más difícil de la pandemia, con una caída en la imagen y una relación más conflictiva con la oposición, ¿cuáles son los desafíos que enfrenta el presidente Alberto Fernández?

Andres Malamud: El primero es obvio y es la pandemia. Hace dos meses, o menos, Argentina era noticia en el mundo por lo bien que había administrado la tragedia. Y ahora deja de serlo, porque los números empiezan a converger con los de todos. Uno de los problemas de esta pandemia es que no diferencia entre los que hicieron las cosas bien y los que hicieron las cosas mal. El siguiente desafío es la economía, que lo hubiera tenido en cualquier caso pero ahora está muy empeorado. El tercero, que es el más suave, es administrar su coalición, que por lejos es el menos complicado, solo se le puede complicar si la pandemia o la economía se les va demasiado de las manos.

D.C: Ha dicho que en tiempos normales, Argentina es un desastre y en tiempos excepcionales, un ejemplo. ¿El acuerdo con los bonistas es un ejemplo de lo segundo?

A.M: No necesariamente. Me refería a que cuando las cosas son normales la sociedad se agrieta y que cuando hay necesidades o urgencias la sociedad se agrupa. Pero esto pasa en casi todos lados. En Argentina contrasta porque no nos esperamos ser tan desastre en la cotidiana y relativamente buenos cuando las papas queman. Ahora estamos volviendo a la normalidad, porque la situación pandémica se está normalizando y ahí vuelven a surgir las grietas de costumbre.

D.C: ¿Cómo se explican las dificultades que ha tenido Alberto Fernández (externas o internas) para avanzar en una agenda por fuera de la pandemia?

A.M: No había quedado claro desde el principio que Alberto tuviera una agenda. Sí sabíamos que tenía algunas puntas, la renegociación de la deuda era la más clara de ellas, y cuando le cayó la pandemia la cuarentena fue la segunda. Si daría la impresión, por los ministros que él colocó, que la reforma en la Justicia y la reforma laboral estaban entre sus prioridades, pero sin noción de hacia dónde quería dirigirse. Ahora se están lanzando (esos proyectos), y lo que se ve es una mezcla de intereses por detrás. Por un lado el suyo, reformar la Justicia, y por otro el de Cristina (Fernández de Kirchner), el de tener absolución, o justicia, diría ella. Pero no es claro que el Gobierno tenga un rumbo, y el que más claro dejó esta falta de rumbo fue el Presidente cuando habló que no le gustan los planes.

D.C: ¿Qué significa esta postura de Alberto respecto a que no le gustan los planes?

A.M: Hay dos interpretaciones alternativas, una es que está hablando para afuera del país. Y a los que lo acusan de izquierdista les estaba diciendo ´no me gustan los planes´ en el sentido ´no me gusta la planificación descentralizada´, en otras palabras, les estaba diciendo ´no soy comunistas yo soy bolivariano´. La otra interpretación es que estaba hablando para adentro, para el kirchnerismo, les estaba diciendo que no iba a aceptar un plan de ajuste, que es lo que necesariamente le va a reclamar el FMI. Inicialmente me pareció que la primera tenía más sentido, porque lo dijo en una entrevista con un medio importante de los mercados pero quizás no, quizás le estaba hablando adentro y el problema es que le erró de audiencia, entonces tuvo una mala repercusión.

D.C: Has escrito que las dos condiciones que necesita un estadista es “encarnar un proyecto colectivo que los coloca en la historia por encima de las parcialidades domésticas y, además, tiene éxito en llevarlas a cabo”. ¿En qué lugar está parado Alberto Fernández? 

A.M: Yo no definiría a Alberto en algo por el estilo porque el estadista es en el largo plazo. Claramente se puso por encima de la grieta y encarnó al Estado, pero lo de tener éxito requiere mucho más tiempo para evaluarlo. En el fondo lo que pasó es un ejemplo de ´escoba nueva barre bien´. Era un gobernante que llegaba oxigenado porque recién asumió y tomó la medida correcta de manera temprana. Pero de ahí a creer que en seis meses de gestión se lo puede evaluar como estadista, es muy temprano.

D.C: ¿Cuál es el camino que debe recorrer JxC de acá al 2021?

A.M: La condición necesaria es no dividirse, todo lo demás viene después. Todo lo demás es elegir la estrategia, los candidatos, y aprender de los errores para no cometerlos de nuevo, si la pandemia y la recesión los obliga a volver al Gobierno.

D.C: La pandemia expuso algo que usted tanto reclama, la división de la provincia de Buenos Aires: 50 municipios en fase 5, 48 en fase 4 y 37 en fase 3. ¿Por qué cree que la provincia debe dividirse?

A.M: La provincia es un monstruo, es la provincia más hipertrofiada del mundo, con 38% de la población argentina y subrepresentada en el Congreso. Está subrepresentada políticamente y sobrerrepresentada en pobreza. Y como tiene poca representación en el Congreso, sistemáticamente le quitan coparticipación para darle a otras provincias. Lo que hizo la pandemia es hacernos notar que no es solamente una cuestión del Conurbano, sino del AMBA. La pandemia dividió a la Argentina en dos, el AMBA y el resto. El tema es que la mayor parte del AMBA queda en la provincia de Buenos Aires, y la parte que no queda en la provincia, es próspera: la ciudad de Buenos Aires es rica; tiene la misma dinámica de contagios pero otras dinámicas de cuidado. Al mismo Axel Kicillof se le escapó que la provincia estaba dividida. Ante esto hay varias alternativas, la más obvia es dividir a la provincia de Buenos Aires en dos o tres provincias, para así resolver el problema de la hipertrofia federal y pedir que se resuelvan los problemas de disfuncionalidad interna. Hay otros que proponen regionalizarla, de esta forma no resolves la hipertrofia federal y quizás tampoco el del funcionamiento interno porque creas un estamento más que dependería del gobernador pero sin autonomía presupuestaria y que podría empeorar los problemas en vez de resolverlos. 

