En las últimas semanas venimos siendo testigos de distintos fenómenos que impulsan de manera no esperada el panorama político. La etapa de definición de candidatos ha desencadenado un dinamismo electoral notable. Algunos de los postulantes experimentan estancamiento en su popularidad o decaen, mientras que otros han sorprendido al ganar terreno con una imagen pública inesperada. 

Si a esto lo comparamos con las elecciones provinciales que han mostrado una tendencia favorable hacia la oposición, nada estaría coincidiendo, ya que ningún candidato presidencial desequilibra determinantemente en las encuestas, genera una mayor incertidumbre en los mercados, y  la antesala de una tormenta perfecta por su propio final incierto no permite acomodar la fichas en el tablero.   

A pesar de que las señales de la economía son realmente preocupantes, y que el agua no se inclina definitivamente para un lado o para el otro, la política y los mercados están obligados a una pseudo tranquilidad forzada. Todo sigue mal, pero más lento. Las reservas del BCRA siguen cayendo y la expansión monetaria continúa siendo desequilibrante si no se vislumbra una mejora en el frente fiscal. 

Massa, Bullrich, Larreta, o Milei, saben que el segundo trimestre será de una delicada transición algo así como caminar en un campo minado. Es decir, no hay explosiones, pero la incertidumbre política hace que la ansiedad se corte con tijera en la escena económica. No es para menos. La mejora de la situación real es muy improbable y a esta altura hay pocas dudas de que la herencia a recibir por el próximo gobierno sea sencilla.

Los dólares fueron, son y serán escasos. La dinámica de ventas de dólares del BCRA se viene profundizando desde el arranque de 2023 y continúa deteriorándose fuertemente el stock de reservas brutas y netas. La moneda fuerte que se podía sumar con la liquidación anticipada de dólares vía Dólar Soja 1.0 y 2.0 no fue mala, pero se le sumó el impacto negativo de la sequía que termina generando una caída de 24.000 millones de dólares en las exportaciones.  

De ahí en más el BCRA no tenía muchas opciones, y las menos cruentas para afrontar un proceso electoral fueron la de continuar endureciendo el cepo importador, activar la búsqueda de dólares para engrosar las reservas brutas (activación de Swap con China y deuda con organismos internaciones).

Así pues, en orden a lo expuesto el margen de maniobra es en extremo, escaso. El Banco Central de la República Argentina (BCRA) ha experimentado una preocupante pérdida de reservas durante el año actual. Se han vendido 2.062 millones de dólares, lo que ha llevado a un saldo negativo de 3.500 millones de dólares en abril. Aunque se logró acumular 852 millones de dólares en mayo gracias al "dólar agro", se prevé una situación aún más preocupante en los próximos meses, con ventas promedio de 4.500 millones de dólares durante los períodos electorales de agosto a noviembre.

Las reservas netas del BCRA, después de descontar diversos factores, se sitúan en un saldo negativo de 1.460 millones de dólares, habiendo disminuido considerablemente desde el inicio de la gestión de Alberto Fernández. Las reservas brutas han sufrido una caída récord de 11.585 millones de dólares en los primeros cinco meses del año debido al pago de deudas y la intervención en el mercado cambiario.

Estas dificultades se producen en un contexto de mayores restricciones a las importaciones, donde el BCRA ha intensificado el control sobre los importadores y ha limitado las autorizaciones, lo que ha contribuido al "drenaje de dólares". Para hacer frente a esta situación, se ha acelerado la activación de un swap con China por un monto de 10.000 millones de dólares en yuanes para pagar las importaciones provenientes del país asiático. Sin embargo, aún no se ha decidido si se realizará un canje de yuanes por dólares.

La sábana es muy corta, hay muchos factores que generan una situación delicada. Se espera que los pagos de deuda con el FMI y otros organismos internacionales, junto con la demanda mensual de divisas, continúen afectando negativamente las reservas del BCRA. La acumulación de deudas en dólares también genera preocupación para el próximo gobierno y se ha restringido el acceso al mercado oficial de cambios para el pago de deudas provinciales.

Ni el oficialismo ni la oposición saben cómo va a terminar la historia sin el nuevo acuerdo con el FMI. Relación que es fluctuante y pasa aleatoriamente de la esperanza, a la urgencia, o a la desilusión. El FMI exige que se acepten condiciones como un ajuste fiscal y una devaluación fuertes, pero los presidenciables (activa o veladamente) rechazan la devaluación basada en simples cálculos y de esta manera. Sin embargo, hay puntos álgidos que no están resueltos: Si se necesita un préstamo puente ¿de qué monto se trata?, ¿cómo sería la auditoría del nuevo acuerdo? Y finalmente ¿cómo se haría la intervención monetaria y la actualización del dólar?

El panorama político complica el económico. Como nadie sabe a ciencia cierta cómo resultarán las elecciones, la diferencia mayor está en la forma del ajuste. Ningún funcionario del organismo quiere terminar en el ostracismo dentro del FMI por un error no forzado de colaborar de más o de menos con la Argentina. Promesas incumplidas del equipo económico del primer semestre sobran, y como la Argentina tiene un amplio derrotero de incumplimientos históricos, los grises están a la orden del día. Si sale mal por una cuestión de timing y no se resuelven las diferencias, el riesgo de crisis cambiaria está a la vuelta de la esquina: ya se sabe que no se llega a diciembre.