“La economía argentina es un contrato social en torno al valor del dólar” alguna vez le escuchó decir quien escribe el fallecido economista y viceministro de Economía entre 1985 y 1989 Adolfo Canitrot. La sentencia de Canitrot brilla por su actualidad y por su realidad desde que a fines del 2020 las Reservas Netas del BCRA comenzaron a recuperar los niveles mínimos (vía endurecimiento del cepo, la liquidación del agro con el rally de la suba de los precios  de los commodities y la postergación del pago al Club de París) y le permitieron al titular del Central, Miguel Ángel Pesce, duplicar las reservas netas entre marzo y julio.

A eso, se le sumaron el envío de los DEGs (la moneda del Fondo Monetario) por la pandemia, lo que permitió zafar al BCRA sin perder dólares por los pagos de capital e intereses al FMI. En el medio, el dólar blue, supo mantenerse quieto por debajo de los $200, techo que hoy perfora de a centavos. En ese contexto, las partes que forman el contrato social más primario (entre el gobierno y el pueblo) seguía firme y sin devaluar.

Pero el sueño se terminó en julio de este año y la acumulación de dólares se acabó. Las razones fueron las de siempre para la economía argentina: las tensiones cambiarias volvieron a llevar  la brecha entre dólar oficial y blue a un 100% (suba habitual en los períodos electorales, aunque no en esos márgenes) y la baja estacional de los dólares del campo. Ni siquiera la oferta de dólares financieros baratos vía dólar MEP y logró frenar la fuga.

A partir del 21 de diciembre tampoco se contarán con los USD 1800 millones que se le pagará al Fondo por servicios de deuda, por lo que las reservas netas (contemplando el oro y excluyendo DEGs del pago de más de USD 1.800 al Fondo) harán que los dólares en caja del Central están por debajo de los USD 4.000 millones. Para colmo de males, cerca de un 90% es oro, lo que es mucho menos líquido. No hay más dólares, y el FMI lo sabe.

Mangar a Georgieva, rogarle al Banco Mundial o subastar a la islandesa 

El Fondo tiene una larga relación de prestar y apretar, al mismo tiempo. En los hechos, ese parece ser su rol geopolítico, dar para disciplinar. Pero no todos los hacen de la misma manera. En  los últimos 27 años varios organismos le prestaron al país: el FMI, el BID y el Banco Mundial (través de su pata financiera el BIRF). Desde 1993 se recibieron desembolsos por USD 135.000 millones de los cuales USD 72.305 millones corresponden a préstamos del FMI, USD31.131 millones a financiamiento del BID, USD 25.552 millones del BIRF y solo USD 6.775 millones de otros organismos como la CAF.

La diferencia es que el FMI otorga fondos para programas que involucran directamente a la gobernanza de un país, como fue el caso del Acuerdo Stand-By firmado en 2018 por Cambiemos. El gobierno de Mauricio Macri pidió un desembolso de USD 57.000 millones de los cuales se llegaron a girar USD 44.000 millones hasta mediados de 2019. Cuando el Fondo llega al país, pide siempre dos cosas a la Argentina: bajar el de déficit primario y mejorar las  reservas internacionales. Pero no así el Banco Mundial, que otorga préstamos vinculados a proyectos específicos, como por ejemplo planes de vivienda o cloacales. El Banco Mundial, dicen los economistas, “piensa y presta como intendente. El FMI, como presidente”.

Lo cierto es que Martin Guzmán especula con lograr que el FMI le otorgue algunos fondos especiales y que la ayude Kristalina Georgieva: el de resiliencia que ya pidió el G20 para ayudar a las naciones a salir del Covid 19 y sus efectos, la posibilidad de swaps de “deuda verde” y hasta  cesiones bilaterales de DEGs. Todas ideas detrás de  un solo fin: que el BCRA tenga más dólares. Quizás el “amigo en común” (como llamó el presidente de los EEUU Joe Biden al Papa Francisco cuando hablo con Alberto Fernández) pueda hacer algo al respecto, confían en la Casa Rosada.

En el Fondo no son pocos los que recuerdan lo ocurrido hace pocos años entre el FMI e Islandia. El caso de la isla vikinga no es fortuito, porque fue Julie Kozack, la técnica mas importante de la misión del FMI que estuvo en la Argentina al frente de la negociación, también estuvo a cargo de la misión del Fondo en Islandia. El tema de la brecha cambiaria, que supera el 100%. preocupa y mucho al FMI. Los técnicos del organismo insisten en aplicar la receta que llevaron en 2008 en el país nórdico, el cual firmó un acuerdo stand by y durante una década aplicó un esquema de subastas de divisas (principalmente euros) para lograr que converjan el tipo de cambio oficial y el paralelo.

La subasta sirvió porque el tipo de cambio paralelo era tan alto que resultó atractivo para inversores extranjeros que lo usaron para ingresar inversiones en la economía real. Kozack logró que los islandeses vendieran sus euros por coronas islandesas. En una década pasaron de tener el 40% en moneda extranjera al 3,5% del PBI.

Pero la situación de Argentina es muy distinta, ya que en el caso de Islandia, el cambio paralelo estaba sostenido por fondos extranjeros que se querían ir del país y que habían llegado en un esquema de carry trade, la misma bicicleta financiera en la que quedaron los fondos PIMCO y Templeton, que ingresaron de la mano del entonces ministro Luis "Toto" Caputo, y que todavía tienen USD 3.000 millones en el mercado local. Pero a diferencia de Islandia, los fondos atrapados no son el principal problema de la Argentina. Si mañana PIMCO y Templeton logran sacar los 3000 millones de dólares que Caputo, Dujovne y Macri le “embocaron”, no cambiarán nada el apetito por los dólares de la economía bimonetaria y con el 50% de la economía en negro deje demandar la divisa verde. Menos todavía cuando gran parte de las empresas argentinas tienen todo dolarizado su circuito financiero de fuga de capitales, y donde los asalariados usan el dólar como protección contra la devaluación y la inflación.

La situación para el equipo económico es más que difícil. Y no son pocos los que recuerdan la frase de Canitrot cuando afirmaba en medio de las discusiones del gobierno de Alfonsín por la deuda externa con el FMI que “si hago la parte heterodoxa pero no la ortodoxa, me voy al diablo”. Un demonio, que en la Argentina, suele transfigurarse demasiado rápido en el amable rostro de Benjamin Franklin que ilustra los billetes de 100 dólares, el único viejo verde que todos los argentinos aceptan tener en la familia con gusto.