D.C: ¿La tercera opción?

A.M: Dejar las cosas como están. Y conociendo Argentina, es la más probable. Los problemas no se van a resolver. Tenemos claro el mapa pero vamos a hacer de cuenta que no pasa nada. Para ver la disfuncionalidad de la provincia fijate que los gobernadores no llegan a Presidente y los intendentes no llegan a gobernador. Una provincia que lo que hace es castrar sistemáticamente a sus líderes. Y el resultado entonces es que a la provincia la conduce siempre un porteño, ahora Kicillof, antes María Eugenia Vidal, Daniel Scioli y Carlos Ruckauf, y estos porteños son puestos por el Presidente. Es la provincia más disfuncional del país y más arrastrada, es un trapo de piso, pero como no tiene orgullo provincial, a nadie le importa.

D.C: Cambiando de tema. Usted ha dicho que si China y Estados Unidos se ponen de acuerdo, el mundo puede avanzar, si no, estamos jorobados. ¿Estamos jorobados?

A.M: Todo indica que no van a cooperar. Vivimos en un mundo que es G-0. Tampoco se van a enfrentar bélicamente, aunque algunos crean que puede pasar. Lo más probable es que tengamos una competencia geopolítica sin balas. En ese contexto lo que va a definir nuestra suerte es que nos pidan exclusividad o no. Si no nos piden exclusividad nos podemos dedicar a nuestro juego que es la diversificación, que es hacer negocios todos. Si nos piden exclusividad, sonamos. La esperanza de este G-0 es que sea no cooperativo pero no excluyente, y ahí nosotros navegamos en la ambigüedad.

D.C: ¿Joe Biden puede ofrecer otro panorama?

A.M: Ligeramente. Porque Biden va a ser antichino, como cualquier otro gobernante norteamericano, porque no le conviene a Estados Unidos ser algo muy diferente en este momento. Trump no es el causante del desacople de la globalización, es el que encarna un proceso que venía de antes, y Biden va a mantener ese proceso con maneras más sutiles. En lo que nos puede convenir como Argentina es en el BID, que Biden no intentaría intervenir, ahí mantendremos un margen de autonomía que a Trump no le gusta que tengamos.

D.C: La decisión de Trump de impulsar un candidato estadounidense para el BID fue respaldada por algunos países de la región. Por caso, Uruguay. ¿Qué revela ese posicionamiento?

A.M: O Brasil sobretodo. Revela en algunos casos alineamiento ideológico, en el caso de Brasil es clarísimo. En otros, diversificación. Uruguay no está apostando a un proceso ideológico, porque Luis Lacalle Pou es la derecha civilizada, como Sebastián Piñera en Chile, que se opone al candidato de Trump. Lo que ve Uruguay es no enfrentarse a Estados Unidos, ¿cuál es la ganancia? Ante la falta de alternativas, juega con todos.  Es pragmatismo, lo otro es ideológico.

D.C: ¿Quién está tomando el rumbo correcto?

A.M: No voy a emitir juicio de valor porque no me corresponde, pero en función del resultado de las elecciones norteamericanas van a haber apostado en su beneficio o en su perjuicio. Qué significa: si gana Trump, los países que apostaron contra su candidato se lo van a tener que aguantar dentro de seis meses, si gana Biden va a resultar en una victoria de los latinoamericanos que postergaron la elección. Todo depende del resultado de noviembre en Estados Unidos.

D.C: En Sudamérica varios países profundizan su crisis política, económica y social. ¿Cómo ve ese escenario?

A.M: Mal. Veo mal a prácticamente toda América Latina. Vamos a tener un aumento de la pobreza, de la desigualdad y de la informalidad. Y todo esto va a traer un aumento de la criminalidad. Estamos viendo que en el mundo desarrollado ha habido un aumento de la intervención del Estado porque comparamos el papel del Estado contra el papel del mercado. En América Latina también va a haber un aumento del papel del Estado respecto al mercado, pero del mercado legal. Porque los mercados ilegales van a aumentar más probablemente del peso del Estado. Vamos a tener un poquito más de Estado, un poquito menos de mercados legales y muchos más  mercados ilegales: narcotráfico, contrabando, crimen organizado. Así que imagino sociedades más desiguales y más violentas. Y eso no es bueno porque vamos a tener, además, menos para repartir.

D.C: ¿Y eso se combate con instituciones fortalecidas? ¿Cómo está Argentina para esa situación?

A.M: Mal. Tiendo a ser más materialista, se combate con desarrollo, con prosperidad. Las instituciones en general suelen funcionar mejor con prosperidad. La mala noticia es que no hay casos de países que se hayan desarrollado sin ser países centrales o países relevantes para los países centrales, y América Latina está entrando en un cono de irrelevancia más pronunciado respecto al pasado. Estamos cada vez más dependientes de nosotros mismos, cuando menos tenemos para ayudarnos a nosotros mismos.

D.C: ¿La respuesta sería unirse más entre los países de la región?

A.M: No veo la unidad como probable porque no veo incentivos comunes, salvo no mandarnos a los criminales. Las recetas son, por ahora, moderación política y redistribución económica. Pero hay poco para redistribuir y esto va a llevar a la polarización política. ¿Qué deben hacer los dirigentes para enfrentar el caos? No polarizar. Es fácil decirlo, pero en medio de la penumbra, la desigualdad y la violencia, la polarización suele ser la estrategia racional para los actores, no para el sistema.