Si hay un año que será difícil de olvidar para el mundillo de la política argentina, no hay dudas de que será el 2023. “Se quemaron todos los manuales”, se dijo incontables veces desde las PASO hasta acá, luego del maremoto de marchas y contramarchas que se registró con elecciones diametralmente opuestas. El peronismo tercero en las primarias, primeros y a tres puntos de ganar en primera vuelta en las generales, para caer derrotado por casi 12 puntos en el balotaje.

Y todo ese derrotero frente a un novato en la política, un outsider que pasó de panelista a presidente electo en poco más de dos años, con medio mandato de diputado nacional en el medio. Claro que Javier Milei no llegó solo al poder. Estuvo acompañado e impulsado por toda una maquinaria detrás, entre ellas, del propio aparato justicialista. Tuvo su mérito en interpretar como ningún otro el clima social y envió un mensaje potente, sí, pero no alcanzaba con eso.

Y si bien la memoria reciente invita a asociar de manera inequívoca a Milei con el expresidente Mauricio Macri, el primero en invitarlo a jugar fue el peronismo. La estrategia fue dividir a la oposición para tener chances electorales, en medio de una gestión sin logros para exhibir y con la inflación más alta después de la hiper de Alfonsín en los '80. Así fue como no solo fueron rumores sobre el armado de listas sino que lo ayudaron en la fiscalización en las PASO. 

Y es que el único objetivo fue ganar la elección a cualquier costo. Incluso, más aún, ganarle a Juntos por el Cambio, subestimando el poder de fuego de los libertarios. Pero por sobre todas las cosas, le bajaron el precio a Macri y eso fue por lejos el peor error electoral. El fundador del PRO jugó al equilibrista entre las PASO y las generales y luego se volcó rápido para apoyar a Milei, dándole el respaldo necesario para llegar con fuerza al balotaje.

El massismo apostó fuerte a un balotaje contra Milei, pero perdió por amplio margen.
El massismo apostó fuerte a un balotaje contra Milei, pero perdió por amplio margen.

Pero más allá del tiro en el pie que fue dar por ganada una elección y desoír el hartazgo de la sociedad, no hubo gesto alguno para la población, hasta pocas semanas antes del 22 de octubre. Sergio Massa activó medidas de emergencia luego de un año de gestión al frente de Economía donde la inflación destruyó el poder adquisitivo del ciudadano de a pie. Mientras, la campaña advertía de una feroz pérdida de derechos, a quienes ya no tenían nada que perder. 

Y así y todo, la campaña fue exitosa: un gobierno que no podía ganar la elección en ningún escenario, quedó a 3 puntos de lograrlo en primera vuelta. Hubiese sido un caso de estudio durante años, hasta décadas. Pero no pasó. La derrota en el balotaje fue categórica y debería marcar el fin de una manera de hacer política, con foco en la rosca y lejos, muy lejos, de las bases que históricamente fueron el motor del peronismo.

Si algo no hubo en los cuatro años de gestión de Alberto Fernández fue conducción, liderazgo, por los motivos que sean. No lo dejaron, le minaron el poder, no quiso, no pudo. Elige tu propia aventura, pero la realidad es que esa acefalía fue la marca de este tiempo en el oficialismo y la amenaza latente es que continúe de esa manera. Hasta la fecha. no hubo autocrítica ni del Presidente ni mucho menos de la vice, líder en las sombras, Cristina Fernández de Kirchner.

Fuera del resultado electoral a nivel nacional, el mensaje en las urnas durante todo el año fue contundente: se perdieron bastiones históricos, con derrotas impensadas. Cayeron en Santa Cruz, San Juan, San Luis, Chaco, Santa Fe, Entre Ríos y Chubut. Por primera vez en mucho tiempo, el peronismo no tendrá mayoría de gobernadores. 

Desde el inicio, el extinto Frente de Todos tuvo graves internas que bloquearon la gestión.
Desde el inicio, el extinto Frente de Todos tuvo graves internas que bloquearon la gestión.

¿Y ahora? ¿Quién podrá defenderlos? Es por estas horas el gran interrogante en Unión por la Patria o lo que quede de ella después del 10 de diciembre. Se impone la construcción de nuevos liderazgos y tal vez sea la hora de “los hijos de la generación diezmada”, como dijo y pidió CFK en más de una oportunidad. Siempre hicieron oídos sordos y hasta le pidieron que sea candidata contra su voluntad.

Massa pudo haber tenido su chance si ganaba la elección, hoy parece difícil que tras la dolorosa derrota ocupe ese lugar. El kirchnerismo no lo permitiría. No es menos real que no sobran líderes. Y el que asoma como número puesto, es resistido por la cúpula de La Cámpora. Por resultado electoral y proyección, el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, está llamado a liderar la reconstrucción. Habrá que ver si quiere, y sobre todo, si lo dejan.

Tendrá una ardua tarea en gobernar PBA sin el respaldo de un presidente del mismo color político y eso le demandará toda su atención, por lo que no será sencillo además ponerse la tarea al hombro de reconstruir una fuerza donde varios indios quieren ser caciques. Además, si falla en la gestión se diluirán sus chances de ser presidente en 2027.

“La dirigencia no estuvo a la altura”, se escucha en no pocas unidades básicas del peronismo. Y es cierto, la militancia salió -una vez más- autoconvocada a cargarse una campaña que solo tuvo a Massa, Kicillof y el incansable Gabriel Katopodis en la línea de fuego. El resto, a cuenta gotas. Pero también son los militantes los que deben pedir más para no quedar en un loop del tristemente célebre "Resistiendo con Aguante". El PJ debe volver a las bases: “Primero la patria, después el Movimiento y luego los hombres”. No al revés.